Allí, los escolares escucharon una lección de vida… y de valentía
Siempre es bueno salir de la rutina de las clases, aunque sea para escuchar una charla de la que nada se ha anunciado. Nuestros alumnos del IES Mateo Hernández no sabían que iban a encontrarse con una visita muy especial: cuatro jóvenes, internos en diferentes grados del Centro Penitenciario de Topas acompañados de sus educadores, y además, para darle aún más importancia a la política de reinserción, de ejemplo, de cercanía, nada más y nada menos que del director del centro, Carlos García y la subdirectora, Marta Pérez. Toda una sorpresa, y un honor.
Ya les anunció el director del IES Mateo Hernández, iban a escuchar una lección de vida… y de valentía. Contar una historia dolorosa no es fácil, y menos ante un público que, tras las palabras de Nines Zurdo, orientadora del centro, guardó un silencio sencillamente estremecedor. Un silencio que se rompía en aplausos cada vez que las cuatro personas que ocupaban el escenario, acompañados, sostenidos por su coordinador, José Ramón, relataban su experiencia.
Experiencias muy cercanas a la vida de nuestros alumnos, sus interlocutores a quienes su educador pide que no se tomen como una película, que entiendan que esto les puede pasar a cualquiera, que hay que pedir ayuda cuanto antes y que debemos darle las gracias a quienes, de forma tan valerosa y sincera, vienen a contarnos su historia, la suya, la que tanto duele.
La historia de un chico que siente curiosidad por lo que consumen sus amigos, que entra en la espiral de las drogas de forma progresiva hasta que su relación con la familia se hace insostenible porque la única opinión que cuenta es la de los colegas. Nuestro primer interlocutor tiene una voz tranquila, sensata… insiste en que “Cada cosa que nos pase a nosotros, afecta a todos los de nuestra familia”. Es el suyo un mensaje de agradecimiento. Porque en todos ellos hay una mirada a la primera fila donde están sentados sus educadores, el director y la subdirectora de la cárcel, aquellos a quienes agradecen el apoyo y que… aun conociendo sus historias, se siguen emocionando: Carmen, José María, Elena, Marta y Eva les miran, sonríen, les animan a seguir contando… y mientras, nuestros alumnos siguen callados, en un silencio respetuoso, atento, escuchando…
Escuchando una historia de pérdidas, porque se pierden el trabajo y la cordura cuando el consumo pasa de ser recreativo, esporádico, de fin de semana, a convertirse en una necesidad diaria. Y para costearla, el trapicheo, el mundo de la noche, la falta, la huida, los amigos que se quedan por el camino, el hospital tras un episodio de psicosis… la cárcel… y la frase que resuena, alta y clara en este salón de actos silencioso: “El mundo es maravilloso, y estáis a tiempo de decir no”. Los aplausos son sentidos, sinceros, y el silencio… ese silencio con el que escuchan a un muchacho como ellos que pasó del centro de menores de Zambrana a la cárcel “Del instituto a la universidad”, bromea. El suyo es un testimonio particularmente especial para nosotros, y para sus educadores a los que agradece todo el trabajo del Módulo Terapéutico pero sin olvidar una verdad absoluta: “Siempre hay gente que te ayuda, pero por muchos educadores buenos que tengas, el que tiene que salir de esto soy Yo”. Y ese yo queda en el aire, como su deseo de tomar las riendas de su vida y es muy especial que la última frase que oigamos cuando finalice el acto sea la suya… “Yo ahora solo quiero ser feliz”.
Una felicidad que se le hurtó muy temprano a un niño criado en un centro de menores, que consumía para olvidar esas circunstancias duras que le hicieron caer en una espiral que, explica de forma muy clara y contundente, nuestro último interlocutor: “Enriquece a otro que te está matando”. El suyo es un testimonio directo, cercano, contundente: “Sois jóvenes, no merece la pena, ten valor para decir no, para pedir ayuda, porque hay que vivir, vivir, ser libre…” Es tan claro, tan tremendo su mensaje que pensamos que el silencio de nuestros chicos solo se va a romper con aplausos… pero no. No. Porque cuando llega el turno de preguntas y aunque alguno no pueda evitar inquirir sobre cómo son las celdas, nuestros alumnos se presentan a sí mismos y preguntan, preguntan, se interesan, inquieren… y la charla nos regala momentos memorables. Como cuando se recuerda que el sonido de los barrotes en el recuento, y el silencio que queda después, cuando no puedes hablar ya con nadie, no se olvida… se mete en la cabeza, en todo el cuerpo. Y ese sonido, terrible sonido, suena también en la mente de nuestros chicos.
Testimonios de vida, de deseo de libertad, de ruptura con la espiral que en un momento tan temprano les engulló sin remedio. Ecos de vidas que ahora se quieren luminosas, diferentes… libres. Es el relato de la esperanza, es la seguridad de que nadie está solo, de que hasta en el espacio más doloroso de nuestra sociedad se tiene el afecto y el interés de los otros, aquellos que acompañan la pelea por salir, por cambiar, por “ser feliz”: “Yo lo que quiero es ser feliz”, y esa felicidad, esa luz parece iluminarnos a todos. Y hay un aplauso, y otro, y nos damos cuenta de que los chicos han pasado dos horas ininterrumpidas sentados en silencio, escuchando, pensando, escuchando… Y más allá de su lógica curiosidad, su carga de películas y videojuegos, florece la empatía, la cercanía, el afecto. Ojalá que los aplausos, sentidos, largos, de nuestros alumnos resuenen más fuerte que el sonido de los barrotes, el del silencio tras el recuento, el del cielo al otro lado. Y se impone la despedida, el regalo colorido, hecho con las manos del taller que pronto estará en una pared privilegiada del centro escolar que hoy ha recibido una visita muy especial: la de cuatro valientes con el valor de contar su vida, con el deseo, la fuerza, el coraje de cambiarla. Y seguimos aplaudiendo y dando las gracias.