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La senda de la felicidad
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La senda de la felicidad

Actualizado 25/01/2023 08:24

En el seguimiento de Jesús necesitamos arriesgarnos a vivir con él la felicidad de su Buena Noticia en la pobreza evangélica, en la mansedumbre del corazón, en la compasión y el llanto, en la fidelidad paciente, en el hambre y sed de justicia, en el ejercicio de la misericordia.

JOSÉ LUIS PÉREZ ÁLVAREZ

Felices quienes han rellenado el álbum de la felicidad con fotos de compasión, sonrisas, solidaridad, amistad, ternura, sentimientos, alegría, superación, esperanza, amor…

MIGUEL ÁNGEL MESA BOUZAS

Si en la entrada anterior hablábamos de la sociedad opulenta y su efímera felicidad, hoy queremos proponer otro tipo de vida y de ser en el mundo. Muchas personas tienen todo aquello que les puede proporcionar bienestar, pero no son felices, puede que aflore en ellas ese sentimiento de decepción que E. Bloch definía como la “melancolía de la satisfacción”. Por eso, en esta entrada, queremos buscar una propuesta de felicidad en esta vida, expresada en el evangelio de este domingo “el domingo de las bienaventuranzas”. En nuestra sociedad unidimensional, las bienaventuranzas son ventanas que nos permiten dirigir la mirada a nuestro deseo de esa realidad diferente. No ponen ante nuestros ojos una utopía política, sino las posibilidades que se encuentran en nuestro corazón para ser feliz y descubrir a Dios.

No pocas personas han abandonado la fe porque nunca han experimentado que Dios pueda ser una fuente de felicidad. Hoy se respira en la sociedad como que la fe es algo molesto y negativo, pensando que no puede aportar nada en esta vida. Posiblemente los cristianos de hoy no sabemos presentar bien el evangelio como buena noticia y que sea fuente de vida y de esperanza para las personas de hoy en día. Muchos no somos conscientes que las bienaventuranzas son un grito revolucionario, pero las hemos convertido en un medio de mantener bien protegido un orden social injusto.

El sermón de la montaña es el primero de los grandes "discursos" de Jesús que nos trae san Mateo, comienza con lo que se ha llamado "la carta magna del cristianismo”, con la lista de las Bienaventuranzas: los pobres, los que sufren, los que en esta vida tienen que llorar, los que tienen hambre y sed de la justicia, los que tienen el corazón misericordioso, los que son limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos a causa de su fidelidad a los valores de Dios. Son un precioso resumen catequético de los momentos más importantes de la enseñanza de Jesús. Mateo utiliza esta fórmula para expresar lo que otros evangelios llaman el Reino de Dios. Las ocho bienaventuranzas, son para Jesús el camino hacia la cima de la contemplación divina y hacia la perfección de Dios.

Pero de ¿qué felicidad se trata? ¿Y para cuándo? ¿Para esta vida presente o para el "más allá"? No se trata normalmente de un deseo ni de una promesa; se constata la felicidad y se la proclama; los destinatarios son ya felices en el momento en que se les felicita. Claramente la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución, sino más adentro, en el espíritu, en la actitud de confianza y humildad y apertura ante Dios. En ellas están reflejados una serie de valores alternativos que son los que guiaron la vida de Jesús y los que deben hacer suyos quienes le siguen.

La dicha de la que hablan las bienaventuranzas no excluye las contrariedades ni el sufrimiento, pero lo que el presente contiene todavía de penoso queda iluminado por lo que tiene que venir después. Las bienaventuranzas se dirigen a la esperanza, a un ya pero todavía no. El Reino todavía tiene dolores de parto, se está formando como la levadura en la masa, como la semilla en la tierra. Esta esperanza no puede separarse de una realidad vivida en el momento presente. Debemos de hacer presente en cada momento de nuestra vida la búsqueda del Reino y su misericordia, para poder ser “sal y luz en el mundo”. Los cristianos, estamos llamados, hoy más que nunca, a mostrar con nuestra vida caminos de humanización y de salvación que puedan recorrer todos los hombres.

Ser creyente y cristiano es aprender a “vivir bien”, siguiendo el camino abierto por Jesús. En ese camino las bienaventuranzas son el núcleo fundamental que llevan a la felicidad, desde un corazón sencillo y transparente, buscando la justicia, la paz, la misericordia desde la más profunda mansedumbre. La pregunta es si en nuestras celebraciones, en nuestra vida ¿se nota esa felicidad? Quiero recordar ahora aquí aquella acusación de Nietzsche, no veía cara de redimidos a los cristianos, sino parecían más encadenados que liberados por Dios.

Jesús se sentía feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente. Presentaba a un Dios feliz, que miraba a todos con amor, amigo de la vida y atento más al sufrimiento que a los pecados. La felicidad de Jesús no está en una práctica interesada de la religión, sino en trabajar de forma paciente y fiel en un mundo más feliz para todos. Y es que la felicidad se contagia. Jesús quiere hacer de sus discípulos hombres dichosos; no concibe que puedan ser discípulos suyos sin ser dichosos y poder transmitir esa felicidad.

En esta situación, los cristianos deberíamos saber mostrar a todos los hombres, humildemente, pero con determinación, que la vida cristiana no solo es buena, es decir, que no solo está marcada por los rasgos de la bondad y del amor, sino que también es bella y feliz, que es vía de belleza y de dicha, de felicidad. La felicidad que propone Jesús es un bien gratuito que proviene de Dios. Las bienaventuranzas nos anuncian que se puede ser feliz ahora, en esta realidad mundana y limitada. Nos apuntan que la felicidad no es algo que el hombre realiza o fabrica, es un auténtico regalo de Dios.

El evangelio nos está invitando a cambiar, a transformar nuestra manera de actuar y pensar, buscando la felicidad apoyándonos en Dios. Lo que Jesús nos está anunciando y ofreciendo es una “plenitud de vida”, de verdad, de paz, que se da en aquellas personas donde reina Dios es su corazón. Esta felicidad emerge en la persona que vive abierta al amor, a la misericordia, a la justicia del mismo Dios. Es un regalo de plenitud de vida que nos llega como Gracia. Lo decisivo es abrirse al misterio de la vida con confianza, escuchar lo mejor de nosotros y acoger esa salvación que nos ofrece el Nazareno. El secreto de esta búsqueda es estar atentos a este esplendido regalo, que es un tesoro escondido, una perla preciosa, aprender a disfrutar de todo lo que agranda y fomenta la vida dentro y fuera de nosotros, aunque sea pequeño y humilde. La felicidad se encuentra dándola, amando gratuitamente.

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