, 05 de mayo de 2024
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Las ideologías, contra la Ciencia
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Las ideologías, contra la Ciencia

Actualizado 16/02/2023 09:35
Antonio Matilla

O las falsas “ciencias” que sirven para justificar algunas ideologías.

Cuando se desprecia la Ciencia o se cree en falsas ciencias, hay peligro para la persona, para la comunidad, para la humanidad en cuanto tal y también para el medio ambiente. Para el planeta.

Algunos ejemplos: durante el siglo XIX y bien entrado el XX surgieron ideologías seudocientíficas sobre el concepto de “raza” aplicado a los seres humanos que condujeron al cuasi exterminio de grandes grupos humanos en nombre de alguna raza pretendidamente superior: los caucásicos superiores a los indígenas y a los afroamericanos, la raza aria superior a la hebrea, los tutsi superiores a los hutus y viceversa. Muchos millones de personas fueron perseguidos, maltratados, torturados, exterminados. El racismo sigue siendo causa de grandes injusticias, por ejemplo en los mismos Estados Unidos de América. Una falsa ciencia ha demostrado ser una ideología asesina.

En nuestra propia casa, o sea, en España, algunos experimentos ideológicos relacionados con el concepto de nación, cuando se radicalizaron, condujeron al baño de sufrimiento y de muerte padecido por todos a cuenta del terrorismo etarra; no tan sangrientos, pero también excluyentes, por despectivos, fueron y siguen siendo el adjetivo vasco “makito” o “maketo”, cuya traducción literal al castellano sería tonto, o majadero y que designa al inmigrante que procede de otra región española y no conoce ni habla vasco”; o el adjetivo catalán “xarnego”, que se refiere, también de modo despectivo, al inmigrante en Cataluña procedente de una región española de habla no catalana. Las lenguas, que son prioritariamente herramientas de comunicación, de relación y de entendimiento, han ido transformándose en instrumento de exclusión y marginación. En otras regiones españolas –en algunos ambientes y grupos sociales y políticos de Baleares, Comunidad valenciana, Galicia o Asturias- se da, menos aparatosamente de momento, el mismo riesgo de señalamiento, división, exclusión o –más a la moda norteamericana woke- cancelación.

Las Ciencias llamadas “humanas” o “sociales” son ciencias y se elaboran conforme a criterios científicos análogos a los de las Ciencias de la Naturaleza y de la Vida, pero con más riesgo de contaminación ideológica y política. Y así, el materialismo histórico, triunfante durante decenios en los países y regímenes comunistas, apoyándose en la lucha de clases, ha producido purgas, persecuciones, torturas, asesinatos y guerras cuyas víctimas se han contado por millones. El materialismo histórico gozó y todavía goza en ámbitos universitarios, también entre nosotros, los ciudadanos de los países “plenamente” democráticos, de gran predicamento, por más que su fracaso sea evidente, lo que indica, probablemente, que la ideología y la propaganda, llevadas hasta los libros de texto y a la escuela, tienen más credibilidad que las Ciencias.

Y así, las economías llamadas “planificadas” del antiguo imperio soviético y del actual imperio comercial y económico chino, se han manifestado como muy peligrosas. Solo algunos ejemplos: la planificación de la producción del algodón en la antigua Unión Soviética ha llevado a la desecación del Mar de Aral y a la salinización y desertización de todo su entorno, que se ha vuelto inhabitable y ha provocado una emigración forzosa y masiva de poblaciones enteras que han perdido su paisaje, su modo de vida y su cultura. Algo similar estuvo a punto de ocurrir con los maravillosos bosques rumanos, sometidos durante décadas a la lluvia ácida provocada por el desarrollo desaforado de la industria pesada, gran consumidora de combustibles fósiles. La industria pesada fue otro de los dogmas de las economías planificadas del ámbito soviético –“verdades” que había que creer a pies juntillas porque lo decía “El Partido”-.

