Estamos en Navidad y este tiempo nos recuerda que tanto nos amó Dios que nos envió su Hijo, no para condenar el mundo, sino para salvarlo.
Jesús personificó la bondad de Dios (era la bondad personificada), hacemos hincapié en la importancia del “hacer”; Jesús actúa, no se conforma con hablar del bien en sí, o con animar a los demás a practicarlo. Tampoco se limita a hacer el bien tal y como venía marcado en la sociedad religiosa de su tiempo. Ante unos oyentes recalcitrantes, de mirada turbia, a veces se ve obligado a definir el verdadero bien y la jerarquía de valores. Porque “Quien hace el bien es de Dios, quien hace el mal no ha visto a Dios” (3 Jn 1, 11).
Más aún, es su comportamiento, reflejado en todo lo que hace, lo que finalmente soporta como una dovela clave el arco de su vida. Jesús hizo gravitar la verdad de quien era y de lo que hacía, sobre sus obras, sobre su comportamiento y así lo hizo saber en forma de petición para los que se le acercaban criticando lo que hacía: “Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras” (Jn 14,11).
Las palabras de Gabriela Mistral son las que quizás reflejan este espíritu de mejor manera en su precioso poema titulado Sólo Sé Cómo Se Llama:
“…Yo lo único que sé es que... mí me tomó de la mano cuando más lo necesitaba.?Me enseñó a sonreír y agradecer por las pequeñas cosas. Me enseñó a llorar con fuerzas y dejar ir. Me enseñó a despertarme saludando al sol y a acostarme con la cabeza tranquila. A caminar muy lento y muy descalza. Me enseñó a abrazar a todos y a abrazarme a mí. Me enseñó mucho, me enseñó todo. Me enseñó a quererme con ganas. A querer a quien tengo al lado y a darle la mano. Me enseñó que siempre me está hablando en lo cotidiano, en lo sencillo, a manera de mensajes y que, para escucharlo, tengo que tener abierto el corazón. Me enseñó que un gracias o un perdón lo pueden cambiar todo. Me enseñó que la fuerza más grande es el amor y que lo contrario al amor es el miedo. Me enseñó cuánto me ama a través de 1.000 detalles. Me enseñó que los milagros sí existen. Me enseñó que, si yo no perdono, soy yo quien se queda prisionera; y que para perdonar, primero tengo que perdonarme. Me enseñó que no siempre se recibe bien por bien pero que actúe bien a pesar de todo. Me enseñó a confiar en mí y a levantar la voz frente a la injusticia. Me enseñó a buscarlo dentro y no afuera. Me deja que me aleje, sin enojarse. Que salga a conocer la vida. A equivocarme y aprender. Y me sigue cuidando y esperando. Hasta me dejó aprender de otros maestros sin ponerse celoso; porque es de necios no escuchar a todo el que habla de amor. Me enseñó que solo estoy aquí por un tiempo, y solo ocupo un lugar pequeño. Y me pidió que sea feliz y viva en paz, que me esfuerce cada día en ser mejor y en compartir su luz conociendo mi sombra. Que disfrute, que ría, que valore, y que Él siempre va a estar en mí... Que, aunque dude y tenga miedo, confíe, ya que esa es la fe, confiar en Él a pesar de mí...Se llama Jesús…”
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