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Los cristianos somos minoría
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Los cristianos somos minoría

Actualizado 22/03/2023 07:54
Antonio Matilla

Muchos cristianos conscientes suelen decir que la Iglesia está llamada a ser un pequeño rebaño, sin apenas fuerza ni influencia en la vida pública, política, económica y cultural. Y así es en verdad en muchos países, pienso por ejemplo en Mongolia, en Rusia y en varios de los países del antiguo imperio soviético; de Corea del Norte no podemos ni hablar, por el hermetismo propio del régimen, más que pasado de moda, o no tanto, sino más bien a la moda de grandes países totalitarios o neototalitarios, como China o la Federación rusa, que ejercen poderosa atracción sobre grandes y antiguas naciones, o más modernas, por recientemente descolonizadas, de América Latina o de África.

En Oriente Medio y, en general, en los países de mayoría musulmana, las situaciones son muy variadas, pero casi ninguna buena, y los cristianos se ven forzados a la emigración por ser tratados como ciudadanos de segunda, o directamente amenazados con grave peligro de sus vidas, ante el explosivo crecimiento de la violencia fundamentalista, reciclado estos últimos decenios con nuevas tecnologías, pero un fenómeno que en realidad hunde sus raíces en las luchas fratricidas dentro del Islam naciente.

En el ámbito de las grandes democracias, desde Canadá y Estados Unidos, pasando por Australia y la Unión Europea, también las Iglesias cristianas se están viendo relegadas a un segundo o tercer plano, y la propuesta antropológica y cultural cristiana, como otras muchas, corren grave riesgo de cancelación, es decir, de expulsión del ágora pública, ahogadas por la potencia mediática y propagandística de lo políticamente correcto, cada vez más en boga, desarrollado, justificado y sostenido por algunas de las universidades más punteras en el ranking mundial, casi todas ellas norteamericanas.

Y, puesto que parece que los cristianos, concretamente los católicos, somos minoría ¿qué podemos hacer? ¿qué debemos hacer?

Más o menos lo que hicieron los primeros cristianos: atarnos bien las sandalias de la fe. ¿Y cómo hacerlo? Tomándonos en serio nuestro encuentro personal con Jesucristo, porque de esa experiencia emana y mana todo lo demás: nuestra antropología (¿cómo debemos entendernos a nosotros mismos? ¿nos creemos de verdad que somos imperfectos y pecadores, pero pecadores redimidos?); de esa experiencia de encuentro personal con Jesucristo se deriva también nuestro sentido de la moral y de la ética, que puede orientarnos en las cosas prácticas de la vida; del mismo modo, la doble dimensión del amor cristiano, hacia Dios y hacia el prójimo) está en el origen de nuestra cosmovisión y de nuestro compromiso cultural, social, económico y político. Y una cosa previa y muy importante: la Encarnación de Dios da sentido a nuestra vida, a nuestros pensamientos, deseos, ilusiones, proyectos y estabilidad a nuestra psique; por cierto, los enfermos mentales también tienen derecho a creer en Dios y a dejarse amar por Él.

Somos minoría, sí, y muy minoritaria en muchos lugares del mundo, pero también los primeros cristianos eran una pobre, excluida, perseguida e ínfima minoría y consiguieron cambiar el mundo antiguo hasta el punto de que los poderes públicos se dieron cuenta de que los cristianos eran malos enemigos –tan malos como que no eran ni siquiera enemigos- y que esos “no enemigos” tenían un potencial social que no era inteligente despreciar, sino que convenía apropiárselo. Pero “el mal” ya estaba hecho y desde el siglo IV en adelante siempre hubo cristianos que seguían creyendo que Jesús era el Señor y, por tanto, los “señores” de este mundo eran como mucho provisionales y, desde luego, de ningún modo eran dioses, ni merecían adoración y eran criticables desde la experiencia del Evangelio. Había que obedecerles y pagar los impuestos, igual que ahora, pero eran por definición “renovables” y sustituibles.

Los grandes santos (los apóstoles, San Pablo, los Padres de la Iglesia, y muy especialmente los y las mártires) tuvieron gran importancia en el asentamiento de las comunidades cristianas, pero tengo para mí, y así lo avalan recientes y antiguas investigaciones bíblicas, que las verdaderas protagonistas fueron las familias cristianas que, sin poder político o económico o social, fueron contagiando el amor cristiano a los vecinos, amigos o enemigos o simplemente vecinos, especialmente hacia los más pobres. En un mundo tan pagano como el nuestro, aunque con menos tecnologías, su capacidad de contagio, de transformación y de cambio social y cultural se basó en una frase recogida por Tertuliano, allá por el siglo II: “Mirad cómo se aman”.

Y eso quedó aún más claro con el advenimiento de la democracia que, con mucha dificultad, fue surgiendo en la Cristiandad y no en otro sitio. Pero de estas cosas quizá convenga hablar otro día, por ejemplo, cuando se vayan acercando las Elecciones.

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