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Aceite y pan
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Comer por los caminos de la Mesta

Aceite y pan

Actualizado 03/01/2023 08:20
Santiago Bayón Vera

Tampoco fue casualidad que Cristo escogiera el pan y el vino para representarlo y el óleo para ungir a reyes o administrar sacramentos, sino que los eligió precisamente por ser lo que eran: los tres alimentos inseparables, paradigmáticos, arquetipo del acto sagrado, desde siempre y para siempre, del acto de participar en lo común o comunión.

La costumbre de mojar el pan en vino ha perdurado a lo largo de los siglos. Idéntica receta se encuentra también, recogida por los monjes, en glosarios castellanos a partir del siglo X, lo que prueba no sólo cuánto la apreciaban sino que su uso era común y extendido a todas las capas de la población. Y puede que los pediatras pongan el grito en el cielo, pero hasta bien entrado el siglo XX, en algunas regiones españolas solían dar a chupar a los niños de cuna un mendrugo de pan mojado en vino.

Y, ¿qué decir del pan con aceite? Cualquiera de sus variedades –untado o no de ajo, con tomate o sin él, espolvoreado de sal o de azúcar– fue y es uno de los bocados más exquisitos y sencillos que ha podido ofrecerse el hombre a lo largo de la historia. No existe apenas país del Sur de Europa que no se jacte de sus rebanadas de pan tostadas a la brasa y empapadas en aceite de oliva virgen, relucientes bajo el sol de mediodía, acompañadas acaso de jamón pero siempre de un vaso de vino.

Ningún pastor se hubiera adentrado en los caminos de la trashumancia sin llevar una buena provisión de estos tres elementos –no es menester olvidar que jamás faltó el cargamento de sal, imprescindible tanto a los hombres como a sus ganados– a los que pronto se uniría el pimentón y después, o quizá al mismo tiempo, otro más, el vinagre.

El pan, siempre de trigo duro, más o menos integral según las épocas, más o menos ácimo de acuerdo con las costumbres, porque no obstante el inevitable proceso de resecación que experimenta con el transcurso del tiempo, sigue siendo comestible una vez reblandecido en un líquido. Y no sólo eso, sino que mantiene intactas sus cualidades tanto sápidas como energéticas y alimenticias.

Foto: Santiago Bayon Vera

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