El Partido comunista chino parece que actúa con un poco más de cabeza, de paciencia y de astucia, apoyándose en sus ancestrales virtudes, pero los resultados de la nueva colonización económica que China está llevando a cabo en África, en Hispanoamérica, e incluso en algunos de los más grandes puertos marítimos de todo el mundo, se irán viendo en un futuro próximo. Como de hecho ya se vio en los primeros meses de la pandemia del Covid-19, cuando una cosa tan sencilla de fabricar como son las mascarillas, tuvieran que venir desde el país donde se había originado la infección. Y no solo eso, China también corre el riesgo de poner en peligro a toda la humanidad porque su desarrollo económico está llevándose a cabo con poco respeto al medio ambiente y a la salud humana y animal de todo el planeta. En un mundo globalizado, para bien y para mal, como es el nuestro, es fácil que una u otra pandemia, procedente de África o de cualquier otro lugar del globo, se extienda por todo el planeta Tierra. Parece evidente que, en lo que va de siglo, no menos de once pandemias, humanas o animales, han tenido su origen en China. ¿La causa? Al parecer, en China se están borrando las fronteras entre la Naturaleza y la ciudad, porque el colchón o filtro que ejerce la Naturaleza para evitar que las enfermedades se extiendan, está desapareciendo en grandes regiones de China. Claro que esto es fácil de criticar y podría suceder que los demás países desarrollados estemos incurriendo o hayamos incurrido en el pasado en similares pecados contra la Naturaleza, contra los derechos humanos y contra la misma vida humana en los procesos de colonización y luego de descolonización, muchas veces violentos.

¿Y qué tiene esto que ver conmigo, con nosotros, con España? Pues que es peligroso despreciar a la Ciencia, aunque sea en nombre de un pretendido derecho humano o de un salto adelante en el progreso social. Me refiero a la ley del aborto, la vieja y la nueva. Una vez más se recurre a la propaganda: una mentira reproducida miles de veces se convierte en verdad. Una de las mejores herramientas de la propaganda política es el eufemismo, el arte de esconder la verdad, de dulcificarla o quitarle dramatismo.

La ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo es un eufemismo y se contradice a sí misma, porque la reproducción humana se manifiesta, de hecho, en unos cien mil abortos al año, más de un millón desde la Ley aprobada durante el Gobierno de D. José Luis Rodríguez –porque tenía padre- Zapatero, recurrida por el PP y convalidada recientemente por el Tribunal Constitucional y por el mismo líder de la oposición, D. Alberto Núñez Feijoo. Reproducción y no reproducción, a la vez, desde el mero título de la Ley. Por otra parte, es también eufemística la palabra “interrupción”, pues en el acervo lingüístico de cualquier españolito, algo que se interrumpe, como un partido de fútbol o una corrida de toros, por la irrupción voluntaria de un espectador en medio de la cancha o del albero, es susceptible de ser reanudado una vez restablecida la paz y el orden.

Pero en el caso del aborto, la Ciencia más actual nos aporta un concepto importante, el de “proceso”. El proceso nos ayuda a entender que un óvulo fecundado por un espermatozoide -no necesariamente el más rápido, sino el más afín desde el punto de vista bioquímico con el óvulo-, que no sufre una alteración genética que le lleve a ser inviable, o que no padezca una intoxicación química, voluntaria o accidental, ni sufra un gran trauma exterior, accidental o voluntario, ayudado por sus padres –bueno, también podrían ayudarle sus progenitores-, educado por el entorno familiar, escolar y social, podría acabar siendo, necesariamente, Presidente del Gobierno del Reino de España o rectora de la USAL, o cajera de supermercado, o taxista; todos, como personas y como ciudadanos, detentores de la misma dignidad personal.

La ideología, la falsa ciencia, que asegura que el aborto es un derecho, o que la mujer tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera, cosa que ahora no podría aplicarse de un perro, más que nada porque su cuerpo, el del perro, no nos pertenece, sino que es propiedad del propio perro y, como tal, tiene derecho a vivir y nosotros el deber de asegurar que viva, en la medida de nuestras posibilidades económicas y de los conocimientos de nuestro veterinario.

Todavía están por ver todos los efectos causados por los cientos de miles de abortos, pero la cosa para España no pinta nada bien, ni desde la perspectiva de los derechos humanos y el respeto de la dignidad de la persona, ni desde el punto de vista económico, cultural, social y político. Si no respetamos la Ciencia en este asunto del aborto, pagaremos las consecuencias más pronto que tarde. Ya las estamos pagando.

Nótese que, a pesar de ser yo cura católico, no he entrado en el terreno de la moral que, por cierto, también debe basarse en las aportaciones de la Ciencia, respetándolas, pues lo contrario sería tirar piedras de media tonelada cada una sobre nuestro propio tejado.

Antonio Matilla, sacerdote católico.

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