Si el trascurso de los días se lleva el recuerdo consigo, será por puro azar. Los sucesos podrían amontonarse en las páginas de los periódicos, fingir que participan en la tensión del peligro cotidiano. Pero nunca tendrían la viveza de un recuerdo vivo. Aquel que se reinventa, que es liviano por la mañana y ciego por la noche. Aquel en el que se piensa cuando el cielo está nublado.
La galería del móvil me recuerda que hace un año jugaba a ser bucólico en los senderos de Monsagro. Que avanzaba escondiéndome del sol y buscando las primeras floraciones. También que en algún momento di la vuelta y no conocí más gamas de verde. Y nunca conoceré ese verde escondido. No existía más para mí ni para nadie. Si acaso, existió por última vez para las llamas. El día que no lo vi pintaba soleado, con sus caprichosos cirrus y su insolación invernal. Me falta más que ese verde.
Tengo muy presente estos días la inconfortable idea de lo no vivido. La ausencia de la sencillez de recordar. No tener lo que vuelve por casualidad o porque te hacen pensar en ello. La carencia de un recuerdo que te atienda solícito y responda a tus dudas. De ello trata el retorno de lo vivido.
Este año se cumplirán 52 años del incendio de la iglesia parroquial de mi pueblo. Y yo 19. No la llegué a ver con sus retablos dorados. A mí me habían llegado paredes desnudas y sillares fríos, aunque eso ya es bastante con todo el daño que sufrió. He visto fotos suyas antes de que todo pasara, algunas coloreadas resaltando el pan de oro, pero la gran mayoría en el dramático blanco y negro que hoy solo se consigue aplicando una pátina de filtros digitales. También he leído un par de artículos sobre ella, sobre lo que quedó escrito y las verdades que reveló tras arder, curiosamente. Además conozco lo poco que se pudo salvar, que miro con la compasión con la que se mira a un huérfano, y las leyendas que hablan del sino de las llamas. Sin embargo, yo no tengo la verdad sobre el edificio porque, aun teniendo su pasado a golpe de clic, me falta todo. Me falta haberla vivido. Mis palabras sobre la iglesia se parecen al humo que quedó de ella y las usurpo para saciar la necesidad de conocerla. Pienso en la poca justicia que hace el recuerdo de lo vivido, pero más en la condena que cumplen aquellos que heredan las palabras sobre los hechos no vividos. Llévatelas contigo, cuéntalas, permite que revivan a través de otras personas para que no mueran otra vez. Qué podría hacer por un edificio tan antiguo que no busca más que seguir en pie. Contarlo, pero nadie escucharía.
El retorno de lo no vivido se basa en lo tangible que no veré y lo intangible que no sentiré.
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