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Sin hogar
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Sin hogar

Actualizado 29/03/2023 09:46
Raúl Izquierdo

Como muchas noches, Paco coloca de forma escrupulosa los trozos de cartón que le servirán de colchón. No es tarea fácil, puesto que el frío atenaza sus manos y el suelo es demasiado rígido, aunque sus huesos ya se han amoldado a dormir en donde se pueda. No está la cosa para elegir y Paco, acepta su situación de forma resignada. Coloca unas bolsas de plástico como almohada y se tapa con un abrigo que le sirve de manta y de lo que haga falta. Al cabo de un rato cae en los brazos de Morfeo y comienza a soñar. Paco sueña dormido pero también sueña despierto, con un futuro que de momento no existe y un pasado que idealiza. Del presente, mejor ni nombrarlo. Los sueños de Paco, como los de todos, son libres y no están sometidos a normas ni a límites. Por eso le gusta tanto soñar, porque puede volar a donde quiera y con quien quiera.

Antes de quedarse dormido ha podido tomarse un café caliente por la generosidad de algún voluntario que se lo ha ofrecido. Bendito brebaje que le sabe a gloria y que se bebe acompañado con un rato de conversación. Alguien que se ha interesado por é, le ha llamado por su nombre y le ha hecho sentir persona al menos durante un rato de ese día. Paco suele pasar hambre, que a veces sacia con un bocadillo o una pieza de fruta, pero tiene otro hambre que es más perenne. Hambre de ser tratado como un ser humano, de que le reconozcan su dignidad y que le respeten. Paco tiene nombre, apellidos e historia. No es invisible, aunque a veces siente que nadie le ve. Y está cansado de escuchar las letanías de los dignos e intachables ciudadanos:

  • No le des dinero, que se lo gasta en drogas
  • Está loco, cuidado con él
  • Él se lo ha buscado
  • Como no quiere trabajar…

Otras veces, percibe las miradas de indiferencia, de miedo o de asco y los rostros se vuelven hacia otro lado. Etiquetado, estigmatizado, juzgado y condenado. Es una amenaza y un peligro. Estéticamente, afea una ciudad tan monumental y no hace juego con la dorada piedra de Villamayor.

Pero no siempre vivió así. Hubo un tiempo en el que Paco tuvo familia, trabajo y rostro. Pero algunas malas decisiones y algunos acontecimientos de la vida inesperados, le hicieron acabar sin nada siendo un nadie. A veces pasea por la ciudad arrastrando su macuto con algunas prendas y objetos, y la que más le pesa, su mochila de recuerdos vivos, de culpabilidades, de añoranzas perdidas en el tiempo que pasa y sigue dejando marca. No, el no buscó esta situación, pero acabo metido de lleno en ella.

Paco despierta en cuanto los primeros rayos del sol le acarician el rostro demacrado y con barbas de varios días. Todavía es muy pronto y tiene la sensación que la ciudad no ha madrugado tanto como él. Siente frío. Se incorpora, toma un poco de zumo de un tetrabrik del día anterior y prosigue su camino rumbo a ningún sitio. Volverá a intentar ir al albergue de turno, pero sabe que tiene solo un tiempo limitado. Y mientras deambula, sigue soñando con tener un hogar donde calentarse las manos y el corazón, donde sentir que es parte de otros, donde amar y ser amado. Y sueña con tener otra oportunidad, y con alguien que le abrace al llegar a casa. Sueña con un trabajo, aunque no sabe muy bien haciendo qué.

Se para en un semáforo. Una niña pequeña va de la mano de su mamá, quizás camino del colegio. La niña le mira y le sonríe, o eso le parece a él. Y con eso le basta hoy a Paco para seguir teniendo esperanza en medio de la oscuridad del miedo y la incertidumbre. Y Paco sigue soñando…

Mi reconocimiento y agradecimiento a todas las mujeres, hombres e instituciones que trabajan y se ocupan de las personas que no tienen un hogar y que viven y duermen en medio del asfalto, como pueden y donde pueden. Que haya personas que todavía están en esta situación (y son muchas más de las que quisiéramos saber) es un fracaso de todos como sociedad. Fracaso estrepitoso y vergonzante. Aunque miremos hacia otro lado están ahí y son parte de nosotros. Cualquiera podríamos vivir eso algún día…

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