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Las ramas y flores del cerebro humano
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Las ramas y flores del cerebro humano

Actualizado 17/03/2023 07:57
Mercedes Sánchez

Una parte muy importante se nos da, dádiva del cielo, como un legado, con sus limitaciones y potencialidades, con sus debilidades y fortalezas, como un terreno regalado del que, para siempre, somos únicos dueños.

Allí, en esa tierra igual a otras, se va guardando cada caricia, cada beso, cada paso, cada cosa que tocamos, como un tesoro, cada palabra escuchada y cada tono que nos hace.

En esa parcela de ingenio vamos sembrando, al principio sin saberlo, cada rima que la vida nos ofrece. Todas esas experiencias, como en una hucha, quedan alojadas, y a la vez modifican su estructura en constante intercambio. Pero para llegar a ese espacio, patrimonio inmaterial, cada estímulo recorre su camino. Los ojos ven, las manos tocan, las fosas nasales huelen, los oídos escuchan, el paladar desgrana los sabores. Todos los sentidos, de forma acompasada, transmiten lo vivido con impulsos eléctricos, que viajan por esas autovías de proteínas y neurotransmisores a la increíble velocidad de 360 km por hora. Los movimientos de nuestro cuerpo desarrollan otros caminos. El lenguaje, infinito mundo de posibilidades. Todo lo que vivimos, todo lo que hacemos, todo, se deposita en ese banco de ahorros. Lo que vamos conociendo, cada idea, cada pensamiento, nos hace reflexionar y ahondar, cada inquietud nos invita a buscar respuestas una y otra vez.

Lo que ocurre en el medio externo entra en nuestro organismo, se transmite a través del servicio de mensajería de las neuronas, (cada una puede realizar miles de conexiones) que también comunican entre sí la actividad interna de nuestro cuerpo, y el riquísimo sistema nervioso lo controla y lo organiza todo, como un gran director de orquesta altamente cualificado, con su propia partitura.

Esos neurotransmisores realizan intercambios con músculos y glándulas, regulan el ritmo cardiaco, el estado de ánimo, el placer, la memoria, el recuerdo, los afectos…

La red de nuestro cerebro cada vez es más tupida y extensa, es un árbol al que le van saliendo ramas, y cuanto más se cuida y se cultiva más ramas crea, más bifurcaciones, más enlaces entre ellas. Se pensaba que a partir de cierta edad ya no había posibilidad de crecimiento, pero las investigaciones que lo estudian han demostrado que, si se abona, este árbol regalado puede llegar a generar, cada día, 1.400 nuevas neuronas, que guardan en su soma su alimento, que reciben los impulsos a través de sus dendritas, y que extienden sus axones como brazos que se unen a otros brazos para transmitir y hacer crecer la red neuronal hasta un mundo incontable, infinito, en el que caben todas las vivencias, todos los sueños, todas las esperas, todos los procesos creativos, todos los datos, como un ordenador gigante, inmenso, especializado, pero con millones de flores que le brotan cada día.

El proceso de creación de ideas nos construye inmensamente humanos, y toda esa vegetación abundante y fresca, toda esa floración sumada a la de otros, nos hace crecer como personas, como ciudadanos de un mundo mejor.

Sobre cada uno de nosotros recae la responsabilidad de invertir esta valiosa herencia, esta dotación, sea la que sea, para mejorarla, cuidarla como el mejor tesoro que poseemos, nuestra mayor riqueza individual y colectiva.

Conocer nos permite acercarnos a otras ideas, a otras culturas, a respetar y a pedir respeto, a analizar, con cabeza, lo que sentimos, a ser más empáticos, más comprensivos, más cercanos. En definitiva, a extender nuestros lazos, nuestros brazos, nuestros axones, para transmitir lo que somos, para abrazar a otros e intercambiar todo aquello que, como personas, nos hace florecer.

Nos acompaña la música de Jim Chappell para celebrar 250 artículos con las personas que me leen y a las que estoy, siempre, tan agradecida.

Mercedes Sánchez

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