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El consumo sigue sustituyendo la alegría de Navidad
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El consumo sigue sustituyendo la alegría de Navidad

Actualizado 03/01/2023 08:24
Francisco Delgado

Lo de la ausencia de alegría es como el misterio del origen: ¿Es primero el huevo y luego la gallina o al revés? Sobre la falta de alegría en estas fechas, en la población general, ¿es primero la existencia de tristeza generalizada que impide la expresión de alegría o es la falta “de una gallina” que incube o ponga el huevo de la divina alegría?

A propósito del resurgir del tema de la salud mental, estos días los periódicos dan la cifra de más de 300 millones de personas con diagnóstico de depresión y más de 2 millones y medio de casos de depresión en España. Esa cifra corresponde a los casos diagnosticados por especialistas en psiquiatría; teniendo en cuenta que desgraciadamente una gran parte de la población mundial no tiene acceso a unos servicios psiquiáticos y aún menos, psicológicos, y teniendo en cuenta que hay muchos estados depresivos latentes, que aparecen en el exterior con síntomas como somatizaciones, insomnio, trastornos de la alimentación, drogodependencias, intentos de suicidio, aislamiento social, etc. podemos razonablemente suponer que el número de depresiones es mucho mayor que las cifras citadas.

La ausencia de alegría en la celebración de las Navidades es más llamativa, teniendo en cuenta que, a pesar de las enormes diferencias económicas entre ricos y pobres, es obvio que actualmente en toda Europa el nivel general de la calidad de vida es superior al que había en la Europa de los años cincuenta, posteriores a la Segunda Guerra. La pregunta se impone: ¿Qué estamos haciendo tan mal, dirigentes y sociedad en general, para que a pesar del crecimiento económico, el grado de felicidad, o llamémoslo más realista y humildemente, la alegría de vivir, en la actualidad no es mayor que en los años de postguerra?

Algunos lectores dudarán de mi afirmación sobre la ausencia generalizada de alegría en nuestra sociedad; pero respondo a sus dudas preguntándoles si ellos ven lo que veo: paseando por las calles, centros comerciales, barrios, parques, etc. no observo grupos de gente joven o niños, o adultos, mujeres u hombres, cantando, villancicos o jotas, ni bailando al son de algún instrumento musical, ni jugando a alguno de los cientos de juegos grupales divertidos. ( En el fútbol hay poca alegría, con tan pocas victorias y goles). No oigo cantar a ningún grupo, salvo a algunos coros dentro de algunas iglesias alguna hora determinada del anochecer. No presencio grupos jugando con alegría juegos de mesa, improvisando chistes o historias jocosas.

Ni siquiera los premiados con los gordos de la Lotería terminan bien, como desarrollé en mi anterior artículo de este periódico.

Lo que sí veo estos días son multitudes apiñadas en las calles iluminadas más comerciales, en las colas de entrada y salida a las grandes tiendas, pero la música sale de altavoces, las sonrisas y las canciones en inglés están en los anuncios de productos, solo alguna niña o niño juguetón se ríe o intenta moverse dentro de la compacta multitud.

Definitivamente nos hemos perdido. Lo que buscamos inútilmente en el presente de compra y venta, o en el futuro ecológico cada día más distante, lo teníamos en ese pasado carente de tantas cosas materiales; no era ningún paraíso, pero la risa de la alegría, el movimiento de la vida humana con frecuencia aparecía en los hogares, en las calles, en las ciudades de esta decrépita Europa, que se queda bloqueada u obedeciendo sin rechistar a poderosos aliados ante un conflicto bélico surgido sin motivos claros en territorio europeo.

Hay que recuperar la alegría de vivir. Al menos en Navidades. Hay demasiado Miedo o consumo, o deseo de consumo, que ahoga la alegría de ver nacer lo nuevo.

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