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Cuando el cine es lúcido y la pantalla nos muestra quiénes somos
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Cuando el cine es lúcido y la pantalla nos muestra quiénes somos

Actualizado 28/02/2023 08:13
Francisco Delgado

He visto en estos últimos días dos películas radicalmente distintas en su estilo y objetivo narrativo, pero con una característica común: filmar la realidad que percibimos y que no desearíamos conocer. Una de las películas es norteamericana, del gran John Huston, de 1967, y titulada “Reflejos en un ojo dorado”. La otra es europea, de Chantal Akerman, de 1975, y su título es “Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles”.

Ambas, pues, filman un aspecto esencial del mundo occidental, la de Huston, la sociedad norteamericana de los 60-70 y la de Akerman, la vida cotidiana de una mujer europea, “normal y corriente” de finales del siglo XX.

Para que el lector de este artículo, quizás deseoso de verlas no se eche para atrás al encontrarse con calificativos pasionales y no muy positivos sobre ellas, intentaré razonar el por qué de estos calificativos: Reflejos en un ojo dorado está considerada una película “maldita” de un director “maldito!!!”; sin que nadie sepa quién ha parido semejante calificativo para una magnífica obra de arte y para, en mi opinión, el mejor cineasta norteamericano hasta el presente. Está claro que la semántica reconduce la palabra a quien la usa; para los espectadores que vieron Reflejos en un ojo…y se encontraron en la pantalla con la propia realidad social de la que formaban parte, una historia llena de dinamita, que haría explotar en el futuro esa misma sociedad, solo cabía la expresión “¡Maldito el director que ha filmado esto y maldita la película que le ha salido!”; pero a pesar de esta maldición J. Huston sigue siendo considerado uno de los ojos más lúcidos del cine occidental.

En cuanto a Jeanne Dielman…las críticas abarcan todo el arco posible: desde considerarla la mejor película de la Historia del cine, a calificarla de “película nº 1 en aburrimiento”, teniendo en cuenta el perfil del espectador contemporáneo, siempre hambriento de grandes sensaciones, sexo y violencia y la duración de la película, de más de tres horas. Mi opinión de espectador de Jeanne Dielman…es que permite al espectador una experiencia excepcional: la de poder observar la realidad libre de todo prejuicio, sin manipulaciones para conseguir algo del espectador que no sea la pura observación de la vida de una mujer, que representa a la mujer europea de hace tres o cuatro décadas. En la pantalla el espectador no debe esperar relatos o imágenes de sus deseos o miedos, de sus atracciones o rechazos, ni debe sentirse frustrado, ni decepcionado, ni admirador: solo espectador interesado en un semejante.

Algo común a ambas películas es el vértigo que produce ver los cambios acaecidos en nuestra sociedad y en los valores occidentales en un periodo menor de medio siglo. La sociedad norteamericana y la europea han sufrido una metamorfosis tan esencial en sus sujetos ( sin haberse producido ningún proceso revolucionario) que permite afirmar que en la mayoría de los valores esenciales y de los objetivos de vida, los actuales occidentales somos distintos seres humanos. Las mujeres y los hombres.

Seguimos en gran parte siendo robots del discurso social aprendido, pero en la actualidad somos robots que actúan, piensan o no piensan y sienten a un ritmo vertiginoso, comparado con la segunda parte del siglo pasado. Ninguna estadística muestra tanto estos cambios como esta historia de esta mujer de la Rue du Commerce, en Bruselas, ni de estos oficiales del ejército norteamericano y sus vidas amorosas perdidas y vacías.

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