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Francisco y Benedicto
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Francisco y Benedicto

Actualizado 05/01/2023 09:26
Antonio Matilla

Podría haber comenzado al revés, Benedicto y Francisco, porque Joseph Ratzinger llegó primero al Vaticano y su potente cabeza –su capacidad de análisis, sincrónico y diacrónico, histórico, y su corazón místico y su voluntad de gobernar la Iglesia, de tal manera que sean Cristo y el Espíritu Santo los que la centren, impulsen y dirijan, son anteriores en el tiempo a Francisco.

En estos asuntos eclesiales, como en otros muchos de la actualidad social, política, artística, cultural, económica y militar, no puedo considerarme un experto. Me falta capacidad intelectual, formación y visión de la jugada y en estos asuntos, como en todos los importantes, sólo puedo basarme en retazos y migas de Verdad que he podido atesorar, en humilde medida, durante 68 años de consciencia cristiana.

Como cristiano bautizado y habiendo tenido el privilegio de una formación universitaria acompañado y alentado por magníficos maestros –D. Olegario González de Cardedal, D. Fernando Sebastián Aguilar, D. José María Setién –sí, él, malgré tout-, D. Marciano Vidal, D. José María Garijo, el gran historiador de la Iglesia D. José Ignacio Tellechea o D. Gabriel Pérez; y en el ámbito filosófico, mi preferido, sobre todo D. Mariano Álvarez Gómez, de quien aspiré en su día a ser discípulo, el P. Augusto Andrés Ortega, D. Antonio Pintor Ramos, el P. Muñoz y el P. Saturnino Álvarez Turienzo, con el que habría gustado colaborar en su cátedra y D. José María García Gómez-Heras o la Dra. Carmen Paredes más recientemente- de alguna manera soy también teólogo, en el sentido de tener una cierta capacidad de reflexionar sobre la fe y sobre sus fundamentos, en diálogo permanente con el pensamiento, la cultura y las realidades sociológica y política. Pero de ningún modo soy teólogo ni intelectual “profesional”, en parte porque mi Iglesia local así no lo quiso en su día, ni las circunstancias familiares, personales y pastorales lo permitieron ni lo favorecieron.

En cuanto a mi visión de la Iglesia –Eclesiología lo llaman los técnicos- y mi amor a la Iglesia tienen, creo humildemente, tres o cuatro buenos nacederos, como diría D. Olegario: 1) la experiencia de la aplicación de la Liturgia reformada por el Concilio Vaticano II y que viví con entusiasmo adolescente en mi parroquia del Nombre de María a la sombra de Casiano Floristán y Jesús Burgaleta; 2) el amor a la Iglesia que me inculcaron los superiores en el Seminario, o sea, en el Colegio Mayor El Salvador y, sobre todo, los compañeros, entre ellos varios muy queridos: el actual cardenal Carlos Osoro, Álvaro Samperio, José Manuel Romo García, q. e. p. d., Diego Sabiote, Rafael Valverde, Javier Cuevas y Andrés García de la Cuerda. También me ayudaron los que abandonaron el camino del sacerdocio o el de la fe, por no citar sino algunos y consciente de que me dejo muchos nombres, caras y corazones en el tintero. 3) El sentido pastoral práctico y volcado en los pobres que viví junto a mi querido párroco de tantos años D. Heliodoro Morales, que tanto discutió de política con mi padre, sin dejar de quererse y colaborar ambos por el bien de la parroquia en ningún momento. El ejercicio de la tarea pastoral durante 47 años en nueve pueblos, en el Seminario Menor como administrador y formador, en Tejares y en el Centro Histórico de la ciudad, incluida la catedral desde hace unos pocos años Y 4) la experiencia de vivir la fe y ejercer el ministerio como consiliario en los equipos diocesanos, regionales, nacionales y europeos del Movimiento Scout Católico, formados por hombres y mujeres, Presidentas incluidas, de todos los barrios de Salamanca, de todas las regiones de España, incluidas Cataluña, el País Vasco y Baleares y de muchos países de Europa y del Medio Oriente … docenas de personas con las que compartí el apasionante proyecto de ser Iglesia en el mundo de los jóvenes, con una identidad católica definida, lo que costó no pocos disgustos y trabajos.

Como ya he dicho, no me veo capacitado para hacer un análisis completo de la figura del Papa Benedicto XVI. Tampoco del Papa Francisco. Pero sí me atrevo a intuir. Mi intuición, surgida en Roma en 2014, durante un curso de un mes de reciclaje para sacerdotes, organizado por los Operarios del Colegio Español de Roma, es que Benedicto y Francisco han formado un equipo; Benedicto, con su amplísima experiencia romana y vaticana, tuvo mimbres más que suficientes para analizar los problemas de la Iglesia y para empezar a afrontarlos. A mi modo de ver, parcial y fragmentario, ya lo he avisado, los problemas con los que se enfrentó el Papa Benedicto fueron dos, que tienen una raíz común: los abusos sexuales por parte de algunos clérigos y cristianos allegados, que tiene su base en uno de los pecados más graves ya analizados por San Juan Evangelista: el afán de poder, que en la Iglesia adopta la forma del clericalismo, que no es exclusivo de los clérigos, ni es conservador o progresista, sino que se muestra y actúa de muchas maneras, con muchas cabezas, como una hidra de la maldad, y disfrazado de todas las ideologías. Cierto es que la causa espiritual profunda puede ser la falta de un encuentro personal con Jesucristo, o el desgaste y olvido de esta relación personal con el Señor y la falta de educación para la coherencia de vida racional, afectiva y de acción, coherencia siempre compartida en el equipo, en la comunión dentro de la comunidad y en sus estructuras intermedias, sean formales o informales.

Y detrás de estos fallos y pecados puede haber un error de percepción de qué es y cómo se ejerce la Eclesiología del Concilio Vaticano II. Puede que haya un error de cálculo por el exceso de importancia que se da, de facto, a los obispos que, en la práctica, carecen de contrapesos en su ejercicio del poder dentro de la Iglesia. Naturalmente, si un obispo es santo, está medianamente bien preparado intelectualmente, tiene amigos que le ayuden y, en su caso, puedan cantarle las cuarenta con libertad, y está abierto al diálogo, es más difícil que caiga en el abuso del poder, y menos difícil que pueda ejercer la autoridad, que eso es otra cosa. Pero todos conocemos casos de claro abuso de poder, incluso de despotismo en el ejercicio de la tarea episcopal. Lo malo del asunto es que este monarquismo mal vivido ha sido copiado por muchos párrocos, de los que se puede decir, como dijo un formador de nuestro Seminario: está claro que muchos seminaristas y sacerdotes tienen vocación de mandar, pero menos de obedecer.

Benedicto se dio cuenta de todos estos problemas y amenazas, empezó a combatirlos, pero el león resultó más fuerte de como lo habían pintado. Por eso Francisco sigue la estela de Benedicto y la refuerza. Esperemos que sea por el bien de la Iglesia y que a él, y a sus sucesores, se les permita culminar la necesaria reforma de la Iglesia, “Semper reformanda”.

Esperemos que el Espíritu Santo, apoyándose en la lucidez de Benedicto y en su hondura espiritual y en el sentido pastoral práctico de Francisco, ignacianamente discernido, pueda reconducir a la Iglesia, a toda la Iglesia, por “caminos comunes”, o sea, sínodos… de los obispos, pero también de los presbíteros, de los religiosos y personas de vida consagrada… y de los laicos, que son más del 95% de los creyentes.

Antonio Matilla, sacerdote.

4 Enero 2023, Día del funeral diocesano por el Papa Benedicto XVI.

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