Los jóvenes polacos tratan de vivir ajenos al discurso anti-LGTBIQ+ de sus gobernantes y a las dificultades para abrirse con su familia y amigos en un país muy conservador, que se ha convertido en un paria internacional por sus políticas homófobas.
Olga Jiménez Rodríguez
Defensora de los Derechos Humanos
Hoy en día la mayoría de la población ha aceptado diversas formas de conocer o concebir la sexualidad, la identidad de la persona, e incluso el derecho de familia ha sido ampliamente reformado, llegando a no poder definirlo de una vez por todas por ser algo demasiado dinámico y complejo. Pero hay zonas del mundo que se resisten a abrirse a estos nuevos cambios. Y normalmente cuando pensamos en qué zonas del mundo son incapaces de aceptar cosas tan sumamente lógicas como es que una persona necesite cambiar de género o que desee compartir su vida con otra persona de su mismo sexo, solemos pensar que estas zonas no son otras que países del tercer mundo. Pero a veces no hace falta irse tan lejos para ver estas desigualdades donde pensabas que no existían, y este es el caso de Polonia. Un país occidental en pleno centro de Europa, y perteneciente a la Unión Europea (EU).
Los jóvenes polacos tratan de vivir ajenos al discurso anti-LGTB de sus gobernantes y a las dificultades para abrirse con su familia y amigos en un país muy conservador, que se ha convertido en un paria internacional por sus políticas homófobas. Allí, mostrarte como eres parece ser un crimen, crimen que sin duda hace más difícil el hecho de ser una persona homosexual o transexual. Como si no fuesen pocos los problemas que pasan estas personas para lograr que se les acepte como son, o los problemas que han pasado a lo largo de la historia, puesto que han sido perseguidos, ejecutados o torturados por simplemente no entrar dentro del «margen» estipulado que todos conocemos.
Para consuelo de todos, la Comisión Europea ya ha emprendido acciones legales contra Varsovia por no actuar contra quienes atacan lo que ellos denominan «ideología homosexual», y que incluso colocaron carteles en los límites de un municipio prohibiendo la entrada de homosexuales. Por ello, el año pasado la ministra noruega de Asuntos Exteriores, Ine Eriksen, anunció que su gobierno dejaría de mandar ayudas económicas a los ayuntamientos polacos defensores de las zonas «libres de LGTBIQ+». Eso significaba, para ciudades como Kransnik, de 35.000 habitantes, quedarse sin los casi ocho millones de euros que recibe cada año de Oslo. En total, el Estado noruego concede más de 400 millones de euros cada año a poblaciones polacas y adjudica otros tantos a través de las ayudas EEA.
A pesar de todo, prácticamente la totalidad del Gobierno polaco ha insultado al colectivo LGBTIQ+, quitando importancia o aplaudiendo actitudes homófobas invocando al pueblo, la Iglesia católica y la «civilización europea»como justificación de su odio. «Los LGBTIQ+ no son personas, son ideología», ha dicho el presidente del país; «los gais son una amenaza para Polonia», ha declarado el jefe del partido gubernamental (PiS), el oscuro Jaroslaw Kaczynski. También el ministro de Educación, Przemys?aw Czarnek, ha llegado a defender los castigos corporales y ha tildado el último Desfile del Orgullo como «un circo ambulante de degenerados que no tienen los mismos derechos que las personas normales».
En estas circunstancias, no solo la Comisión Europea o los propios polacos LGTBIQ+ o heterosexuales luchan contra estas barbaridades, sino que también empresas noruegas, como Making Waves, tienen oficinas en Polonia que promueven los valores europeos, la tolerancia e impulsan el intercambio cultural con un país que, desde hace tiempo, se aleja cada vez más de esas ideas. Aún queda, pues, mucha lucha para lograr cambiar estas ideologías arraigadas en un gobierno homófobo que, según la ONG Rainbow Europe, coloca a Polonia por segunda vez consecutiva como el peor país para las personas LGTBIQ+. De modo que no es suficiente con que haya un partido político con representación parlamentaria cuyo líder es abiertamente gay, o que sea frecuente ver a gente portando una bolsa con los colores del arcoíris en cualquier ciudad polaca. Cuando las instituciones de un Estado se asoman al autoritarismo, como es el caso polaco, suelen elegir un enemigo para tratar de cohesionar a la opinión pública a su alrededor.
Queda, por tanto, la lucha por quitar ese régimen, a esos políticos que representan unas instituciones claramente injustas, crueles y desfasadas en una era como esta. Porque, al fin y al cabo, ¿no es la felicidad lo que todos buscamos? Pues intentémoslo todos sin obligar a nadie a fingir lo que no es. Porque la felicidad no hace daño a nadie. Da igual si eres político, abogado, estudiante, ministro o alcalde, de ninguna manera existe el derecho a impedir la felicidad o amargar la vida a alguien que solo lucha por lo mismo que tú, la felicidad. El ansiado deseo de ser feliz.
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