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De falsos jeques y piedras auténticas
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De falsos jeques y piedras auténticas

Actualizado 06/03/2023 09:18
Concha Torres

Desde hace años y por escasez ferroviaria, tengo que llegar a Salamanca por carretera, sea en transporte público o particular. Exactamente veinticinco kilómetros antes de llegar, a la altura del toro de Osborne, ya se ven las cúpulas de la catedral, señal reconfortante de que estoy llegando a casa. Hace unos días, en esa misma carretera, haciendo un esfuerzo rayano en la ciencia ficción, en esos últimos kilómetros antes de que la ciudad no sea solo una silueta prometida, imaginaba a mano derecha un mar de torres acristaladas, jardines, naves industriales de diseño y un teleférico surcando un cielo azul impoluto (y no necesitado de teleféricos). Afortunadamente tenía que conducir y no había tiempo para ensoñaciones: aquello sigue siendo una sucesión de campos de remolacha con torres de iglesia al fondo; y después de la tormenta periodística, el crujir de dientes del público y las vestiduras rasgadas del consistorio, parece que así de agrícola y auténtico va a seguir el paisaje…Y sin teleférico.

En Salamanca lo de la picaresca nos viene por herencia histórica; no hace falta que les recuerde que el Lazarillo era “Lázaro de Tormes”, que la Celestina, supuestamente se paseó por nuestras calles porque por ellas, también supuestamente, se paseó su autor y que lo del “Padre Putas” también es una denominación de origen charra y que, gracias a él, y a la mucha mancebía que esta ciudad trajinaba, nos han quedado para la posteridad el hornazo y su fiesta. Así que lo de que vengan unos falsos jeques, al frente de una empresa falsa (que cita falsamente a otras empresas como colaboradoras) proponiendo un proyecto presumiblemente falso y apadrinados por un asesor del ayuntamiento que también había falseado su título, es como poca cosa, ¿no?

Poca cosa y muy falsa en una ciudad donde hay mucho verdadero y muy bueno. Cosas que no podemos enseñar todo lo bien que quisiéramos porque no tenemos trenes que nos conecten con la capital y con el supuesto teleférico hasta allí no llegamos; y porque nos estamos quedando en ese rastrojo territorial que ahora tiene también denominación de origen y se llama “la España vaciada”, que solo atrae despedidas de solteros, madrileños por el mundo y exporta lo mejor de cada casa (sin tren) a esa capital donde muchos malviven con unos sueldos que en su tierra les darían para un buen vivir. En Italia, país monumental y parecido al nuestro incluso en la picaresca, con cuarto y mitad de lo que tenemos en este trozo de meseta, tienen ciudades de apenas doscientos mil habitantes con teatro de ópera, industrias manufactureras y una actividad económica que ni les cuento.

Ya les estoy escuchando maldecirme: “esta, como no vive aquí, se puede permitir el lujo de negar el progreso y las oportunidades”. Para empezar, hagan el favor de darme una definición convincente de progreso, queridos paisanos. No sé si construir un teleférico inútil, y gastar dineros en organizar botellones patrocinados como el de la maldita Nochevieja a destiempo (falsa también) y congresos de falsos emires lo es. Tener unos colegios públicos bien dotados, una Universidad pública académicamente atractiva y unos hospitales donde curarse con lo mejorcito de la sanidad pública es ya un progreso más que notable (he repetido tres veces “pública” pero es a propósito) aunque probablemente, no sea un progreso suficiente. Añádanse un par de industrias, de cualquier cosa que se fabrique y se necesite y unos trenes decentes (no tienen que ser AVE, basta con que sean trenes) y el progreso evitará que nos convirtamos en un erial al que vienen los jeques disfrazados a jugar al Monopoly. Cuidadito con estos últimos que, decía Unamuno (entre las muchísimas cosas que dijo, unas mejores que otras) que “al final, todo acto de bondad esconde una demostración de poderío” …Por si acaso alguien pudo pensar que lo de los supuestos jeques vestidos para la ocasión era filantropía.

En estos días, el alto soto de torres es aún un alto soto de cúpulas recortadas, cielo limpio de teleférico y luz de atardecer sobre piedra dorada. Respetar el paisaje y la historia que tiene detrás también es progreso, se lo aseguro.

Concha Torres

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