La democracia es el régimen político que más y mejor respeta, hoy, –dentro de que siempre todo es mejorable– la condición del ser humano como sujeto de dignidad y de derechos, establecidos en la carta de los derechos humanos.
Tiene muchas lagunas, es verdad. Es mejorable. Hay que profundizar en ella. Hay que impedir que quienes tratan de menoscabar los derechos de todos puedan hacerlo, a través de artimañas tramposas o de estrategias sutiles.
Hablamos de continuo de la importancia de la defensa, por parte de todos, de una sociedad abierta, democrática, que respete los derechos y libertades de todos.
Estos pasados días, en Brasil, una infame turba (nos servimos del sintagma gongorino para calificarla) –posiblemente dirigida, articulada e instrumentalizada por fuerzas enemigas de la democracia– ha profanado, en Brasilia, las diversas sedes de la democracia, de los tres poderes que teorizaran los ilustrados franceses: el legislativo, ejecutivo y judicial
Tenemos una idea luminosa de esos edificios que el arquitecto brasileño Óscar Niemeyer proyectara para su país, a partir de unas concepciones contemporáneas, muy esenciales y modernas, heredadas de Le Corbusier.
Esa explanada democrática, moderna, abierta, marcada por la luz ha sido saqueada y profanada por una infame turba que, teledirigida por los que siempre tiran la piedra y esconden la mano, está dispuesta a pisotear los derechos de todo, los resultados de unas elecciones democráticas.
Y, con esa profanación, con ese asalto, con esas rupturas de cristales, con ese estropicio de mobiliario, de recintos, de obras de arte, con ese vándalo transitar por rampas, cubiertas de edificios, salones, pasillos…, lo que están haciendo es atentar contra la condición humana, contra lo más sagrado de todos: esa dignidad que nos merecemos.
Y malo es que ‘trumpismos’ y ‘bolsonarismos’ cobren carta de naturaleza entre la población. Porque es tirar piedras –lo haga quien lo haga, lo proyecte quien lo proyecte– contra el tejado de todos, contra ese tejado del bien común, que está en el funcionamiento democrático, en la defensa de lo público (sanidad, educación, servicios sociales); que es contra lo que quieren atentar quienes lanzan a esas infames turbas, ya sea en Washington o ya en Brasilia, o ya en una guerra contra Ucrania, a atentar contra lo abierto, contra la luz, contra el bien común, contra la perspectiva de todos.
Volvamos a esa armonía y a esa contemporaneidad luminosa que expresan las propuestas arquitectónicas de Niemeyer en Brasilia –o en Avilés, donde es autor de una hermosa intervención espacial junto a la villa.
Y librémonos siempre de esa gongorinas “infame turba de nocturnas aves”, de esos enemigos de la luz, de esos pajarracos que nos quieren sumergir en la noche, en la tiniebla inhumana, contra el bien común, para beneficio de algunos pocos.
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