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Juntas por la igualdad y la dignidad
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Juntas por la igualdad y la dignidad

Actualizado 08/03/2023 09:48
Juan Antonio Mateos Pérez

…la verdadera libertad cristiana, basada como está en la verdad, no significa permanecer apegado a tradiciones hechas por el hombre, estructuras culturales y doctrinas que pertenecen a edades pasadas. Significa ser libres para vivir vidas autodeterminadas en compañía de Jesús y de todos nuestros hermanos.

Consejo de Mujeres Católicas (CWC)

Despiértanos si estamos adormecidos en este engaño de querer admirarte o adorarte en vez de imitarte y de parecernos a ti.

S. KIERKEGAARD

Este domingo se han manifestado frente a las catedrales de todo el país, numerosas mujeres bajo el lema “Caminamos juntas por la igualdad y dignidad en la Iglesia”. Son las mujeres de la Revuelta que, desde marzo del año 2020, se manifiestan frente a las catedrales el domingo anterior al 8 de marzo, reivindicando esos derechos que la jerarquía les niega en pleno siglo XXI. Ha sido una revuelta pacífica, festiva, celebrativa, pero también resuelta y desacomplejada. Muchas mujeres en la Iglesia denuncian la permanencia de una sociedad patriarcal, que otorga al hombre el privilegio y el papel dominador en la sociedad, normalizadas en la familia, en el mundo laboral, en la sociedad y en el corazón de la propia Iglesia que no se ha podido liberar de esa mentalidad androcéntrica.

En Salamanca las hemos visto y apoyado bajo el lema “Revuelta de mujeres en la Iglesia. Hasta que la igualdad sea costumbre”, una igualdad que está ausente en una Iglesia a la que queremos, pero que camina muy despacio hacia la modernidad y la igualdad. En todas las asambleas sinodales celebradas, nunca ha faltado reivindicar el papel de la mujer en la Iglesia, como también se reivindicó en la Asamblea de la Iglesia en Salamanca hace pocos años. En el documento enviado desde España a la Asamblea Continental del Sínodo en Europa, dice en uno de sus puntos: tomar decisiones concretas y valientes sobre el papel de la mujer dentro de la Iglesia y sobre su mayor participación a todos los niveles, también en la toma de decisiones y en los procesos de toma de decisiones.

Todas estas afirmaciones, no pasan de ser una declaración de principios, pero de momento no se han plasmado en ninguna concreción práctica. Claramente es una realidad que no es ni justa, ni evangélica, después de un siglo de lucha por la igualdad de la mujer, después del Concilio Vaticano II, nos preguntamos hoy más que nunca: ¿es insuficiente lo que hace la Iglesia por la desigualdad y marginación de las mujeres? Esta realidad provoca dolor y tristeza. Jesús no buscó un lugar especial para ellas, sino el lugar que tiene cualquier creyente, el ser hijo y amado por Dios.

Las protagonistas de todo este movimiento no son mujeres ajenas a la Iglesia, todas están comprometidas en muchos grupos de Iglesia, posiblemente las más activistas son las más comprometidas. Comenta Pepa Torres, religiosa y muy implicada en la defensa de los derechos humanos en el barrio de Lavapiés: "Nosotras no es que seamos mujeres que se han ido de la Iglesia, no, no. Somos mujeres con un compromiso activo dentro de ella, pero reivindicamos tener voz y voto en las estructuras de la Iglesia e incrementar la participación en la toma de decisiones". Muchas de estas mujeres llevan en la Iglesia toda la vida, pero están cansadas y su malestar va creciendo porque no solo no reciben respuesta, sino que provocan rechazo y alergia en la mayoría de los responsables de la Iglesia. Y esto no solo empobrece a la Iglesia y decepciona a los que estamos dentro, les hace perder credibilidad, cuando deberían brillar con su ejemplo y saber alumbrar caminos nuevos.

La original fuerza de la Ilustración fue sacar las ideas del limbo especulativo y encarnarlas en la política y en la sociedad, una de ellas fue el despliegue de la igualdad. Una idea que se utilizó para ir contra el Antiguo Régimen y los privilegios de sangre, pero de la que quedaban excluidas las mujeres. De ahí la vindicación de cientos de mujeres que reivindicaban esa misma igualdad y dignidad, no querían ser un sexo dominado por designo de la naturaleza, querían acceder a la educación y al ejercicio de un trabajo. A esa lucha por la igualdad las mujeres lo llamaron feminismo, que como vemos será un hijo no querido y repudiado de la Ilustración (claramente, tampoco es no querido en muchos miembros de la Iglesia). El feminismo contemporáneo comienza como una lucha por los derechos civiles para irse centrando en los derechos reproductivos, la paridad política y el papel de las mujeres en el proceso de globalización. En la actualidad el empleo y la violencia son los dos grandes problemas de las mujeres y del movimiento feminista.

Amelia Valcárcel, a la que he tenido la suerte de tenerla como profesora, una de las grandes defensoras del feminismo en nuestro país, afirma que feminismo no es solo una teoría ni tampoco un movimiento, ni siquiera una política experta. Siendo todo eso, ha sido y es también, una masa de acciones no dirigidas, a veces en apariencia pequeñas o poco significativas. Es toda una suma de acciones contra corriente, rebeldías y afirmaciones de muchas mujeres, a veces realizadas sin tener mucha conciencia feminista. En estos momentos, ya iniciado este tercer milenio, las mujeres han forjado una voluntad común relativamente homogénea para seguir avanzando en sus libertades que todavía queda mucho camino.

