Hay que ser luz

«Vosotros sois la luz del mundo…” ( Mt 5, 13- 16).

La luz es un elemento necesario para nuestra vida. No podemos imaginarnos un mundo perpetuamente en tinieblas, sin luz. Por algo la Biblia hace empezar la creación por la llegada de la luz (Gn 1, 3). La luz es vida, fecundidad, energía, alegría. Jesús quiere que sus discípulos lo sean también para el mundo, llevando su obra salvadora a todos los rincones del mundo. Podemos aplicar los atributos dados a la luz con lo que debe ser esa obra de salvación.

Cristo es la luz, quien lo sigue no camina en tinieblas. Él nos dice a nosotros que debemos ser luz del mundo, esta es nuestra vocación cristiana. Jesús nos recomienda que nuestra vida debe brillar ante los seres humanos, para que viendo nuestras obras buenas, glorifiquen al Padre que está en los cielos. Si somos luz, la gloria no es para nosotros, sino para Dios.

San Lucas nos cuenta que, cuando nació Jesús en Belén, se apareció un ejército celestial a un grupo de pastores para darles la buena nueva y la gloria del Señor los envolvió con su luz (Lc 2, 9). Y el anciano Simeón, cuando ve entrar a María y a José al templo para presentar el Niño al Señor, lo toma en brazos y lo llama luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 32). San Juan, por su parte, nos dice que en Cristo, estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron (Jn 1, 4).

Hay que ser luz. Hay que ser luz en tiempos de bonanza y en tiempos de escasez. Hay que ser luz con la corriente a favor y contra corriente. Hay que ser luz para vivir y dar vida, para permitir que la paz y el amor reine y el rencor, el odio y la guerra queden muy lejos de nuestra tierra. Hay que ser luz, en el cielo y en la tierra. Hay que ser luz, desterrar las sombras y tinieblas, pero si no se puede, es bueno integrarlas y aceptarlas.

Me encanta el poema de «No te rindas… aún hay fuego en tu alma». En muchas situaciones de nuestra vida necesitamos oír de un amigo, de un maestro, de Jesús, del Espíritu, que nos anime, que nos empuje a echar adelante, para poder salir de nuestras sombras y acallar las voces del miedo que se va agrandando dentro de nosotros. Este proceso, que no es fácil, es un nacer de nuevo. “No te rindas, aun estas a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo” (M. Benedetti).