Tan importante como la obra es saber distribuirla, darle su espacio, llenar los huecos que el maestro dejaba en sus trabajos como una seña de identidad
Los pasos del fotógrafo José Amador Martín le llevan al rincón donde se alzan las catedrales entre los cipreses del jardín dominico. La sala de exposiciones de de Santo Domingo tiene una perspectiva de la ciudad insólita, de geometría crepuscular y es su jardín el espacio donde las piezas del artista de Matilla de los Caños se elevan a ras de tierra como los olivos centenarios, solemnes y hermosos.
Inagotable nuestro Venancio Blanco que cumplirá cien años en “el último taller glorioso que nos espera a cada uno” como recuerda su hijo Francisco Blanco, presidente de la Fundación que tiene su sede en la planta dominica. Piedra alzada en arcos para un espacio expositivo que se renueva con un Venancio Blanco fecundo, joven siempre, maestro y aprendiz a la vez, inagotable en su ansia de aprender y seguir trabajando en el taller infinito de su labor porque según sus palabras: “El arte nunca se deja de aprender”.
Nació el hijo del mayoral en la tierra charra que tanto retrató en sus obras, paisaje y paisanaje de calles y plazas, en 1923 y murió en Madrid en ese año 2018 que le volvió eterno. Figura del arte neofigurativo, Presidente de la Academia Española en Roma, Venancio Blanco era un artista consagrado que se consagraba a la enseñanza, y de ahí que su Fundación tenga el empeño del Taller, del encuentro y la docencia. Y de docencia sabe mucho la artista y profesora Vanessa Gallardo, magnífica comisaria de esta muestra que se suma a las ya expuestas entre las columnas de la sala… porque Venancio Blanco es inagotable y sigue su máxima eterna: “El arte tiene que ser generoso por esencia”.
Generosa la comisaria, magnífica instaladora, artista reconocida que sabe del amor a la materia y de la bondad del espacio. Y es el recorrido por el espacio expositivo, itinerario del centenario del artista, el que hace el fotógrafo siguiendo las pautas de Vanessa Gallardo. Porque tan importante como la obra es saber distribuirla, darle su espacio, llenar los huecos que el maestro dejaba en sus trabajos como una seña de identidad. Treinta y cinco esculturas, algunas no expuestas hasta la fecha, dibujos y un trabajo audiovisual, sorprenden al visitante. Si los comienzos formativos del artista se sirvieron del barro, el cemento y la escayola, fue el descubrimiento de la cera y el vaciado de bronce el que marcó la impronta personalísima de Venancio Blanco. Un itinerario por su obra perfectamente definido por la comisaria que nos hace recorrer las piezas grandes, pequeñas, dúctiles de cera, ligeras en su concepción geométrica de bronce, geométricas en el trazo del dibujo… Por algo la artista comisaria titula su texto “Devoción por la materia”, y es devoción por la obra de Venancio la que marca su trabajo y su entrega.
“Siempre Venancio. El arte nunca se deja de aprender” es la muestra insólita de un genio que habita el itinerario diario de las calles salmantinas. Como insólito es su Jesús Rescatado ante el que se detiene el fotógrafo con fervor artístico y cristiano. Quiere la profunda devoción de Amador recorrer al Cristo rendido a su suerte, de manos desatadas, grandes y cruzadas en resignada y serena pose. Un Rescatado de pie, con el pecho hueco para que quepan en él todos cuantos se acerquen a su figura adolorida. Y el fotógrafo, siempre lleno de piedad, hinca el objetivo ante su originalidad y su belleza. Nadie como Venancio Blanco para modernizar la talla tradicional de una Pasión vivida con dolor y esperanza. Afuera, en el jardín, abierto a todas las intemperies, su Cristo hace el amago de resucitar, el pecho también hueco para contener las plegarias de los visitantes. Permanente recuerdo del genio de un artista que nos convence con su palabra certera de que las estatuas responden cuando las miramos, un artista de altiva factura en sus piezas que recorren nuestra tierra, nuestra cercanía y el gusto por retratar la vida… sea cual sea la materia con la que el artista trabaje en el taller que fue su existencia toda, fecunda y constante.
Siempre Venancio. Arte que no ceja. El arroyo de Santo Domingo, a la vera de los Dominicos, bajo el puente que nos lleva a uno de los rincones más hermosos de la ciudad, es un paseo de estatuas y poetas, y quisiera pensar, en el itinerario del poema, si Venancio Blanco ahora charla en su Taller infinito con Fernando Mayoral, mientras su Cristo se eleva en presencia del San Juan de la Cruz del otro maestro. Devoción por la materia, devoción por la belleza.
Charo Alonso.
Fotografías: José Amador Martín.