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Mollorido, el enclave literario perdido en Cantalapiedra
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Mollorido, el enclave literario perdido en Cantalapiedra

Actualizado 11/02/2023 17:00
Carlos Javier Salgado Fuentes

Perdidos en la Tierra de Cantalapiedra, los restos de Mollorido, protagonista de importantes obras literarias, aguardan sepultados junto a las edificaciones de su ‘heredera’, la finca de La Carolina.

A la vera del río Mazores, a mitad de camino en la carretera que une Tarazona de Guareña con Vallesa de la Guareña, los restos de la antigua Mollorido aguardan sepultados junto a las edificaciones en pie de su ‘heredera’, la finca de La Carolina, que le sustituyeron en su trayectoria histórica en ese enclave que, atravesado por la vieja calzada de Salamanca a Medina y el cordel de merinas de Salamanca a Valladolid, favoreció en otros tiempos el establecimiento allí de mesones y posadas.

Hoy sepultado por la lápida del tiempo, Mollorido es apenas un recuerdo en viejos libros que lo mencionan y el nombre de un camino que lleva desde Cantalapiedra a esta antigua localidad. Respecto a sus orígenes, fue fundado en la Edad Media por los reyes de León, datando las primeras referencias documentadas a Mollorido del siglo XIII, cuando aparece recogido como “Monteflorido” o “Monflorido”, nombre que acabaría derivando a “Mollorido”.

Durante su trayectoria histórica, Molorido llegó a pertenecer como Señorío eclesiástico al Obispo de Salamanca, al igual que su vecina Cantalapiedra (donada como tal por Alfonso VII de León al Obispo salmantino en 1136), separándose Mollorido del señorío episcopal en 1581 para, posteriormente, pasar a depender de la villa de Cantalapiedra desde 1614.

Pero, sin duda, la faceta en la que más ha destacado Mollorido ha sido en la literatura, con varias menciones a esta vieja localidad en diversas obras, como ‘El Bachiller de Salamanca’ (‘Le Bachelier de Salamanque’), escrita en 1736 por el novelista y dramaturgo francés Alain-René Lesage, en la cual se describía la ubicación de Mollorido en el siguiente diálogo:

“Al oír Basilisa el nombre de Don Querubín, se puso a mirarme con mucha atención, y me preguntó de qué paraje era de España. Señora, la dixe, yo soy natural del Reyno de León. ¿Por qué me hace Vmd. esa pregunta? Pareció turbarse ella con mi respuesta, y me replicó de esta manera: No sin causa la hago, pues conozco algunas gentes de Salamanca, donde tal vez habréis nacido. Allí no, la respondí, sino en sus cercanías; esto es, en Mollorido, villa grande, de la que mi padre era Alcalde.”

Mollorido, el enclave literario perdido en Cantalapiedra | Imagen 1

Previamente, en 1605, en su obra ‘Fastiginia o fastos generales’, el escritor portugués Tomé Pinheiro da Veiga aludía a Mollorido al describir su regreso a Portugal desde Valladolid, señalando que “Llegando a Mollorido muy cansados, sin hallar que comer, estaba un villano comiendo huevos y cebollas. Se levantó y nos hizo un brindis ofreciéndonos su mesa”.

Por su parte, nuestra figura literaria más conocida, Miguel de Cervantes, mencionaba a Mollorido en su ‘Novela de Rinconete y Cortadillo’ en 1613, en la que uno de los protagonistas, Diego Cortado, señalaba que “Nací en el piadoso lugar de Mollorido, justo entre Medina del Campo y Salamanca”. Del mismo modo, en ‘Los Baños de Argel’, publicado dentro de ‘Ocho entremeses y ocho comedias nunca representados’ en 1615, Cervantes volvía a hacer mención a Mollorido, calificándola el personaje Ángel Tristán como “un lugar escondido”.

No obstante, las referencias literarias a Mollorido no finalizaron ahí, y otra figura célebre de nuestra literatura, Tirso de Molina, en el acto III de su obra ‘Antona García’ (publicada en 1636), mencionaba Mollorido como una venta en el camino de Salamanca a Medina, en la que se decidía a hacer noche la protagonista de la obra, Antona García, mujer del siglo XV partidaria de los Reyes Católicos en la guerra mantenida por Isabel ‘la Católica’ frente a Juana ‘la Beltraneja’.

Sin embargo, fuera de la literatura, Mollorido fue poco a poco desapareciendo con el paso de los siglos, y la vieja villa se fue difuminando en el paisaje, perdiendo sus casas, sin que resistiesen tampoco al tiempo su vieja iglesia y su ermita, que custodiaban la calzada de Salamanca a Medina a su paso por esta desaparecida localidad.

Pero no todo lo que acogió Mollorido se lo llevó por delante el tiempo. Y es que hoy la iglesia de Cantalapiedra aún alberga dos tablas de estilo flamenco que proceden de la vieja iglesia de Mollorido, obra del maestro italiano Nicolás Florentino. Asimismo, en el patio interior del edificio histórico de la Universidad de Salamanca, se yergue orgullosa una secuoya procedente de Mollorido, tras haber mutado en finca esta vieja localidad, siendo conocida por aquel entonces ya como La Carolina, siendo adquirida por los Onís en las desamortizaciones liberales del siglo XIX, regalando esta familia asentada en Cantalapiedra la mencionada secuoya a la Universidad de Salamanca, plantada en 1870 en su patio.

Y es que, aunque el paso del tiempo se llevó consigo a la vieja localidad de Mollorido, sus huellas aún permanecen visibles en obras literarias de relevancia, en la iglesia cantalpetrense y en el propio corazón de la Universidad de Salamanca mediante una secuoya que se alza hacia el cénit buscando tocar con su copa las almas de los viejos moradores de Mollorido.

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