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La conversación
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La conversación

Actualizado 09/03/2023 09:51
Álvaro Maguiño

Quizás uno de los aspectos que más valoro en los demás es su discurso. Admiro cómo ordenan las palabras, cuáles priorizan o convierten en sus muletillas. Escucho los “en plan” de mis amigos admirado y me deleitan sus anécdotas de cómo se echan la leche en la taza o en qué han estado pensando toda la noche. Me sorprenden sus palabras bien escogidas sobre el viento que recorre la ciudad y la entonación con la que pronuncian los anglicismos. Quizás es uno de los aspectos que más valoro por mi falta de darle vida a la palabra hablada.

Últimamente me he lanzado más a hablar con la gente. Me niego a que la conversación muera. Y es una buena decisión acercarse más al mundo cotidiano de cada persona. Por supuesto que me interesa cómo están y qué serie han visto. Me sorprende que la gente destierre de su memoria las palabras que compartió con los demás. Y cuanto más dispuesto estás a escuchar, más difícil se hace. Escuchas su voz y buscas su sentimiento más allá de ella. El problema está en escindirla del ruido urbano y recomponerla palabra a palabra buscando la finalidad de esa divertida anécdota. Sin embargo, aunque el trabajo se presente arduo es sin duda el más satisfactorio.

En esta búsqueda del interlocutor, recuerdo todas las veces en las que malinterpreto a los demás y el disgusto de ver fallida la comunicación. También en la dificultad que entraña escuchar a tantas personas simultáneamente. Para hacer un trabajo, debo escuchar a ocho personas más y aportar tanto como lo harían ellos. Sin pisarnos. Respetando nuestro discurso. Al igual que escucho con gusto a 8 personas, leo cinco libros distintos a la vez. Ernestina de Champourcín me habla de su soledad, Rosa Chacel del papel de la mujer, Concha Méndez del mar que baña las costas, Marga Gil-Roësset de su soledad y Andrea Abreu de la infancia truncada por la pérdida en una isla de Canarias. Todas me cuentan algo buscando en mí una respuesta y debo elegir con qué sentimiento me identifico más.

Teniendo en cuenta lo complicado que es escuchar verdaderamente al otro, llego a la conclusión de que lo único necesario para entender al otro es el simple cariño. El cariño que se gesta en la continuidad de los actos, esto es, la pura costumbre. Por ello es importante compartir un simple saludo con los demás. Si no sabemos escucharnos, ¿cómo podríamos continuar?

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