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Los huecos
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COSAS  VEREDES LOS  HUECOS    

Los huecos

Actualizado 08/01/2023 15:15

En el primer día de este nuevo año, como siempre cargado de esperanzas, mis pasos se perdieron, como siempre también, sin rumbo fijo, sin destino premeditado, sin otra cosa por hacer que disfrutar del tibio sol y de una mañana plácida de invierno. Desde la calle de Arriba, o desde la de Abajo, no recuerdo bien puesto que están juntas, atravesé el campo de san Francisco dirección al barrio de san Vicente, con obligada parada en lo alto de la cuesta de san Blas, para admirar a una lado el colegio de los Irlandeses o de Fonseca, y al otro el “Alto Soto de Torres” que preside toda la ciudad, donde se hace más hermosa la grandeza de nuestras dos catedrales y de la Clerecía. Tengo todo el tiempo del mundo, mi andar pausado, la gorra a la cabeza y, ahora sí, un destino, el Cerro de San Vicente, siglos de historia, inveterado vicio de vigilar las obras.

Otro día podíamos hablar de lo que aquí se está realizando, de lo que se va descubriendo y del regalo que para la ciudad supone el Parque Arqueológico del Cerro de San Vicente recientemente inaugurado. Alcalde y corporación apúntense un diez, tal vez en compensación a los suspensos que no duden les otorgaré a lo largo de mis escritos. Pero vayamos a los huecos de mi título, que me pierdo en naderías. Busco por tanto la nueva escalera que comunica este barrio con la Vaguada de la Palma y que nos deja junto al Parque Arqueológico, cuya visita es obligada. Me permito llamar huecos o vergüenzas a un gran número de casas, a lo largo y ancho de la ciudad, que se derriban y donde en su lugar aparece un solar de inmediato abandonado durante decenas de años. Y como ejemplo afortunado, el esquinazo de la calle Placentinos con Serranos, con derribo a principios de los noventa y en el que actualmente se construye. Albricias.

Prosigamos en busca de agujeros. En la Rúa, junto a una farmacia, un hueco con más de treinta años de antigüedad, pequeño sí, pero matón, por lo que supone contemplarlo en una calle tan señalada. Aunque lo grave en este caso es que el solar es la trasera de otro abandono más imperdonable, si damos la vuelta a la manzana y vemos las ruinas del antiquísimo colegio de niños de Pan y Carbón, con importantes restos de indudable valor. Siguiendo ruta, al bajar por san Justo (llamada así por que allí existió una iglesia dedicada a los santos Justo y Pastor) llegando a la plaza nos encontramos no con un hueco o agujero, sino con las tapias de una casa entera, sin que a concejal, alcalde o autoridad competente les importe un bledo. O a promotor, que de todo hay en la villa del señor. Recuerdo que allí hubo una cordelería, una tienda de caza y pesca, un pequeño bar cuya famosa tapa era el pescadito frito de Alba…

Si nos alejamos del centro histórico, los huecos, agujeros y vergonzantes solares se multiplican, muchos de ellos con raras y sospechosas razones. Veamos uno en la Gran Vía frente a la calle Varillas (detrás se observan banderas oficiales) cuyo dato de antigüedad no recordamos pero que pueden ser muchos lustros. Al menos aquí, la mano amiga de un graffitero (que haberlos “haylos”) disimuló la estampa de una tapia embadurnada. Pero siempre nos ha llamado la atención el último hueco del que hoy quiero hablar (con más de tres décadas también) y que se encuentra en la plaza del Campillo, en la esquina con la calle José Jaúregui. Aunque lo que se abandonó en este caso fue la construcción de un nuevo edificio, dejando la muestra de las primeras vigas que nada sustentan. Curioso y extraño, no cabe duda.

Jotamar, [email protected]

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