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Dificultades y oportunidades de la sinodalidad
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Dificultades y oportunidades de la sinodalidad

Actualizado 25/01/2023 08:47
Antonio Matilla

Participé hace unos días, el 14 de enero, en la Asamblea de los grupos sinodales de nuestra diócesis de Salamanca con un doble sentimiento: por una parte nostalgia pues, acostumbrado a múltiples asambleas y encuentros desde siempre, circunstancias personales y pastorales me están dificultando mucho la participación en la actual movida sinodal que el Papa Francisco ha querido y pedido insistentemente; por otra, como no podía ser de otra manera, la experiencia del “deja vu”, de estar otra vez dándole vueltas a problemas antiguos pero siempre actuales.

Se notaba en la exposición de los portavoces de grupo que había habido libertad para hablar y plantear asuntos cruciales, pero también podían apreciarse algunos lugares comunes, que “todo el mundo” repite dentro del ámbito eclesial, como si fueran comúnmente admitidos, pero que necesitarían, como dicen los catalanes, “una pensada” crítica, para no acabar comulgando con ruedas de molino. En este sentido, voy a comentar solo dos lugares comunes, que creo que necesitan repensarse: 1) Los jóvenes participan poco en la Iglesia. En cualquier reunión a celebración predominan los mayores y los jóvenes están ausentes. 2) En la Iglesia local salmantina cuesta pasar de las buenas ideas a la acción. ¿Por qué nos cuesta tanto pasar a la acción concreta? Vaya por delante que comparto ambas apreciaciones, pero me gustaría aportar algunos matices complementarios.

Los jóvenes: creo que en nuestra Iglesia local hay muchos más jóvenes de los que parece. Tengo la sensación de que muchos laicos, religiosos y sacerdotes están distorsionando, en parte, la realidad, y es lo cierto que en la Iglesia hay más jóvenes de los que parece. Otra cosa será, probablemente, que no estén donde nos gustaría que deberían estar, pero “haberlos haylos”: adolescentes y jóvenes de los Colegios e instituciones educativas de las que la Iglesia, de una manera u otra, es titular; profesores y educadores confesadamente cristianos de los centros educativos de todos los niveles, incluido el universitario (las dos Universidades y los Centros de Investigación), centros tanto privados, como concertados o de titularidad pública; cientos de jóvenes y jóvenes adultos de las Cofradías, Hermandades y Congregaciones; centenares de jóvenes y jóvenes educadores –monitores- de las Asociaciones de tiempo libre de inspiración cristiana, algunas con clara identidad católica definida en sus estatutos y en su práctica asociativa de decenios; jóvenes y jóvenes adultos surgidos de las iniciativas de la Pastoral Juvenil, Universitaria y Vocacional. Pueden ocurrir tres cosas: que no haya jóvenes dentro de la Iglesia, que no los veamos, o que no queramos verlos, o una cuarta posibilidad: que llevemos muchos años acostumbrados a no verlos.

¿Por qué nos cuesta tanto pasar a la acción concreta? No cabe duda de que la presencia de dos Universidades en Salamanca, más el Estudio de los Dominicos. influye en el modo de comprender la realidad social y también la eclesial. Es normal una cierta tendencia a la teorización. Desde el punto de vista eclesial, a lo largo de muchos decenios, hemos disfrutado de una Facultad de Teología más centrada en la Teología Dogmática, más recientemente también en la Teología Bíblica, y una Facultad de Derecho Canónico muy prestigiosa, pero el Instituto Superior de Pastoral sólo estuvo presente en la ciudad desde 1955 a 1964, trasladándose después a Madrid, aunque siga dependiendo orgánicamente de la Universidad Pontificia. De modo que la Teología Pastoral práctica y el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia no han sido tan prioritarios. Curiosamente esta situación provocó en sectores jóvenes de nuestra Iglesia local una reacción explicable de centrarse en la llamada “Teología de la pobreza”, de alto vuelo espiritual y teológico, pero que, por una decisión autoconsciente de sus partidarios, no tuvo el suficiente contraste crítico que podría haber favorecido la vida universitaria, rechazada por muchos como una forma de poder incompatible con la pobreza evangélica.

En este punto creo, además, que nuestra Iglesia diocesana ha perdido la “cultura” de la Acción Católica, con su método de Ver, Juzgar y Actuar en el que ahora insiste el Papa Francisco. En el caso de nuestra diócesis, la crisis nacional de la Acción Católica, sufrida en los últimos años sesenta del siglo pasado y en los famosos setenta, llevó a la práctica desaparición de los movimientos especializados de Acción Católica, con la noble excepción de la HOAC. Esa visión obrera, práctica, desapareció de nuestra diócesis. Y como consecuencia de ello, el presbiterio diocesano carece casi por completo de consiliarios, expertos en compartir la fe, la vida, el juicio del Evangelio y la práctica social y política con los fieles laicos, con el consiguiente aumento del riesgo de clericalismo. En esto de pasar a la acción práctica nos falta mucho entrenamiento y el mismo clericalismo, sea residual o de nuevo cuño, desincentiva y rechaza el protagonismo de los fieles laicos que, por la misma razón, al no existir movimientos especializados de Acción Católica, tienen mucho más difícil su compromiso bautismal práctico.

Conocer bien el pasado es necesario para mejorar nuestro compromiso y testimonio cristianos en el presente y en el futuro inmediato.

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