Soy proclive a apuntar cosas sin contexto en los márgenes de mis apuntes. A la vera de un busto barroco encuentro: “apuesta por hablar”. En mis notas del móvil aparece “la clave está en percibirlo”. Y en un chat conmigo mismo, signo innegable de la voluntad comunicativa a pesar de ser un mensaje muerto, “el color se quema de ausencia”. Aunque olvide qué camino tomaron las palabras para figurar ahí, aunque no sepa verdaderamente a qué se refieren, en algún momento me pertenecieron.
Hoy he encontrado “todo al verde”. He supuesto que está ligada a un recuerdo del verdor primaveral que me asaltó viendo una obra en el recientemente inaugurado Museo Diocesano. Quizás pensaba en las cortinas que servían de telón para la Coronación de la Virgen de Fernando Gallego. O en el manto de un San Juan Bautista. Puede que me refiriese a los tallos de las azucenas recogidos en un hermoso florero. O en la declaración de intenciones de la luz atravesando los vitrales verdes y desparramándose por el Cristo y la Samaritana de Agustín Casillas. Me quiero decantar por el verde en una alegoría de las tres virtudes teologales—Fe, Esperanza y Caridad—un óleo sobre tabla del siglo XVIII. Son representadas formando una composición piramidal. La Fe se encuentra en la cúspide presentando una custodia que no ve con los ojos y, a sus pies, la Caridad y la Esperanza responden con arrobo a la luz radiante que mana del ostensorio. La representación de la Esperanza guarda el anonimato de una brizna de hierba. Debe entenderse acompañada. No es necesario buscar su rostro, podemos prescindir de su belleza para centrarnos en la sensibilidad de aguardar. Aquello que forma la espera debe asimilarse a un desconocimiento sobre lo que verdaderamente se requiere. Simplificamos este sentimiento como una necesidad, cuando verdaderamente queremos decir deseo la necesidad, esto es, el atarse voluntariamente a una confianza en lo ajeno, infundada en el mejor de los casos. Por ello he renunciado a buscar un rostro que hable por este ideal, porque no me creo en el derecho de responder con la ingratitud de la palabra, limitante en este caso. La descripción de su identidad conllevaría olvidarse de su compromiso con un destino primordial. La persona que espera algo sin fecha de caducidad sabe que está vinculada con un castillo en el aire y se deleita paseando por un delicado jardín de ilusiones. La esperanza tiene un sentido puramente constructivo. Traza la vía, pavimenta el camino, delimita los errores y aciertos. El que espera, anda acompañado. “Todo al verde” debió de significar para mí una confidencia con este color o, mejor dicho, una reconciliación con la paciencia.
El reencuentro con mis apuntes rápidos es para mí la consecuencia de un afán por devolverme al lugar y a la experiencia. El verde que vi no es el mismo que sentí, pero tampoco lo es el que recuerdo. Admito que ese verde vivió y murió en el mismo instante que lo aprecié. También debió pertenecerme. Pero el verde del que hablo ahora no es más que espera. Y yo espero aprender, reflexionar sobre colores y tener la ligereza de encontrarlos incólumes al hablar de ellos.
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