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Disfraces falaces, nueva colección
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Disfraces falaces, nueva colección

Actualizado 17/02/2023 08:21
Tomás González Blázquez

Al abrir el baúl de mimbre se me muestran una montera y un casco con sus cuernos, disfraces de torero y vikingo que los álbumes familiares acreditan con sonrisas de mañana de Reyes. Junto a ellos, sombreros de vaqueros de los que no matan indios porque la pistola nunca está cargada, vendas en cantidad como para alumbrar una momia creíble y kimonos que bien representaban a los niños asiáticos en la entrañable Santa Infancia, entre otras indumentarias. Cualquier tela, gorro u objeto por irrelevante que pueda parecer te transporta a esa efímera irrealidad de la máscara, que te oculta y te libera mientras, a cada instante, tu propia piel pide la palabra y te devuelve al presente. Admite, no obstante, moratorias por Carnaval, e incluso puede dejarte por una noche en los sesenta, si acaso fuera ese tu disfraz favorito.

En el baúl de los viejos y buenos tiempos, sin embargo, nunca recuerdo haber visto una bata para disfrazarse de defensor de la sanidad pública, que es un atuendo muy de moda en manifestaciones de domingo y huelgas entre semana. Incluso en noches de sábado sobre la alfombra roja de una gala, la de los Goya, que tiene su propia sanidad privada para dar consejos pero no ejemplos. Sí, la bata es vistosa pese al blanco, y la sanidad un bien a cuidar, cada poco lo repito en esta calle, pero difícilmente puede defenderse si se abandonan a su suerte los fundamentos deontológicos de la Medicina como ha ocurrido: una casa sobre arena. Queda reducida esa bata a mero disfraz.

Tampoco he visto jamás en nuestro baúl un argumentario de partido político, que es el disfraz oficial de sus portavoces y de sus voceros mediáticos, ayunos de opinión propia según se ve. En estos meses previos a las elecciones, que en el fondo son casi todos, porque siempre hay alguna en el horizonte, se esfuerzan en transmitir no ya las ideas que no han reflexionado sino los mensajes que les han fabricado, previo pago a sus asesores (que cada cual revise los suyos, el que los tenga). Caso reciente de vacuidad política es la del líder de la oposición, encantado ahora con la ley del aborto que su propia formación recurrió. ¿Servirá esta vez para que nadie se lleve a engaño sobre el Partido Popular y la defensa, que no hace, de la vida humana? Me conformaría con que en la radio sostenida por la Conferencia Episcopal Española se le criticara por ello, pero no caerá esa breva, le seguirán masajeando, y cada vez necesitaremos una pinza más potente en la nariz para marcar la X como nos piden nuestros prelados. Porque el disfraz perpetuo de la política, que hoy por desgracia es la nada, contamina a todo aquel que no se atreve a ir contra la corriente y decirles a la cara que están desnudos, ya sea uno periodista, obispo o vulgar elector de los que recibimos la petición de voto.

Ni rastro en el baúl de túnicas y toquillas, y mira que fotos he visto de una fiesta en la que las hubo. Fue hace muchos años, no habría nacido todavía el diseñador del telesilla inter-tras-sobre-tormesino, ni se habría prendido el fuego que dio lugar a la humareda congresual, jaleada desde algunas redacciones amigas que incluso echaban la culpa al mensajero (a veces, perro sí come perro). Un disfraz de jeque nunca falla, aunque los petrodólares sean del Monopoly. Total, si se acepta el pulpo del centenario de un equipo de fútbol que lleva jugando diez años humanos, con acento mejicano, ¿por qué no dejar entrar en la jarana helmántica a los amigos dubaitíes? ¡Peace! And love.

El peor disfraz de todos, en vísperas de otra nueva cuaresma, es el que nos ponemos para escondernos de nosotros mismos, cada ocasión en que nos engañamos con lo que no somos, que tropezamos en la piedra que acabamos de colocarnos, que evitamos mirarnos al espejo para esquivar nuestra mentira. Lo bueno es que, recién estrenada por enésima vez la falaz colección que nos disfraza primero y nos aflige después, la Verdad echa a correr a nuestro encuentro, nos cubre de besos y prepara un banquete para celebrar que volvemos a casa.

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