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Oro, incienso y mirra
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Oro, incienso y mirra

Actualizado 04/01/2023 08:39
Raúl Izquierdo

De los cuatro evangelios canónicos, el único que habla de “unos magos que venían de Oriente” es el de Mateo. Poquita cosa nos dice el texto sobre ellos: que se iban guiando por una estrella o que el zorrete de Herodes les pidió que le dijeran la ubicación de ese niño para él también ir a adorarlo (nos podemos imaginar las verdaderas intenciones de ese sátapra), y que los magos finalmente le hicieron la “envolvente”, es decir, que a la vuelta se fueron por otro camino. También dice el texto que esos señores ofrecieron al niño oro, incienso y mirra.

En el siglo III d.c se pensó que esos magos podían ser reyes, dado el valor de los objetos que ofrecían, que no eran moco de pavo al alcance de cualquiera. Incluso se pensó que podían ser tres, uno por cada regalo, aunque ha habido eruditos que hasta pensaron que podían ser doce. Hasta el siglo VI no se les pone nombre y en el siglo XV es cuando Baltasar aparece representado con la tez negra. Así, representaban a las tres razas de entonces: Melchor a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltasar a los africanos, dando así un conjunto de universalidad. La primera cabalgata de Reyes se celebró en España en 1.866 y se fue extendiendo por nuestro país como un momento en donde los reyes magos dejaban regalos para los niños la noche antes de la Epifanía que es el 6 de Enero.

Orígenes históricos de la tradición aparte, hoy es una costumbre arraigada y una oportunidad para hacer caja de tantos centros comerciales y tiendas de todo tipo. Poderoso caballero en efectivo o con tarjeta que hace posible que tantos niños y niñas mantengan una ilusión desde semanas antes del acontecimiento. Esa noche, muchos apenas duermen ansiosos y nerviosos, pensando en que los reyes pasarán por su casa a dejar alguno o todos los regalos solicitados en la carta y evitaran dejar el tan temido carbón.

Oro, incienso y mirra. Hace dos mil años eran unos regalazos. Hoy somos más de tablets o dispositivos electrónicos, ropa, colonias y juguetes de todo pelaje. Pero, ¿dónde encontrar hoy ese oro, ese incienso y esa mirra que nos pueden venir bien para nuestra salud y ánimo?

El oro, ¡ay, ese oro! por el que tantos perdieron la vida, desde los romanos y fenicios, los españolitos buscando El Dorado por las selvas de los territorios recién conquistados en América, los colonos y pistoleros por el Far West, las minas del Congo, y los múltiples establecimientos que venden o compran el preciado metal. Pero el oro que a mí me gustaría encontrar son las personas que te ayudan a valorarte y aceptarte más. Los seres humanos que te quieren por lo que eres y no por lo que tienes, con los que sientes a su lado que vales y eso hace que te quieras más y quieras más a los demás. Personas que ven un fracaso como una oportunidad, que ven la fragilidad como parte de la existencia, que ven el miedo como un compañero de camino y las dudas como la posibilidad para avanzar. Esas personas son oro puro, de muchos quilates.

El incienso, ¡ay el incienso! Perfume irresistible, aromático y embriagador que te eleva a otros estados mentales y espirituales. Tan solo con una gota estalla la fragancia de un mundo entero a tus pies (en otro momento hablaré de los anuncios de perfumes de la tele, que no suelo entender). Qué bueno encontrar a personas que utilizan el perfume de la alegría y la cercanía. Hay gente que huele a humanidad, a mano tendida, a hombro en el que llorar, a escucha perenne y a sonrisa abierta. Tener cerca a personas que huelen así, transforma mi olor mediocre y mezquino en algo más atrayente y mágico. Gente con la que compartir pan y vino en la mesa del cariño y la amistad. Que ante el error, el fallo, el pecado o la caída no te rematan sino que te acompañan, te sostienen y te perdonan, ¡te levantan!

La mirra, ¡ay, la mirra! Resina aromática con capacidades curativas y médicas. Durante siglos, embaucadores y mentirosos vendiendo la felicidad o la vida eterna a través de jarabes, dioses de madera y algodón, ungüentos y reliquias milagrosas. Cuántos gurús de la curación y la salud a través de comprar más, tener más, ser más guapa, tener mejor cuerpo. Pero hay gente que es como la mirra, que sana tus dolencias de soledad porque se para a escucharte y a decirte una palabra que te ayuda a volver a mirar lo esencial. Hay personas que más allá de lo urgente, tienen tiempo para lo importante. Personas que son vitamina y sales minerales, omega y aceite de oliva. Personas que no limitan tus sueños, sino que los amplían y te recuerdan que tienes más capacidades de las que crees tener. Rodearte de personas mirra tiene que ser buenísimo para tu salud física en todas sus dimensiones.

Por eso, te deseo para este año que busques y encuentres esas personas que son como el oro, el incienso y la mirra. Que producen en ti esperanza y ganas de vivir, y que te ayudan a seguir creyendo en el valor de lo que parece pequeño y sin valor. Y si puede ser, que tú también seas un poco oro, incienso y mirra para los demás. Que nos faltan personas valiosas, aromáticas y sanadoras y que nos sobran mediocres, quejicas y tóxicas. Nos sobran personas que todo lo miden, todo lo guardan, todo lo echan en cara y necesitamos personas de abrazo abierto y mirada de afecto. Nos sobran seres humanos que viven del esfuerzo mínimo o del de otros y necesitamos gente que trabaje y que se esfuerce. Nos sobran agoreros, traidores y aprovechados y necesitamos personas de las que fiarnos, con los que contemplar juntos un amanecer o un atardecer, con los que soñar y hacer un mundo más habitable para todos. Nos sobran legalistas y leguleyos, gente aferrada al pasado, a que “siempre se ha hecho así” y necesitamos personas que más allá de las normas, capten el espíritu, valientes, arriesgadas, innovadoras. Nos sobran caciques, mandamases y tiranos de poca o mucha monta aferrados a su silla, sillón, ideas e institución, y nos faltan personas que piensen por sí mismas, libres y liberadoras. Nos sobran personas intransigentes y cerriles, poseedores de la verdad a base de mantener mentiras y necesitamos artesanos del diálogo y la mediación, buscadores incesantes, caminantes que no se cansan o que se cansan y no dejan de caminar.

Se nos va la vida en tener oro, incienso y mirra. Pero de la mejor marca, de la de los seres humanos. Y haberlos, haylos.

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