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Las costuras de la democracia
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Las costuras de la democracia

Actualizado 10/03/2023 08:07
Manuel Rodríguez Fraile

La democracia necesita una virtud: la confianza. Sin su construcción, no puede haber una auténtica democracia. Son palabras de Victoria Camps, filósofa española, senadora en las Cortes Generales y catedrática emérita de la Universidad de Barcelona.

La palabra clave, por tanto, es ‘confianza’; que en sociología y psicología social se define como la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada situación. Y siendo esto así, las preguntas son ¿Es posible construir esa necesaria confianza? ¿En qué personas o grupos debemos confiar? ¿En los políticos, en las instituciones, en las leyes, etc...? ¿Podemos confiar en lo que diga un señor como Ramón Tamames que pasa de ser miembro del Comité Ejecutivo del Partido Comunista, pasar a Izquierda Unida, después a Unión de Centro Democrático; para terminar encabezando una moción de censura propuesta por Vox? ¿Podemos confiar en una coalición de partidos, algunos de los cuales votará en contra de una ley aprobada por el propio Consejo de Ministros del que forman parte? ¿Podemos confiar en senadores, diputados, concejales, alcaldes, incluso en generales de la guardia civil que, presuntamente, roban descaradamente los dineros públicos que nos pertenecen a todos? ¿Por qué deberíamos confiar en ellos?

Tras las experiencias totalitarias del nacismo y el fascismo, las dos guerras mundiales y el fracaso del comunismo; a partir de mediados del pasado siglo, sobre todo desde la década de los 80, el crecimiento del poder de los aparatos de partidos políticos y de los representantes electos para ocupar cargos públicos; el oscurantismo de su funcionamiento interno, también el de las instituciones del Estado, y el creciente número de casos de corrupción a todos los niveles, junto a la casi inexistencia de mecanismo que permitieran a la ciudadanía ejercer un adecuado control sobre la acción política - si excluimos el voto electoral - está ocasionando una cada vez más manifiesta crisis de la democracia.

Esta crisis, trae consigo la progresiva desconfianza en las instituciones de los ciudadanos junto al desinterés por la política, lo que se pone de manifiesto en los altos porcentajes de abstención, al hacerse conscientes de que su participación en el diseño y aplicación las leyes a las que están sometidos es cada vez más limitado, motivo por el que las sientan como algo ajeno e impuesto, y como consecuencia les lleva a cuestiona la legitimidad de unos poderes públicos por los que ya no se sienten representados.

Pero nuestra democracia, que en palabras atribuidas falsamente a Winston Churchill, es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás, y en el caso de España es una democracia representativa, lo que supone que debe darse una correspondencia adecuada entre las decisiones que adoptan los gobernantes (en representación de toda la sociedad) y los deseos de los ciudadanos, y en que esta correspondencia se dé; es en lo debemos confiar pero ¿cómo construirla? ¿quién debe construirla?

La respuesta a ambas preguntas pareciera estar en manos de los líderes, de aquellos a los que hemos elegido para representar nuestros intereses (recuerden que estos siempre son privados, nadie elige a sus representantes según los interese de otros), ellos, con su actuar, debieran construir y ganando de este modo confianza que en ellos hemos depositado para que desarrollan bien la importante tarea que les encomendados.

Exigir esto, es un derecho ciudadano, pero depende de una sociedad bien formada e informada, para poder así valorar en que medida son nuestros representantes dignos de nuestra confianza. El desarrollo de estas capacidades – formación e información -es largo y complejo, por lo que debería ser incentivado desde muy temprana edad por todas las instancias, a través de una educación plural y de calidad, así como de una información completa y veraz, para tratar de contrarrestar la cada vez más intensa presión, cuando no acoso, por parte de los ‘creadores profesionales de opinión’ sobre lo que es o no es correcto.

Las familias, la educación pública y la privada, los medios de comunicación y, en la actualidad, las redes sociales; son importantes agentes en la formación en valores, creencias y opinión, y lo que parece estar cada vez más claro es que son los medios y las redes los que muestran un mayor interés en esta tarea con su omnipresencia. Es por esto que nuestras opiniones son cada vez más volátiles al ser más fruto de lo nos dicen, de lo que vemos y lo que percibimos que de procesos reflexivos y racionales, y así, es imposible construir confianza, así las costuras de la democracia saltan por los aires porque están mal cosidas.

Porque, en mi opinión los medios de comunicación social ni están ni se les espera en esta tarea y los partidos políticos están centrados en mantener sus situaciones de privilegio de atender a ‘su público’, en defender la cuota de poder de sus líderes con cualquier recurso que esté a su alcance, desde el insulto sin tapujos a las medias verdades, desde las acusaciones veladas a los mensajes racistas, machistas, xenófobos y populistas. No proponen acciones de interés para los ciudadanos, sólo se oponen a todo lo que digan o puedan decir sus adversarios.

Si en nuestra democracia se quiebra esa confianza indispensable para su buen funcionamiento, tal vez tengamos que repetir las palabras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte.

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