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La trastienda de la cuaresmería
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Calle de la Fe s/n

La trastienda de la cuaresmería

Actualizado 16/03/2023 08:18
Tomás González Blázquez

No es necesario esperar a lo que habrá de suceder, ni tampoco aguardar a lo que tenga que ocurrir, para seguir dando pasos en esta cuaresma como un tiempo verdadera y misteriosamente favorable, aunque no falte el dolor ni sobre la paciencia. En medio de una sociedad secularizada, ignorante ya de cenizas y desconocedora de palmas que en cenizas devendrán, la cuadragésima es sigilosa, interior, expeditiva en los adentros, tan larga como los recovecos infinitos del alma y tan profunda como la voz de la conciencia, la que Newman, converso y santo (o casi viceversa), llamó "el primero de los vicarios de Cristo".

No como reacción, sino como esencial misión, hacia las afueras queda la cuaresma sugerida por las cofradías. Parecen muchas y desordenadas sus propuestas, sin un calendario que las armonice, un conjunto disjunto aunque tengan Junta y hasta Coordinadora a ratos. Porque en una Semana Santa media tirando a pequeña como la de Salamanca bien podría cuadrarse una cuaresma externa mejor ensamblada. Mimbres hay, sobre todo el loable esfuerzo de muchas personas, para un escaparate aún más atractivo y apegado al contenido fundamental que se anticipa, la Pascua. La modesta cuaresmería que con desigual grado de ilusión y compromiso abrimos durante estas semanas los variopintos cofrades salmantinos tiene su trastienda, ese almacén donde se guardan las fuerzas para lo que viene y se toma aliento para lo que se aproxima, sin dejar de sentir que estas mismas vísperas son un tiempo favorable.

Pensamiento. El que ve en lo escondido ya lo sabe pero también sabemos que a Ella, a la que une en su Viernes de Dolores las orillas de la cuaresma y la Semana Santa cuando pasa, tan justa, bajo el dintel de la Vera Cruz, una espada (¡siete!) le traspasa el alma “para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 35). La cuaresma nos va desnudando el pensamiento y, mientras tanto, nos arropa y nos consuela. No es infrecuente que demos muchas vueltas a la idea (ya obsesión) pero pensemos poco, como un círculo vicioso que rehúye el camino, temeroso del horizonte, nostálgico de lo que no volverá. Es hora de afrontarlo, descalzos al comienzo pero sin olvidar esos calcetines pendientes de estrenar el Domingo de Ramos, pues nuestros pies apasionados no están solos, sino que encuentran compañía disfrutada, cercanía deseada, agua que los refresca.

Palabra. De nuevo el origen. Porque “en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1, 1). Palabra definitiva que se traduce, en todos los idiomas, como amor hasta el extremo. De Pascua a Pascua: de lo escuchado en la mañana del día de Navidad a lo que celebraremos en ese triduo santo del primer plenilunio primaveral. La cuaresma va hilvanando palabras de poema en poema, como los que, inducidos y cuidados por Isabel Bernardo, preguntaron “¿Tú quién eres?” al Despojado el pasado día 7, y también como los que el próximo día 26 serán dirigidos por Francisco García Martínez al Cristo de la Agonía Redentora. Se hacen guía y sostén de homilía en homilía, como las de fray Enrique Mora que tanta miga tienen. Las embellece mecidas en la música, muy singularmente en el salmo penitencial, el Miserere de Doyagüe que este domingo se asoma a la Catedral, de la mano (y la voz) de Antonio Santos y compañía. Las despliega en las diversas revistas semanasanteras, unas en papel y otras limitadas a lo digital, que conforman una hemeroteca más que apreciable, incluso haciendo hueco, como lo hará Christus, a un álbum familiar donde rastrear el primer vestigio de una nueva familia cofrade, y hasta aquí puedo escribir. Las traerá al Lunes Cofrade de pasado mañana en Calatrava, cuando Tomás Durán nos guíe a través de los apellidos/advocaciones de Aquel que tiene el Nombre-sobre-todo-nombre. Las engarza pregón a pregón, aunque se simultanearan el Joven de Jennifer Plaza en San Sebastián y el de Amor y Paz de Marisa Beltrán en la catedralicia Santa Catalina; esta tarde es el turno de Félix Torres, que lo bordará en Valladolid. Me gustaría mucho que del oficial, el del Liceo del día 28, dijéramos que lo pronuncia Carlos García, pero decimos que lo da el alcalde.

Obra. El domingo pasado, el de la Samaritana, rezábamos con el salmo 94 aquello de “no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. La obra definitiva de Dios es el abrazo a la Cruz, que el Resucitado enarbola como bandera victoriosa. A menudo me pregunto si esta obra tan grandiosa no la velamos tras nuestras pequeñas hazañas, si no la postergamos cuando nuestra vanagloria nos tienta y, sí, nos endurece el corazón. No hemos hecho nada noticioso ensayando para luego salir llevando el paso, cual entrenamiento de la sacra olimpiada anual, ni firmando una banda como quien presenta un fichaje. Nos vendría bien, empezando por mí, acercarnos con discreción a las ventanas de la calle sin puertas, la de la Fe, para simplemente contemplar, admirar, dejarnos enseñar. Por ejemplo, una ventana como la que Jesús López nos señala en el cartel del 75º aniversario de la Hermandad de Jesús Flagelado: enhorabuena, hermanos, y también a los de la Universitaria. El discurrir del Cristo de la Luz el sábado pasado por la calle Balmes, tan cerca de la fuente de aquellas noches, cual pozo de Sicar, aunque sólo pudiera verlo a través de vídeos y fotografías, fue para mí un manantial de ojos verdes y una caricia de manos alargadas. Una verdadera y bella obra buena.

Omisión. El gran ausente es el que fue vencido en la Cruz. El omitido, oculto u ocultado, ignorado, disfrazado: el pecado. Negar nuestra debilidad y nuestra caída nos hace más débiles y nos impide levantarnos. Pasa en este mundo sin pecado pero buscador de culpables siempre en frente, donde realmente el gran omitido no es tanto el pecado como el perdón. Se omite al vencido para omitir al vencedor, al Cristo de mirada indulgente y brazos extendidos, al Cristo de cadenas rotas y corazones restaurados, al Cristo de la estola morada en el confesionario, al Cristo que disculpa a sus verdugos y da toda su sangre para el perdón de los pecados, también los míos y los tuyos: “Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5, 21). Causa escándalo ungir sus pies con perfume y cubrirlos de lágrimas, invocando en silencio y de rodillas su misericordia. La que es eterna.

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