Viernes, 26 de abril de 2024
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Cirugía fetal, no cirugía fatal
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Cirugía fetal, no cirugía fatal

Actualizado 22/01/2023 18:59
Francisco López Celador

Cuando un adolescente se niega a estudiar –con frecuencia, también a trabajar- suele ser muy difícil convencerle de su error. Siempre fue más atractivo el deleite y la satisfacción que el sacrificio y el esfuerzo. Lo mismo sucede en otros aspectos. Todos hemos sido jóvenes y experimentado la fuerza de nuestros instintos sexuales; superadas unas veces con éxito, y otras, no tanto.

Llamemos a las cosas por su nombre. Los cristianos creyentes -no por ello ajenos al pecado- se mueven guiados por su conciencia. Saben distinguir lo que es contrario a la ley natural -y a la de Dios-, de lo que no lo es. Actúan por convencimiento y, cuando saben que han obrado mal, no dudan en reconocerlo y arrepentirse.

La ley natural existe desde el principio de los tiempos. Nacemos sabiendo que no es bueno mentir, llevarse lo ajeno o maltratar a los inocentes. Cuando caemos en alguna de esas faltas, somos conscientes de nuestros fallos sin que nadie nos lo recuerde.

Ahora, un mandato moral, una recomendación, un buen consejo, una reflexión fruto de la experiencia; en esencia, algo experimentado por no pocas mujeres, ha sido el detonante para que la agazapada Unidad Anti Bulos de La Moncloa haya tocado generala para saltar a la yugular del gobierno coaligado de Castilla y León. Demasiado se ha escrito ya sobre la génesis de esta marimorena, así que vayamos al grano.

En aras a una muy extraña interpretación de la libertad, hay un sector de la sociedad que sostiene que el aborto es un derecho de la mujer. ¿Dónde están los derechos del nasciturus?–“¡Nosotras parimos, nosotras decidimos! - Con razonamiento tan anodino, el atracador de un banco podría exclamar: Yo necesito dinero, yo lo robo”. Todas las mujeres que tienen un embarazo no deseado saben que el aborto es un acto anti natural. Ya resulta muy triste reconocer que, en esta materia, haya mayor ternura en el reino animal que en la raza humana. Aunque no lo digan, hay mujeres que lo reconocen. Es más, cuando el problema está en vientre ajeno, saben que es algo irracional, algo que va en contra de la naturaleza, pero que conviene vocear por el manido “qué dirán”. No se han parado a pensar que, para salir de ese “traspiés”, lo hacen alegando una falsa libertad. Y es falsa por incompleta, por no contar con la otra parte. Parte viva y muda, pero dispuesta a no perder la vida. Lo primero que hace el ser humano, al salir del vientre materno, es agarrar con sus escasas fuerzas el dedo de quien toque su manita. Se siente débil y reclama protección. Si pudiera hablar, lo gritaría.

Existe otro detalle que tampoco se debe pasar por alto. Esa ley natural a la que tanto aludimos es la misma que frena a no pocas mujeres a la hora de hacer públicas sus experiencias. El subconsciente es más fuerte que sus deseos de alerta. Las más decididas- y las más sinceras- reconocen que el aborto es una experiencia que no deja de golpear su conciencia durante toda la vida.

Hemos nacido libres, seamos creyentes, agnósticos o ateos. En cualquier caso, las madres mentalmente sanas desarrollan el suficiente instinto maternal para no propiciar, y mucho menos llevar a cabo, la muerte de sus hijos. Cuando tal homicidio se perpetra, la ley se encarga de condenar a los responsables.

Afortunadamente, la mentalidad humana evoluciona con la sociedad. Por ello, establece las normas para que, con toda clase de garantías sanitarias y con cargo a los fondos estatales, se lleven a cabo las interrupciones del embarazo en los casos excepcionales que marca la ley. Así mismo, la ciencia ha puesto los medios necesarios para prevenir los embarazos entre adolescentes que no puedan refrenar sus instintos, o en matrimonios que crean tener razones suficientes para reducir su número de hijos, o para no tener ninguno.

Pero todo eso ya no es suficiente. Se acabó el tiempo de la continencia y la moderación. Ahora estamos en el reinado del desenfreno, la comodidad y el libertinaje. En esta sociedad tan progresista, cada vez tiene menos valor la vida humana. Por robar unos euros a una anciana, porque nos ha mirado mal el que quiere aparcar en nuestro hueco, porque no piensa lo mismo que yo, porque ha afeado mi mala conducta; por verdaderas nimiedades, somos capaces de acabar con la vida del oponente. Lo estamos viendo a diario. Ese nivel de degradación ha llegado a los seres más débiles: los ancianos y los nonatos; los que con frecuencia no pueden quejarse

Para actuar de esta forma, nos apoyamos en disculpas no siempre ciertas, Lo que nos invade es una mezcla de vicio y egoísmo. Creemos ser ya adultos para lo que nos interesa, pero no para lo que acarrea una responsabilidad. Antes de llegar a un embarazo no deseado, si se carece de la necesaria fuerza de voluntad, existen sobrados medios para evitarlo. Todo antes que acabar con un ser inocente. Ni los propios autores del hecho se creen que el feto no es un ser vivo. Lo dicen porque es otro clavo ardiendo. Nos cuesta reconocer que, junto a la más lograda etapa de protección de los derechos humanos, estamos asistiendo a la mayor matanza de todos los tiempos.

Las actuales leyes que amparan el aborto o la eutanasia –como otras tantas etiquetadas de progresistas- se proponen con la disculpa de venir a rellenar un vacío de la sociedad. Puede que alguien lo piense así, pero detrás de ellas –y eso es lo triste- los partidos, más que derechos, buscan votos. De ahí que este gobierno, paradigma del más caricaturesco progresismo, quiera acabar, cueste lo que cueste, con cualquier intento de contrarrestar los efectos de alguna de esas leyes. En este caso concreto, el detonante vino cuando alguien de la Junta de Castilla y León apuntó la conveniencia de informar previamente a las embarazadas que desearan abortar, y voluntariamente lo solicitaran. ¡Se armó el belén! ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Que nadie se rasgue las vestiduras porque, si esa iniciativa fuera cierta y tuviera carácter voluntario, que alguien explique qué derechos de la mujer se estarían conculcando. La verdadera razón está más cerca de las urnas que de las clínicas. Estamos en pleno año electoral, las encuestas no son todo lo favorables que desearía este gobierno y, después del golpe bajo de la ley “Sólo si es si”, otro resbalón podía ser fatal. La tardanza en hacer cumplir otras leyes que afectan a sus socios, se ha transformado en alocada precipitación ante algo que ni siquiera ha tenido lugar. Cualquier cosa antes de que algún voto se escore a la derecha. A todo esto, nadie quiere contar con la opinión de los médicos. Cuando se está perfeccionando la cirugía fetal, el falso progresismo es más partidario de la cirugía fatal.

La vigente ley reguladora del aborto, fue aprobada en 2010 por el gobierno de Zapatero y “remachada” en 2022 por el actual. El PP impugnó la LO 2/2010 y, cuando llegó al poder, por falta de consenso no pudo retirarla. Sólo reformó alguno de sus aspectos, no los más trascendentales. Toda la derecha, si de verdad se opone a la actual legislación en la materia, tiene la ocasión de conseguirlo si es capaz de obtener la mayoría necesaria. Mucho me temo que, con la actual confrontación está remando en dirección contraria. Mientras ladran, la izquierda se frota las manos. Incautos.

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