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Ética y poética
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Ética y poética

Actualizado 03/04/2023 13:28
Charo Alonso

En la sutil, delgada línea, tenue frontera entre lo bueno, lo malo, lo certero, lo adecuado, lo legal, lo correcto, lo lícito, lo adecuado, lo moral, lo ético y lo estético intento escuchar el eco de lo que pienso. Y no hay más que silencio. Vénganos tu reino, todo lo acepto, todo lo entiendo, nada de lo humano me es ajeno o al menos, quería pensar eso, sin embargo, el estrépito del ruido, de la actualidad tensa como una piel dolorida, la novedad ahíta de ecos no me deja ni siquiera sentarme al sol de una certeza, ahí en la sillita de enea que según Octavio Paz era la felicidad.

A la puerta de la calle, donde el poyo de piedra, el paso del tiempo, la charla sosegada, el atardecer del lucero del alba y métete para adentro que hace frío que hasta el cuarenta de mayo… la plática tiene un no sé qué de escándalo y choteo. De pena pasada porque ¿Quién no ha perdido, no ha sufrido, no ha dejado por el camino aquello que desgarró el corazón donde habita la falta? Un hueco que cargamos como la cruz del Cirineo, con la ayuda del tiempo y del paso de los vientos, la ayuda de una antigua resignación cristiana y hágase tu voluntad ahora conjurada por el dinero, la facilidad que da la necesidad de otro, la magia del laboratorio capaz de congelar lo inevitable ¿Quién decide lo que ha de ser preservado de la muerte, lo que es lícito mantener no en el recuerdo, sino entre el cristal de un tubo que ensaya la eternidad, la aberración, el incesto…? Gestamos en países donde la necesidad es la virtud de quien puede pagarla y la moralidad, la ética, la modernidad nos imponen un ambiguo sometimiento.

Hay un foro de la calle donde se oye la actualidad envuelta en el sol que nos calienta, ahí en el encuentro fortuito, en el tema que no cesa. Y alrededor de las cifras, los deseos, la falta, la lástima… el sentido común se impone como un gesto: Yo ya no estoy para eso, cada cosa tiene su edad. Su edad y su misterio. Su espacio y su derrota, su falta y su soledad inevitable, su precio y su concierto. Y todo en la plaza pública, la pira no privada, la exhibición impúdica del daño y de lo incierto.

A cada cosa, su tiempo. Es el sentido común de los mayores, el punto y final de la polémica. Cuántos niños tras la guerra se compraron y vendieron, cuántos se dejaron en otros brazos quizás más amorosos o pudientes, cuántos se arrebataron a la fuerza. Niños siempre al servicio de la historia, expósitos del laboratorio. Hijos de un deseo atroz y ciego, huérfanos del sometimiento. A cada cosa, su tiempo. Y ahí donde me falta, allí en esa frontera entre lo ético, lo lógico, lo bueno, lo correcto, pongo la incertidumbre como un mantra. Y me dejo llevar por la silla al sol, las voces y los ecos. Todo al final es un problema de dinero. Y sobre todo, lo más cierto: a casa cosa, hija mía, a cada cosa, su tiempo.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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