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Almas simples
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Almas simples

Actualizado 21/02/2023 08:48
Miguel Mayoral

Los que ya peinamos canas crecimos dentro de un orden social. Acababas los estudios, te comprabas un coche, ibas a la mili, trabajabas y te casabas, comprabas un piso, formabas una familia. Se celebraba el día del padre y el día de la madre. Ahora no hay ni orden ni concierto. Nos quieren prohibir hasta el comer. Sabido es que analfabetos ha habido siempre pero no habían salido de la universidad ni llegaban a gobernarnos. Las modas van y vienen excepto la de ser gilipollas, esa siempre parece que cada vez está más de moda.

Muchos y muchas de estas almas simples, de moral e ideas también distraídas o siempre de vacaciones, según toque, por moda e imagen se creen por encima de los demás. Siempre parecen hacer lo correcto porque todo lo que hacen es moderno, es progre, inclusivo y sostenible, y se opone o está por encima de lo correcto o establecido. Ha sido chocante ver y oír las declaraciones de unos y otros apenados por nuevas leyes carente de fundamento o por las sentencias de la justicia o por tener que apoyar a delincuentes y asesinos un día sí y otro también; mientras no sabemos dónde van a parar algunas maletas que no ya sobres, ni el dinero de los uno y de los mil chiringuitos que se inventan unos y otros.

La ostentación económica fue condenadamente capitalista hasta que el progresismo se decidió abandonar la pana con Felipe y los coches sin aire acondicionado. A partir de entonces aquellos hábitos se convirtieron en correctos. Con el paso del tiempo lo correcto ha ido subiendo el listón económico y social pues nunca se tiene bastante. Al final los tontos somos los buenos ciudadanos que no conocemos las leyes ni para pagar menos impuestos.

Los listos son los progres de moral distraida porque conocen la ley para pagar menos sin aparentemente delinquir o para contratan a otros listos. Los moralistas de hoy en día son entendidos conocedores de paraísos fiscales en los cuatro puntos cardinales, partícipes de SICAV, defraudadores legales, asesores de no se sabe qué, donantes a cambio de desgravaciones, asistentes previo pago a mil y un eventos, productores de mil y una películas, etc., eso sí siempre adornados o adornadas de mil y un currículum, masters o doctorados en no se sabe qué o no se sabe de donde los han sacado... De esta forma lo que se hace viejo se cambia o se tira pues afecta a la imagen y cambian el currículum... Los de a pie somos los tontos o los menos listos por no tener dinero para comprar currículum o tiempo, o contratar quién haga el trabajo sucio.

El cartel de lo correcto, de la modernidad y el progresismo, a pesar de la crisis, sigue vivo, siempre ha monopolizado la cultura urbana y la liturgia de la imagen. Ahora con la etiqueta de inclusivo y sostenible. En una sociedad en crisis y que va camino de la pobreza, el lujo adquirido sin esfuerzo, cada vez más, se está convirtiendo en una etiqueta guay de inteligencia. En este primer cuarto de siglo se ha conseguido la cuadratura del círculo al poder seguir los progresistas predicando los valores de antaño como el pacifismo, la defensa de los trabajadores, de los vagos y vulnerables, la solidaridad con los oprimidos, el mestizaje de razas chacha hispanoamericana y jardinero de color, mientras en la vida diaria viven en el lujo y practican un capitalismo de lo más corriente chalet en la sierra y ático en el centro. El progresismo adapta sus mensajes a sus necesidades e intereses, y nadie le censura por abandonar, y olvidar lo dicho.

La realidad es que hoy en día, sumada la plandemia, la gente empieza a morir con una cara total de abandono, con la cara de una persona a la que quemaron sus ilusiones de juventud, con la cara que se queda al darse cuenta de que cualquiera puede acabar con tus sueños, que por tuyos a nadie importan, y que por falta de medios ni siquiera, a partir de ahora, podrá defender con justicia.

La vida nos enseña a todos a sobrevivir. Las sensaciones no precisan de actitudes coherentes y consecuentes, la verdad como el sentido común relucen por sí mismos. Al final parece que todos queremos estar en la cresta de la ola, es decir arriba para no mirar hacia abajo. Como escribió Alfred de Musset: “el mal del siglo tiene que ver con dos cosas: lo que era y ya no es, y lo que será y no es todavía”. Al final, todo es lo mismo, aunque ya no hay pan para tanto chorizo y no podremos evitar que se nos quede cara de tontos.

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