Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos.
EDUARDO GALEANO
En cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuidado, contiene sueños.
MIRKO BADIALE
Duelen en los ojos del corazón los rostros de muchos niños que deambulan por las calles del mundo. Más de 100 millones de niños viven desprotegidos y en un peligro constante en el mundo y, más de 1.500 millones de hambrientos, muchos a punto de morir de hambre, es algo que no nos puede dejar indiferentes. Muchos de ellos deambulan por las calles con un manojo de harapos, despojados no solo de sus ropas, también de su dignidad e identidad.
Este miércoles, 12 de abril, se celebra como cada año el Día Internacional de los Niños de la Calle para denunciar con ello la situación que viven millones de menores en todo el planeta, vulnerándose sus derechos familiares, educativos, económicos y sociales. Niños maltratados, violados, prostituidos. Niños obligados a trabajar, a temprana edad, para sostener a sus familias, o bien, niños vinculados con diferentes conflictos armados. La pobreza, la desnutrición y otros males nos susurran al oído la situación de muchos niños cada día, robándoles sus sueños, quitándoles la esperanza.
Vivimos en una sociedad globalizada donde la pobreza da lugar a importantes fenómenos migratorios, del campo a la ciudad o bien de los países más pobres a los más ricos. A esto debemos añadir, las situaciones de irregularidad por las que atraviesan muchos de los niños que emigran a otros países o a otros continentes, así como la precariedad laboral que lleva a la explotación laboral de esos niños. La marginalidad de la infancia es un fenómeno esencialmente urbano, teniendo una especial relevancia en los países empobrecidos o en vías de desarrollo. Niños que no tienen seres queridos, tampoco un hogar, viven totalmente solos y desprotegidos.
Los niños de la calle son niños que viven en las aceras o en las cloacas, siempre en la periferia de las ciudades, niños que buscan y rebuscan en las basuras comida o algo para revender. Se les ve de un lado a otro de la ciudad mendigando y pidiendo para su supervivencia. La calle forma parte de su medio, pero son niños vulnerables, no solo viven en la miseria, suelen ser maltratados, explotados, abusados o ser víctima de trata. La calle es un espacio anónimo, impersonal y vacío, donde miles de niños, están expuestos a la intemperie de una sociedad que no quiere ver, que pasa por alto su terrible situación y no atiende a sus necesidades. Son los hijos de nadie, hijos de nuestra indiferencia, desechados a pesar de todos los avances en justicia social, el producto siniestro de nuestro fracaso solidario y humanitario.
En cuanto a las cifras en el mundo entero, según los informes del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), son alrededor de 100 millones los menores abandonados, de los cuales 40 millones pertenecen a Latinoamérica. El resto, prácticamente todos, viven en Asia y África. En Europa en número de niños en la calle es menor, pero también son una realidad sangrante. Niños con la sonrisa congelada y la alegría olvidada, sobreviviendo de las migajas, la prostitución y la violencia. El drama de las guerras aumenta el número de niños desplazados que buscan un lugar para poder vivir. Pero ahí están las malditas mafias que se aprovechan de su vulnerabilidad, para explotarlos sexualmente.
En nuestro país, Cáritas en su Informe sobre personas sin hogar de 2020, nos recordaba que hay más de 1.000 niños, niñas y adolescentes que viven en familias sin vivienda habitual; y unos 7.300 jóvenes entre 18 y 29 años, muchos de ellos jóvenes ex tutelados que salen de los centros de menores sin un alojamiento alternativo. Muchos niños inmigrantes que viajan solos acaban en la calle o en manos de las mafias. Cáritas nos recordaba que debemos avanzar a una sociedad de los cuidados, donde protejamos la vida de cada persona, y en especial la de las más vulnerables, y recuperar valores como la solidaridad, la justicia y la empatía. Es muy importante la colaboración de los poderes públicos con todas las entidades sociales que trabajan con las personas más vulnerables.
En un día como hoy, es necesario visibilizar la situación de muchos de esos niños en el mundo, en nuestro país o en Europa. Pero también para tomar conciencia de su situación y de nuestra humanidad perdida arrojada al consumismo y a la indiferencia. Los niños de la calle son los más vulnerables al no estar protegidos, siendo no solo blanco de las redes de explotación sexual, también para el tráfico de drogas y de órganos. Ningún niño en su vulnerabilidad debe ser invisible a los ojos de nuestra sociedad.
No son los pobres los que causan la pobreza, sino los procesos económicos y sociales ineficaces, con modelos incapaces de evitar el hambre y el abandono. Sistemas económicos que tiran al mar o queman los excedentes para conservar los precios al precio del hambre de muchos pueblos. Para lograr un cambio en el modelo de sociedad deberíamos poner en cuestión dos dogmas actuales: creer que el bienestar de la mayoría del mundo occidental, en el futuro será alcanzable por todos; en segundo lugar, preguntarnos si es viable nuestro nivel de vida. El desarrollo social debe ir unido a un desarrollo cultural, económico, ecológico y también espiritual.
Se necesita también, un nuevo modelo de solidaridad. Con esto queremos decir, sin liberar a nadie de sus responsabilidades, que se deben introducir nuevos valores, no solo en beneficio de la población excluida, también de toda la humanidad. Valores como la diversidad, la afectividad, la defensa de la vida y de los derechos humanos, el respeto a la naturaleza, el valor del voluntariado, etc. Un nuevo modelo de solidaridad en dos direcciones: ampliar el número de personas solidarias y por otro, movilizar políticamente a los pobres y excluidos, para que sean agentes de nuevas formas de actuar políticamente. La paz y la justicia, son muy importantes para conseguir una verdadera humanización de la vida.
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