Como la policía no está formada en el tema de la violencia de género, muy a menudo las denuncias no se toman en serio, se minimizan y, en algunos casos, se pone a las víctimas en situaciones incómodas en las que tienen que justificarse o no son bien recibidas.
María Laura Violato
Defensora de los Derechos Humanos
En Italia, en 2022, se produjeron 300 homicidios de los que 120 tuvieron como víctimas a mujeres; de ellos, 97 ocurrieron en un entorno familiar o afectivo; y la pareja fue el autor en 57 de estos casos. El 2021 también cuenta con un dramático número de víctimas, 104 para ser exactos. Aunque en 2022 se produjo un descenso con respecto a 2021, la cifra sigue siendo trágicamente alta. Todas estas mujeres han sido víctimas de violencia machista, pero la violencia de género no sólo está representada por los feminicidios; según el artículo 1 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aprobada en 1993, se define «todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que cause daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, incluso las amenazas, la coacción o la privación arbitraria de libertad».
Según datos del ISTAT (Instituto Nacional de Investigación), en el Estado italiano el 31,5% de las mujeres de entre 16 y 70 años ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual, y ha sido perpetrada por su pareja, amigos o familiares, es decir, en el entorno afectivo. En Italia, en realidad, existen leyes que apoyan los derechos de la mujer. Por ejemplo, desde 1966, las violaciones del derecho a la libertad sexual, antes consideradas delitos contra la moral pública y las buenas costumbres, se consideran infracciones penales; en 2001, las medidas contra la violencia en las relaciones familiares se convirtieron en ley; en 2015, se adoptó un Plan Extraordinario de Acción contra la violencia sexual y de género que, entre otras medidas, introduce un sistema integrado de recogida y tratamiento de datos que finalmente entró en funcionamiento en 2022.
Además, Italia es uno de los Estados firmantes del Convenio de Estambul, que puede considerarse un instrumento jurídico de lucha contra la violencia de género. Una de las normativas más actuales que ha introducido el Estado para combatir la trágica situación de la violencia de género es el Código Rojo, aprobado en 2019. La legislación contiene medidas que aceleran los procesos penales y endurecen las penas en casos de violencia de género. Así que, en general, sería posible afirmar que, teóricamente, las medidas para combatir y prevenir la violencia de género están presentes en la legislación pero, en realidad, estas medidas presentan graves deficiencias desde el punto de vista de su estructura y funcionamiento; de hecho, en varios casos se ha evidenciado el fracaso de la aplicación de la ley.
En concreto, hablando de la ley del 2019 (Código Rojo), uno de los mayores problemas se encuentra en el ámbito de los fondos económicos, ya que se quiere acelerar el proceso penal pero no se prevé una mayor financiación para formar a magistrados y agentes de la autoridad, ni para hacer frente al tiempo necesario y al número de mujeres que denuncian violencia, ni para reforzar los Centros Antiviolencia. Tal como está estructurado, el Código Rojo se convierte en una herramienta inútil y casi peligrosa porque no extrapola los casos más graves, según ha denunciado el jefe de la Fiscalía de Milán, Francesco Greco.
Otro problema es que no se prevén medidas concretas de prevención. La prevención pasa por la educación, empezando por las escuelas y los más jóvenes. Las medidas contenidas en la ley en cuestión son de carácter urgente y pretenden endurecer las penas sin tratar el problema desde un punto de vista cultural, es decir desde la raíz del problema. El mayor problema en Italia se refiere principalmente a la consideración que se tiene del fenómeno de la violencia de género: se banaliza o no se reconoce. En el territorio, los encargados de tutelar los derechos de las mujeres que denuncian, como policías, magistrados y abogados, no están preparados para reconocer las señales que indican la presencia de violencia. Incluso en urgencias, la propensión a reconocer el fenómeno de la violencia de género es muy baja: los datos muestran que una mujer que ha sufrido violencia volvió de media 5/6 veces a urgencias en el trienio 2017-2019. Esto significa que las víctimas no fueron reconocidas como tales la primera vez que solicitaron ayuda en el hospital.
El endurecimiento de las penas y la mera urgencia de las medidas de lucha contra la violencia de género no pretenden hacer frente al problema que, en Italia, es también la causa del continuo aumento de las muertes y la violencia que sufren las mujeres cada día: la falta de educación. Otro punto importante que demuestra lo que acabamos de destacar se refiere a la comunicación: los periodistas no suelen hablar de los feminicidios en los términos correctos. Tal y como se denuncian los hechos, a veces parece que casi se trata de justificar al agresor, sobre todo cuando se está hablando de la pareja de la víctima. Cuando una mujer es asesinada, los periódicos incluyen fotos de la pareja, información sobre la vida del agresor, y el motivo de la agresión suele ser descrito como un repentino arrebato de ira por palabras pronunciadas por la víctima, o a causa de un exceso de amor.
Pero esto no es amor, la ira no puede ser la explicación y ninguna palabra puede justificar una agresión. Lo que resulta es que las personas que leen estos artículos no se indignan por la muerte de mujeres víctimas de una sociedad patriarcal y no se conciencian para reconocer las actitudes violentas. Todo este entorno de desconocimiento puede ser fatal para las mujeres que necesitan ayuda. En primer lugar, es muy difícil denunciar los actos de violencia porque el chantaje psicológico puede crear una espiral de dependencia emotiva hacia los agresores. Además, como la policía no está formada en el tema de la violencia de género, muy a menudo las denuncias no se toman en serio, se minimizan y, en algunos casos, se pone a las víctimas en situaciones incómodas en las que tienen que justificarse o no son bien recibidas. Las mujeres temen no ser creídas y, por tanto, les resulta difícil denunciar.
La violencia de género es un fenómeno estructural presente en todas las esferas de la vida, deriva de la sociedad patriarcal y se afirma desde las primeras experiencias que tenemos a partir de los modelos que asimilamos en la familia, en la escuela, en las relaciones de pareja, en el trabajo y a través de los medios de comunicación, y está tan enraizado que algunos tipos de violencia ya parecen normalizados. Es una emergencia, hay que tomarlo en serio y el cambio debe ser radical y empezar por nosotros y nuestra educación.
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