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Buscad la santidad de esta semana
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Buscad la santidad de esta semana

Actualizado 29/03/2023 07:58
Tomás González Blázquez

Su madre conservaba todo esto en su corazón (Lucas 2, 51).

Anoche, durante el Vía Matris popular que abre la Semana Santa salmantina, lo contemplábamos como tercer dolor de María: la angustia por el Niño perdido en el templo de Jerusalén. En los días que tocara a largo de la novena a la Virgen de los Dolores en la Vera Cruz lo hacíamos como quinto misterio gozoso del rosario: la alegría por el Niño felizmente hallado, Jesús recuperado, Jesús de algún modo resucitado. Es la paradoja de la Pascua: de la muerte a la vida a través de la Cruz. Es la esencia de esta semana verdaderamente santa, del dolor al gozo, de la angustia a la gloria, tan grande como para conservarlo todo donde sí hay espacio: en el corazón.

Admito que llegaba a esta Semana Santa varios puntos por debajo del vigor espiritual que me gustaría, pero me pasaba, una vez más, por tirar de mis esquemas antes que fiarme de los que Dios tiene para cada uno, esos caminos vírgenes del verso de León Felipe. Quizá no había reparado lo suficiente en que para Tomás y Elisa va a ser su primera Semana Santa. Por primera vez están colgadas en casa un Sábado de Pasión, junto a las nuestras, sus blancas túnicas de cofrades de la Vera Cruz, con sus capas azules (¡somos azules!) y sus esclavinas que ya suenan a campanillas de Resurrección, porque esta historia termina bien. Basta mirarlas para encontrar santidad, la de su inocencia de niños, nada más empezar la búsqueda. Imagino otras túnicas de otros pequeños cruceros, como las moradas de Vega y Sergio, en la vecina Zamora, e imagino la corneta de Óscar y el tambor de Sandra en Tordillos, y también así se me eleva el ánimo, porque jamás se puede llegar triste a las puertas de un día tan brillante como el Domingo de Ramos, un día estupendo para conocerse hace ya veintiocho años (¿verdad, María Teresa?).

Sin olvidar todas esas vicisitudes de adultos, miserias humanas en las que a menudo caemos y algunos casos que recordar no quiero, sigo buscando la santidad de esta semana, y la encuentro, cuando pienso en cuantos han decidido, precisamente en este 2023, unirse a alguna de nuestras hermandades, de las miles de cofradías que en España llevan a las calles estos días la noticia de que Cristo ha muerto y resucitado para la salvación del mundo. En el mismo trance, sin salir de su casa, los cofrades ancianos que ya no pueden procesionar, los enfermos que harán doble penitencia, los trabajadores que cultivan la devoción cumpliendo la obligación, las monjas de clausura que se unen en plegaria (esta noche, sin ir más lejos, por la iniciativa de la Franciscana). Con el corazón encogido, recuerdo a los cofrades que este año ya verán desde el Cielo, así lo espero, lo que aquí ocurra. ¿Cómo no va a haber caminos de santidad en estas personas? Basta buscarlas y fijarse.

La veo al leer las leyendas de Jesús (ese Ecce Homo de San Adrián pide cofradía) y al mirar la foto de WhatsApp de Teresa, siempre la Esperanza que cruza el Duero, como nosotros cada día. La oigo cuando su tocaya, entre radiografía y radiografía, pone Cristo de la Sangre o El Dolor de una Madre, y cuando escucho Juana de Arco recomendada por Gustavo. La huelo en el incienso que ha preparado Álvaro en la capilla dorada, en la impresión reciente de las revistas que me guarda Javi y en el laurel ya listo para ser bendecido mañana. La gustaré, a conciencia y con delectación, en las torrijas que ha prometido mi madre, mientras añoro cuando la saboreaba en los cafés con Alberto. La he tocado, untados mis dedos, en la cruz recién llegada a la piel de Esther, compañera de guardias y de tertulias semanasanteras en las que Ana tiene mucho que apostillar. La siento en Cieza por Juan, y en Segovia por Dani, y en León por Carlos, y en Hondón de las Nieves por Elena, y en Plasencia por Bea, y en Bercianos por Rosa, y en Vitigudino por José Ángel, y en Valladolid por Javier, y en Ferrol por Anido, y en Écija por Marta, y por supuesto en Carrión de los Condes. Me la he querido proponer, como anhelo y tarea, de quintilla en quintilla cada día de la novena, soñando con llenar los banzos para que nuestra Madre, la Dolorosa de las siete espadas, salga sobre nuestros hombros en el Santo Entierro.

La búsqueda progresa de nombre en nombre y cada uno me remite al del Nombre sobre todo nombre, al Santo entre los santos, Jesucristo. Su imitación es la propuesta de esta semana, perenne llamada que entiende de pecados humanos porque la Gracia divina los vence. Esa victoria es la que se celebra en la Liturgia, acción de Dios en el mundo, y con las mismas raíces, se traduce a otros lenguajes que traspasan las puertas de los templos. Por eso, conmigo, buscad...

Buscad la santidad de esta semana

y encontradla en el Árbol de la Vida,

enredada en sus brazos, escondida

mientras llega la Luz de la mañana:

la que a los hombres con su Dios hermana,

la que es cicatriz para la herida,

con el aceite del bautismo ungida

y el pregón de la Pascua por diana.

Buscadla el Lunes en la Compañía

y el Viernes en la tumba acristalada;

halladla blanca, manto de Alegría,

Sepulcro abierto, Ángel de alborada

cuando el Domingo diga su poesía:

¡Cruz gloriosa, triunfal, resucitada!

En la fotografía, La Dolorosa de la Vera Cruz

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