Después de 30 años, de más de 30 años, en 2018, aquí en México, me reencontré con Ángel Basas. Nos volvimos a ver, poco, la verdad, porque se metió la pandemia en medio, pero se empezaba a volver uno de esos encuentros que se apuntan en la agenda, para vernos aunque fuera un rato. En noviembre, hace nada, nos volvimos a ver, esta vez con Maite, su mujer. El viernes pasado me llegó la terrible noticia de que él y su hijo Carlos habían muerto; en el último encuentro –por desgracia– recuerdo su orgullo mientras íbamos en el coche y nos contaba que Carlos seguía sus pasos en la fisioterapia y que en esos momentos estaba en Estados Unidos.
Esto, que escribí en ese primer reencuentro, es mi homenaje y mi abrazo a familia y amigos –Carmen, Chus, todos–, que se suma a los que nos hemos ido dando por Whatsapp y demás y a todos los que he visto que se le siguen haciendo.
Cuando los amigos de infancia, cuates, que diríamos en México, se dejan de ver y se reencuentran, cabe la posibilidad de que sean perfectos extraños y no entiendan nada, no se entiendan nada. No fue el caso.
En el año de nuestras cincuentenas, quisieron el destino –y el Whatsapp–, que el mismo día que nació mi sobrina Irene se diera este reencuentro de dos que se habían conocido en San Boal, en San Juan de Sahagún, al que se sumó una salmantina adoptiva, una abulense de Piedrahíta que nació en Baracaldo.
Porque la vida es eso, mezcla, suma, darse cuenta de lo que hay en común, que suele iluminar el gusto por recordar, por traer lo que había en común. También, claro, lo que se perdona (que la infancia y adolescencia dejan siempre algo que perdonar en el futuro), lo que se olvida, lo que vuelve a cobrar vida.
Ángel conoció, en el reencuentro, a dos españoles de acá, a dos enamorados de la Ciudad de México y su caos, que le intentaron transmitir ese amor… cuajado de anécdotas salmantinas, y de Monleras, de donde Ángel es también, porque de allí es Maite, su mujer.
Comimos, reímos, paseamos, recordamos; pasamos por el estadio donde Bob Beamon impuso su mítico récord y un saltador de prosapia como Ángel no dejó pasar la ocasión de bajarse a pisar ese suelo.
Todo es muy simple; pasamos un gran día y nos hicimos amigos.
Otra vez.
@ignacio_martins
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