Acaba la Semana Santa y comenzamos la Semana de Pascua. Son muchas las veces que empleamos el vocablo “semana” sin pararnos a pensar de dónde viene. De entrada, las medidas de tiempo más corrientes (día, mes año) tienen su origen en la astronomía, pero la semana no corresponde a ninguno; simplemente significa siete días, de ahí la raíz etimológica “sept”. Algunos historiadores afirman que los babilonios aplicaron a los siete días el nombre de planetas y astros conocidos en su época y tenidos como dioses (Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Saturno y Sol). Con la aparición de la religión, Saturno fue sustituido por el día hebreo “Sabbat” y el Sol fue sustituido por el latín “Domenicus Dies”. En los textos sagrados más antiguos ya se habla de que Dios creó el mundo en seis días, y al séptimo descansó.
En nuestra vida diaria, empleamos a menudo el término semana para indicar cortos periodos de días dedicados a una misma actividad. Así hablamos de Semana Trágica, Semana Blanca, Semana de Feria. Semana de Moda, Semana de Cine, etc. y la más actual para los creyentes, Semana Santa.
En la Iglesia Católica existen cuatro tiempos litúrgicos llamados “Fuertes” :Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. La Semana Santa comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Resurrección, o Domingo de Pascua.
Desde que el hombre habita la Tierra, siempre ha creído en un ser superior que, visible o no, ejerce influencia sobre su vida, su familia, su salud, sus bienes, etc. Ningún máximo dirigente ha dejado de reconocer que hay algo que escapa a su poder, o alguien que se lo ha facilitado. Las personas no creyentes con demostrada formación cultural, aunque renieguen de cualquier religión, reconocen la superioridad de alguien al que han copiado sus ideas o su forma de actuar.
El cristiano se llama así porque cree en Cristo. Y lo hace voluntariamente. Quienes critican el sacramento del Bautismo, alegando la falta de consciencia del bautizado, olvidan que, ya de adulto, es libre de seguir ese camino o abandonarlo. Nadie es perseguido por ser ateo.
Las personas que integran todas las religiones tratan de organizarse según lo que indique su propia fe aplicada a los problemas de cada día. Lo mismo que el hombre emplea las estructuras para mejorar su vida, también puede usarlas para perjudicarla. Por contar con una estructura humana, la religión y la Iglesia se exponen a la corrupción de su verdadero cometido. Por eso, en sus componentes recae la responsabilidad de pelear contra cualquier tipo de perversión o corrupción que aparezca.
Cristo es el rostro de Dios y de los hombres y por eso tuvo muy clara su misión: pelear contra la imagen de la religión que pregonaban los israelitas de aquel tiempo, y, siguiendo la causa de Dios, tomar partido por los pobres y los excluidos.
Para los cristianos, que por el hecho de serlo nos reconocemos pecadores, la Semana Santa es un tiempo de reflexión y oración. Es una especie de preparación para pasar nuestra ITV ante el Señor. Seguro que tenemos fallos que debemos corregir y nada mejor que emplear esos días para ponernos en manos de los “mecánicos” que volverán a dejarnos como nuevos.
La llamada Semana de Pasión no tendría razón de ser sin la Pascua de Resurrección. Jesús no murió en la cruz para poner el fin al relato divino., murió para salvar a la humanidad, a los que le aman y a los que le odian. El fruto de aquella muerte lo recogemos cada día, y todas las semanas de nuestra vida. Pero algo debemos poner de nuestra parte. Dios no creó al ser humano para arrebatarle su libertad. Del mismo modo que somos muy libres de seguir desoyendo la palabra de Dios, hay muchos millones de personas que no le conocen y, para salvarse sólo necesitan hacer el bien. Aunque no lo parezca, todos nacemos con los mismos derechos, a todos nos ha dado Dios su amor de forma gratuita y en nosotros está la potestad de corresponder a esa generosidad.
En la actualidad, no corren buenos vientos para la humanidad. La raíz de estos males hay que buscarla en aquellas personas cuyos ideales trabajan para acrecentar su poder o para influir en las conciencias ajenas. Que el mundo sea más justo, depende de todos, pero es fundamental que quienes tienen la responsabilidad de dirigirlo sean conscientes de las muchas desigualdades que tiene. Con la voluntad de todos, existen suficientes recursos para que nadie pasara necesidades. Todo el mundo debería emprender el mismo esquema: hacer del tiempo una cadena de semanas que se emplearan en ir equilibrando esas desigualdades sin pausa. Lo que parece una utopía no es tal. De hecho, cuando se creó el universo, todos eran iguales y sólo los hombres han sido los responsables de llegar a la actual situación. Semana a semana, hagamos el camino inverso. Sólo hace falta voluntad.
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