Acaba la Semana Santa y volvemos con algunas reflexiones a cuestas. Me da pena que se pierda la espiritualidad de los antepasados de Castilla y León en los jóvenes. Yendo a los oficios y a la vigilia en Moralina de Sayago y en Muga lo puedo entender.
He procurado que mis hijas conocieran la religión Católica yendo al colegio Calasanz donde también estudié yo. Por ósmosis no sé si habremos transmitido algo bueno. Incluso hemos viajado con la familia a Tierra Santa. Esa Jerusalén que trágicamente ponía nombre a la película del Reino de los Cielos.
Pero cuando estos días he escuchado a curas jóvenes con sotanas negras predicar pesadamente, sin pasión y sin recibir ningún tipo de trascendencia me sentía un poco ofendido. Hablando por hablar más de dos horas cuando hasta el papa ha pedido homilías cortas.
Es difícil incitar a los jóvenes a creer de esta forma. Estoy de acuerdo que hay que mantener los ritos de los pueblos. Las procesiones de pueblos y ciudades me parecen acontecimientos culturales a apoyar y conservar.
He visto que en las procesiones, sí se mezclan las generaciones y no sólo en la de los borrachos de Zamora, también llamada el Cinco de Copas que sale a las cinco de la madrugada del Viernes Santo.
El día a día de la Iglesia debe cambiar, no trasmite a los jóvenes. Por otro lado la Iglesia somos todos no sólo los curas y los obispos. El mensaje debe trasmitir vida y no puede haber mensaje más humilde que se ha adulterado. Este papa puede sonar humilde, cercano y social. Pero yo creo que la mayoría de obispos y curas no. Predicar con el ejemplo es algo básico. Siempre hablo de la buena labor de la Iglesia en muchas misiones de países en vías de desarrollo, en educación, etc. Pero no puede sonar a frivolidad y superioridad moral.
No me suena a la Fe que reconocía en mi padre cuando iba a morir. Ni a la de las películas de siempre en Semana Santa, ni a las vidas de Santos. No se puede desligar la fe de las obras y la sunción de riesgos por los más vulnerables.
En Londres el lunes me emocionaba con mis hijas en Camden town, ante la estatua o el pub que frecuentaba Amy Winehouse y nos llevaba a ver su documental juntos en familia. Una vida rota pero que sus canciones transmitían una sensibilidad desgarradora.
Pero sí llevé el Cristo crucificado en la procesión de la Soledad de Moralina de Sayago. Lo he hecho desde pequeño después de leer la novela de Camilo José Cela en la que Pacual Duarte llevaba un Cristo a cuestas a pesar de su terrible vida. Bonita redención.
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