En estos tiempos secularizados se entiende poco de cuaresma. Pero sí se entiende, y mucho, de carnavales. Y, sin embargo, no se puede entender bien el sentido y el origen de los carnavales si no se entiende la realidad de la cuaresma.
Cuaresma es un periodo de cuarenta días, en el que se realizan diversas prácticas que sirven, inicialmente a los cristianos, como preparación para la celebración de la gran fiesta de la Pascua, que recuerda la muerte de Cristo condenado al suplicio de la cruz, y a la vez, y sobre todo, se pone de relieve el gran triunfo de la Resurrección.
En el tiempo de cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza, los cristianos realizamos prácticas de oración y sacrificio, y de ayuno y caridad. Así se proclama en la eucaristía del miércoles de ceniza.
La oración lleva consigo la práctica del silencio -cesan cantos y bailes, y se disminuyen los ruidos de todo tipo-, y en el silencio resuena con fuerza la proclamación de la Palabra de Dios, especialmente con su abundancia y riqueza particular, que alimenta y fortalece.
Y el aprovechamiento de la Palabra lleva consigo el vaciamiento, la renuncia, el sacrificio y el ayuno. Por eso, la práctica recomendada y urgida por la Iglesia Católica, hoy ya más mitigada, lleva consigo el ayuno como tal, privación de todo alimento, y la abstinencia o disminución de la comida que pide, sobre todo, privarse de comer carne y limitarse a la comida de pescado, de leche y de huevos.
Pero todas esas privaciones han de poner su mira en la carencia de los pobres y necesitados, a los que hemos de socorrer con nuestros bienes. Este año, la atención tiene que estar puesta, lógicamente en las atormentadas gentes de Ucrania, las afectadas por los terremotos en Turquía y Siria, en los que padecen los efectos de los terribles incendios de Chile y, por supuesto, en los probados por la continua hambruna en los países pobres de África y otros continentes, y los castigados con las violencias de la guerra y las demás violencias.
Y, por supuesto, acompañar a Cristo en sus padecimientos, mientras caminamos confortados por la esperanza en la vuelta de la vida por el triunfo de la Resurrección.
Los carnavales son una práctica de disimulo y de protesta mediante llamativos disfraces, que a veces son una pura provocación frente a las propuestas restrictivas de la Iglesia Católica y de otros grupos religiosos, como los judíos y los seguidores del islam.
Los carnavales se llamaban antiguamente jornadas de “carnes-tolendas”, es decir, de retirar las carnes de nuestras comidas. Que eso es lo que significa esa expresión latina. El carnaval, cuyo nombre prevalece actualmente, procede del idioma griego: “carna-ballon”, quitando la carne.
Cada año el Santo Padre Francisco nos dirige un Mensaje o exhortación a comprometernos seriamente con todas las prácticas cuaresmales, especialmente en lo que supone la atención a los pobres, enfermos y abandonados.
Con estas palabras encabeza este año su mensaje el Papa Francisco: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18).
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.
El Papa se dirige realmente a lo fundamental. Lo que se refiere a las virtudes teologales, que constituyen el centro de la vida cristiana. Virtudes que están presentes en el creyente desde el momento de su bautismo, y que guían al cristiano por el camino esencial de la vida.
Según Francisco, la fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos. La esperanza es como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino. Y la caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
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