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El homenaje de Puerto de Béjar a sus lavanderas
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inauguración de un mural

El homenaje de Puerto de Béjar a sus lavanderas

Actualizado 03/01/2023 12:28
David Sanchez

La obra que las recuerda está junto a la charca de la Rivilla para rendir tributo a generaciones de mujeres en la localidad que realizaban este oficio caído en el olvido

Puede ser que, si pensamos en la figura de las antiguas lavanderas, nuestra mente nos haga viajar a otro tiempo, pero no tan lejano como la tecnología que nos rodea nos pueda hacer pensar. Hoy en la comodidad de nuestro hogar podemos lavar nuestra ropa e incluso secarla gracias a los aparatos electrónicos que nos hacen nuestro día a día mucho más práctico. Pero no siempre fue así y muchas generaciones de mujeres realizaron durante años esta labor, ya hiciera frío o calor, para llevar a sus hogares unas pesetas con las que salir adelante.

Hablamos de tiempos duros, de “los años del hambre”, como los denomina Ascensión Sánchez, una de las cinco mujeres lavanderas que aún viven en la localidad de Puerto de Béjar. Desde hace unos días la charca de la Rivilla, ese rincón en la parte del pueblo al que acudían cada día para lavar la ropa, luce un detallista mural que reivindica su papel y el de sus ancestros, desarrollando este trabajo. “Era un lugar de encuentro, íbamos siempre en compañía, subiendo la cuesta con los cestos de la ropa y allí nos juntábamos muchas mujeres”, señala Isabel Sumatres mientras una sonrisa ilumina su cara recordando esos momentos. Tiempos difíciles, tiempos duros, también en lo climatológico, como nos explica Ascensión: “había que romper el hielo para poder meter la ropa en el agua, las manos se helaban…Incluso algunos chicos se atrevían a caminar sobre la charca helada y más de uno acabó dentro”, dice con una risa con cierto toque de nostalgia.

Una labor que en muchas familias era necesaria. “Yo era muy pequeña, mi madre y mi abuela limpiaban para gente pudiente del pueblo y así sacar unas pesetas y yo iba a ayudar a doblar la colada, a llevar la tajuela, y fue muy duro. Pero gracias a mucha gente buena hoy lo podemos recordar a pesar de los momentos difíciles, y este mural es un recuerdo a todas las que estaban antes de nosotras”, relata con orgullo Felisa Martín, que gesticula con presteza para definir la tajuela, un utensilio de madera que se apoyaba sobre las rodillas y en el cual se realizaba el lavado a mano de la ropa.

Esta pieza, junto a los cuévanos cargados de prendas y el jabón, formaban parte de la caravana de mujeres que recorría el pueblo, arriba y abajo, cumpliendo con su cometido. Uno de ellos es protagonista de varias anécdotas. “Había que tener cuidado de que el jabón no se cayera dentro del agua”, coinciden nuestras cinco protagonistas. Luisa Martín es la más veterana del grupo con 94 años, tenía un “pequeño truco” para estas ocasiones. “A mí me daba miedo acudir a la charca, porque no había vez que no fuera y me dejara caer el jabón (ríe) pero por suerte siempre había alguien que me ayudaba a recuperarlo, aunque yo era previsora y me llevaba dos trozos por si acaso”. No era un caso asilado, ya que Ascensión también vio como algún jabón acabó en el fondo de la poza “y cuando hacía mucho frío, incluso se cortaba, no hacía espuma y por ello nuestras madres llevaban cubos con agua caliente. Además, aprovechábamos para calentarnos algo las manos”, y es que los sabañones y los dolores en las articulaciones eran habituales en la época fría del año.

Todas estas mujeres continuaban con una tradición que había pasado de generación en generación. “Empecé a ir con nueve años a ayudar a mi madre y estuve hasta los 18. Mi madre lavaba para dos familias y me decía dónde ponerme, en función de por dónde bajara el agua para que no se acumulara el jabón de otros lavados en nuestras tajuelas. Nos lo pasábamos muy bien”, indica Victoria Pérez. La llegada de la lavadora supuso un cambio en sus vidas. “Recuerdo que le regalé una a mi madre por sus bodas de oro y ¡no la quería! Pero luego me reñía porque no le llevaba mi colada para que ella la metiera en su lavadora”, cuenta delante de sus compañeras, cuyas miradas delatan el especial vínculo que las une.

Las cinco lavanderas se muestran agradecidas a este mural y al homenaje que recibieron del pueblo: “una auténtica sorpresa”, relatan y se deshacen en elogios a Ángel Miña, alcalde de Puerto de Béjar, impulsor de esta idea: “El mural estaba acabado hace unos 6 meses, pero queríamos que esta inauguración fuera en una época especial, y qué mejor que la Navidad. Esto es mucho más que algo meramente artístico. Es un sentimiento, son las vidas de unas personas que sufrieron mucho. Hoy en día vemos normal tener varios de tipos de leche, de frutas… pero ellas tenían que ir cada día a la parte alta del pueblo, en días fríos y malos, para ganarse el pan y llevar algo a su familia”. Habla el regidor municipal, que denota emoción en sus palabras. “Y, sobre todo, queríamos que este homenaje lo disfrutaran en vida”.

Un recuerdo imborrable en sus memorias, que todos los que visiten Puerto de Béjar pueden contemplar en la charca de la Rivilla, junto al cementerio, para que no olvidemos que el legado y el alma de nuestros pueblos es la herencia de quienes estuvieron antes de nosotros, orgullosos guardianes de nuestras raíces.