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Mientras se secan las túnicas
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Calle de la Fe s/n

Mientras se secan las túnicas

Actualizado 14/04/2023 09:23
Tomás González Blázquez

La Sagrada Tradición arropa sabias tradiciones como las túnicas blancas que recibe cada bautizado en la vigilia de la noche santa de Pascua y que no se retiraban hasta este domingo posterior al de Resurrección, por ello domingo in albis, también de Cuasimodo, y ahora de la Divina Misericordia. El hábito no era lo fundamental, desde luego, pero sí contribuía a la identificación personal con la gracia recibida y acompañaba la entrada bautismal en el misterio de Cristo Resucitado. Los neófitos revivían de algún modo, durante esta octava, el camino andado en la cuaresma, y no reducían su celebración a una noche sino que la prolongaban a lo largo de toda la semana. La blanca túnica era su traje de fiesta y estos nuevos miembros nunca faltaban, ni faltan, en la oración de la Iglesia cada día de la octava pascual.

El ceremonial de cada año, al llegar la Semana Santa, alcanza su epílogo en los patios de luces, cuando los tendederos confiesan la condición cofradiera del que hizo la colada. Los de indumentaria más delicada compartirán su adiós anual en la tintorería. También los habrá que ni laven, ni sequen, ni planchen, ni sometan sus pies al reglamento interno de la hermandad en lo tocante a la externa uniformidad. En cualquier caso, mientras se secan las túnicas aún resuena el deseo de salud para otro año, formulado al tiempo que una colección de abrazos abrochaba la procesión, recién cerradas las puertas de la iglesia. Y para un porcentaje mayoritario de cofrades…, fin de la cita. Algunos seguiremos dando la tabarra, cual niños con tambor, desde esta Pascua hasta los siguientes Ramos. Las túnicas secándose, no obstante, exhiben lo que nos iguala, ser partes más o menos fraternas de un todo más o menos bello, bueno y verdadero.

Es de exhibición de lo que, lleno de dudas, me atrevo a escribir en este sábado desde una calle, la de La Fe, por la que no transitan procesiones pero sí sirve como camino inmediato para contemplarlas en muy buen sitio, sea en Libreros o en Francisco de Vitoria. Lanzarse a la plaza pública a afirmar, por la vía de los pasos, que si estamos de vacaciones es porque Cristo asumió la Cruz y venció a la muerte, de por sí implica una exhibición inocultable por mucho capuchón con que nos cubramos. Un testimonio valiente en las vasijas de barro que somos; también lo hubiera sido en 2021, cuando la autoridad civil omnipresente en este 2023 lo impidió. Sin embargo, a la confesión nítida, sencilla y hasta espontánea de la fe, el fondo, y la hipertrofia organizativa y estética de la forma apenas las separa una delgada línea. La forma alimenta el producto turístico, que no digo que no sea buena marca la Semana Santa para la ciudad y que esos ensalzados contrastes sabatinos no aumenten las pernoctaciones; subraya el deleite meramente sensorial, deslumbrando más que iluminando; invita a la fugaz experiencia (¿quieres saber qué se siente al cargar un paso?) más que al compromiso pensado; demanda la profesionalización, porque los medios, artísticos y logísticos, eclipsan a los fines, imprescindiblemente gratuitos; acapara todo el tiempo en montajes, ensayos y cálculos, arrinconando silencios, momentos íntimos y toda esa improvisación imprevista que forma parte del rito pero tiene peor encaje en un espectáculo bajo guión o escaleta. Fondo y forma habrían de ser los elementos en tensión, me parece, en un fructífero debate sobre la identidad de la Semana Santa salmantina, o por ser más precisos y ambiciosos, sobre las cofradías que la sustentan, agrupadas en una junta local e integradas en la Iglesia diocesana.

Dejando a un lado algunas cuestiones sempiternas, vuelve a aparecer en este tiempo de balances otra clásica, la tarde del Viernes Santo. El presidente de la Junta de Semana Santa no esconde su deseo de restaurar el desfile general, y desde alguna tribuna se le ha secundado, repitiendo el concepto del “orden litúrgico” (sic) e incluso apelando al consenso de los hermanos mayores. ¿Cabe el presidencialismo en el acuerdo entre instituciones, las cofradías, que se gobiernan colegiadamente con las juntas generales de cofrades como órgano supremo? ¿En serio se aspira a trocear nuevamente a la Cofradía de la Vera Cruz en tres o cuatro tramos y a complicarle aún más su durísima jornada de trabajo del Sábado Santo? ¿Por qué la Congregación de Jesús Rescatado ha dejado de hacer estación ante la Cruz en la S.I.B. Catedral? Otra estación catedralicia no llevada a término, la de la Hermandad de Jesús Flagelado en la noche del Miércoles Santo, fue más comentada, pues por la otra nadie parece inquietarse. Desconozco las razones del Cabildo para denegarla, pero desentona mucho con los mensajes de hospitalidad que repite desde hace tiempo, tan acogedores que incluso sale una procesión de la Catedral poco antes de dar comienzo la Misa de la Cena del Señor, en una licencia sobre el “orden litúrgico” sobre la que se podría reflexionar.

Como brilla el sol y ya hay que recoger las túnicas, antes de que se revuelvan los más rezagados de entre los judíos y arrecie la lluvia abrileña, enmendaré a los que oponen a la manifiesta deriva hacia lo civil y lo turístico de hogaño (no sólo pasa en Salamanca) un supuesto esplendor y gloria de antaño (precisan el caso salmantino y lo cuentan por lustros). Sin negar esfuerzos apreciables, que hoy también los hay, más bien hubo arena en muchos de esos cimientos. Los que hemos servido en su día en cargos directivos y somos, antes y después, simples cofrades rasos, supongo que también seremos conscientes de ello, de nuestras debilidades y carencias. Mala la vanagloria presente, pero qué vana también la nostalgia sin crítica, barrera para el crecimiento y para la transmisión de la fe apoyada en una tradición, con minúscula, que debe estar abierta a los nuevos bautizados y fiarse de sus túnicas blancas, todavía inocentes, inexpertas pero no incapaces, que esperan la siguiente cuerda y el siguiente sol. ¡A Galilea pues! Que allí le veremos.

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