Más allá de las actualidades que tanto se nos subrayan; más allá de las reediciones de las cortes de los milagros, de las que tienen nostalgia algunos y que estos días se escenifican en la villa y corte; más allá de tantos ruidos y tantas furias como se nos retransmiten al segundo, hemos de estar atentos a ese otro tiempo más nuestro, más de todos, en el que vivimos y del que nos creamos la ilusión de ser sujetos de él, de dominarlo, cuando, en realidad, nos domina él y nos empuja, en ese tumultuoso río de la vida por cuyas corrientes somos llevados y arrastrados.
Pero no nos pongamos manriqueños. Todos estos días, estamos en ese tránsito tan hermoso del invierno a la primavera. Un tránsito que se nos manifiesta a través de varios signos, como la luz; las floraciones de árboles, arbustos y plantas; o ese apuntar de las yemas como anuncio de unas hojas inminentes, que nos darán sombra y nos aliviarán, cuando, bajo las ramas, podamos soportar mejor los calores estivales.
También aparecen estos días, como escondidas y secretas, como ruborosas y cobardes, las violetas, esas florecillas a las que el escritor romántico leonés Enrique Gil y Carrasco dedicara un poema emotivo y hermoso. Las violetas son símbolo de la delicadeza, con su aroma exquisito, de aquello que, escondido, se revela solo a quien sabe buscarlo, a quien se lo merece.
En nuestro pueblo natal, nuestra madre nos decía siempre que las violetas ganan su virtud el día de San José y la pierden en la fiesta de la Encarnación, o de la Anunciación; esto es, se trata de una virtud caracterizada por su brevedad, de apenas algunos días de duración: del diecinueve al veinticinco de marzo.
Y ya que citamos la encarnación, no habríamos dejar de aludir a lo que es el espacio intermedio, esto es, el espacio de la manifestación, ese territorio del hágase, que requiere anuncio y aceptación. Es el espacio intermedio el ámbito en que se cumple la misión y la función de la palabra.
Y volvemos a la anunciación: misterio religioso, pero también motivo artístico. No es casual que se haya cultivado tanto en los tiempos medievales (sobre todo, a través de los relieves escultóricos en catedrales e iglesias), como en los modernos.
Desde el arranque del renacimiento y hasta casi hoy mismo, los pintores, muchos pintores, se han aventurado a plasmar el tema de la anunciación. Ahora nos vienen las imágenes de la anunciación de Fray Angélico, ese cuadro majestuoso y hechizante del Prado, o la de Dante Gabriel Rosseti, el prerrafaelista inglés, que volviera a plasmar el misterio a mediados del siglo XIX.
Hemos de saber disfrutar de estos días en torno al equinoccio primaveral. Acaso leyendo algunos poemas, para conmemorar el día de la poesía, que, justamente el 21 de marzo, se celebra en todo el mundo. Porque la poesía es uno de los patrimonios más altos y más hermosos y conseguidos del ser humano, porque es palabra reveladora e iluminadora de lo que somos y del mundo en el que habitamos.
Azorín homenajeaba a Mariano José de Larra con unas violetas. Estos días, podemos contemplarlas en las umbrías húmedas, en los robledales entre la hierba…
Ojalá nos sirvieran de talismán contra el ruido y la furia, contra esas nostalgias estériles de la corte de los milagros. Ojalá nos trajeran aromas nuevos, que nos llevaran hacia la claridad y hacia el futuro.
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