En ese camino está la mujer y su papel en la Iglesia. El Consejo de Mujeres Católicas (CWC), que reúne a sesenta organizaciones de mujeres en la Iglesia, participaron en una encuesta a nivel global entre diciembre de 2021 y enero de 2022, en la que participaron 2.286 mujeres. Los datos indignaron a muchos: más del 40% de ellas hacían trabajos de catequesis y pastoral, pero únicamente el 3,8% ocupaba otros cargos, como miembro de su consejo parroquial o grupos locales de Cáritas. A todo esto, debemos añadir, que la mayoría de las mujeres encuestadas han experimentado violencia (los casos de los abusos del P. Rupnik, no son una excepción) y, muchas de ellas tienen una sensación de invisibilidad. No parece extraño que un porcentaje de ellas, van dejando la Iglesia católica y, otras buscan espacios alternativos para alimentar su fe y espiritualidad. La Iglesia está perdiendo a muchas mujeres, como en el siglo XIX y parte del XX perdió a todo el movimiento obrero.

El movimiento feminista de mujeres en la Iglesia no comenzó en la calle nació de la mano de la crítica que un grupo de mujeres se atrevió a realizar con toda la Biblia, libro a libro, texto a texto (Mercedes Navarro), se busca leer la Biblia con ojos de mujer y descubrir aquello que ha provocado las desigualdades. Lo que parece claro que no solo reivindican un lugar de igualdad y dignidad en la Iglesia, sino que buscan una Iglesia más verdadera. Muchas de ellas comentan que no quieren mujeres ordenadas sólo para hacer lo mismo que ellos. No llegamos hasta aquí sólo para poder ponernos una casulla. Está claro que son sujetos activos en la Iglesia y quiere que se ensanche su responsabilidad. Juan Pablo II, cerró la puerta al sacerdocio femenino y el propio Francisco no quiere abrir esa puerta. En este aspecto, como en muchos es necesario una reforma dentro de la Iglesia, la doctrina y el magisterio deberá ir con los tiempos y abrir a la mujer algunos ministerios, incluido el sacerdocio. Las mujeres hablan de otro tipo de Iglesia, de otro tipo de presbiterado al servicio de una comunidad de iguales y, esto no gusta ni a los curas de calle.

Este movimiento de mujeres no es solo un movimiento a favor de la igualdad, es también un movimiento contra el clericalismo y contra todo tipo de abusos, como darle toda la potestad al clero dentro de las comunidades. El “invierno eclesial” que estamos viviendo no se le escapa a nadie. Ahí están los abusos de conciencia, de poder y sexuales de una parte de sacerdotes y consagrados, los informes abruman y entristecen. No podemos olvidar un deficiente liderazgo de la jerarquía más centrada en sí misma que en las personas y en los que sufren, no sé si el sínodo será suficiente ya que su credibilidad está por los suelos, esto nos lleva a pensar que la hipocresía y la apariencia solo vacía de contenido la misión. Nos piden a los creyentes que escuchemos, pero ellos no quieren escuchar. No queremos que se alimente la nostalgia de un pasado glorioso, sino generar una nueva iglesia más igualitaria y misionera y en ella, tienen mucho que decir las mujeres.

El clericalismo en la vida de la Iglesia ha colocado al cura en una posición de exacerbada preminencia sobre la comunidad, no hay paridad entre el sacerdocio bautismal y ministerial; además debemos añadir una formación muy intelectual, casi por las nubes, poco humana y cercana para que pueda caminar con el pueblo de Dios en las dificultades de la noche. Hay sacerdotes que son obispos en su parroquia, no ayudando a crear redes diocesanas; añadamos un fuerte debilitamiento de la fe, una fuerte separación y desencuentro entre la cultura y el Evangelio. Los curas deben de estar entre la gente, Jesús no fue un maestro intelectual, sino de un estilo de vida, por ello, necesitan una formación para saber asumir las ilusiones y decepciones de muchas mujeres y hombres de nuestro tiempo. ¿Cuántos han desobedecido a su obispo por estar con la lucha del pueblo por la igualdad y la dignidad o son más bien la voz de la jerarquía? Hoy por hoy viven bajo sospecha, muchos dudan de su autenticidad, no solo tienen que hacer el bien, tienen que ser buenos y parecer buenos.

La Iglesia no ha sabido o no ha querido interpretar “los signos de los tiempos”, porque no tiene ni ha tenido valentía y lucidez. Lo que está claro que la igualdad no es una moda, es justicia. No dejan más alternativa a las mujeres que ser creyentes y feministas en esta ardua tarea de cambiar la mentalidad en la sociedad y en la Iglesia. Reivindicamos urgentemente otra Iglesia, otro sacerdocio, otro laicado. Posiblemente la Iglesia tiene que llegar hasta el fondo y renovarse desde la raíz, “Nadie cose un remiendo de tela nueva a un vestido viejo”, se necesitan odres nuevos y un nuevo vino generoso para toda la Iglesia y para la humanidad.

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