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Pequeñeces
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COSAS  VEREDES

Pequeñeces

Actualizado 06/02/2023 09:33

Confieso que hay días que me resulta difícil escribir tres renglones seguidos, las teclas se hacen duendes entre los temblorosos dedos y noto que los ojos se nublan delante de la pantalla. Trato de concentrarme, pero las imágenes y las fotografías de los periódicos reflejando el dolor de los familiares por la muerte de un ser querido me dejan la mente en blanco. Pienso que no debería escribir mi columna, ni buscar un título llamativo, y en el espacio vacío de “Mis cosas veredes” insertar la foto de la mujer que llora al esposo por la guerra desatada por un indecente sátrapa, la del hijo que trata, desde su propio desconsuelo, de consolar a su madre, o la del animal descerebrado (con cara, nombre y apellidos) que asesinó a su pareja. Pero la vida sigue, y la de los políticos también que se encuentran en Jauja, viven en la inopia, pocos problemas tienen, el puchero está asegurado cuando acuden al parlamento a dar la nota, a escenificar una burda comedia movidos exclusivamente por sus intereses.

Me han regalado una gorra y me encuentro incómodo con ella, aún no se ha amoldado a mis sienes, a mi pelo ralo y escaso, a mi frente arrugada. Por eso voy a seguir a lo mío, con mis andares, mientras me acostumbro y llega la primavera. Me decía un amigo en la barra de un bar que en política, como en todos los órdenes de la vida, lo primero que hay que ser es sincero, honrado aunque sea difícil y caminar con la verdad por delante. En una palabra no ser frívolos, tomarse las cosas en serio para que el ciudadano crea en ti y no te mande a la porra. O tal vez, decía, en este país necesitamos que por encima de todo se alce la voz de los poetas, la levedad de sus palabras, la sinceridad de sus sentimientos. Mi buen amigo Eugenio, al que hace tiempo no veo, exclamaba: “Pensar en nada, juego delgado de cenizas, acontecer de instantes que no pasan… Mis labios están roncos de hablar con la mirada…”.

Acaso y también, de ahí mi inveterada manía de escribir simplezas, pequeñeces y en muchas ocasiones tonterías. Tengo por costumbre parar algunas mañanas en la plaza del El Corrillo, apartarme un poco y encender un pitillo para no molestar. En los últimos meses me amparaban las vallas colocadas alrededor de la estatua de Adares y me preguntaba por la razones para tener encerrado al poeta tanto tiempo; se lo pregunté a un policía, a un funcionario y a un señor con paraguas, siempre los hay si el día es desapacible. Y del mismo modo o razón (ninguna) me preguntaba que cuándo harían lo mismo con la escultura china colocada hace unos días en la Plaza o con la de Vicente del Bosque en la plaza del Liceo. Pero mis preguntas, el problema gordo que me acuciaba terminaron el jueves pasado, cuando bajo un arco tropecé con un concejal cuyo nombre no viene al caso, se lo comenté (él tampoco nada entendía) y se fue hacia el ayuntamiento a cumplir con sus obligaciones. El viernes (era san Blas) las vallas y el absurdo habían desaparecido. Concejal con mando.

No entiendo, de igual manera, por qué todos los lunes de año, con frío o calor, con gabardina o en mangas de camisa, un grupo de personas (no más de diez y siempre contentas) se acercan hasta la Plaza, altavoz en ristre y despliegue de pancarta, para darnos un modesto recital cantado y pedir que nuestras pensiones sean dignas. Y me ha dado por pensar (lo hago a menudo cuando camino las calles) que acaso estos tranquilos jubilados andan un tanto desfasados. O no han recibido la carta del ministerio con la subida de su pensión o no les parece suficiente, algo que por supuesto no seré yo quien les discuta. Llegados a este punto, les pediría que cancelaran por un tiempo este su derecho a manifestarse, su poco molesta tabarra durante una hora, guardando fuerzas para peores tiempos, que los habrá. Nunca el jubilado estuvo tan bien tratado.

Jotamar, @[email protected]

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