La excelentísima Universidad de Stanford, en California – USA, de cuyas aulas y laboratorios han salido 81 premios Nobel, propone ahora trece páginas con una larga lista de palabras y expresiones “dañinas” que no deben usarse, muy en línea con lo políticamnte correcto, con la subcultura woke –pretendidamente antirracista- y con la práctica de la subcultura de la cancelación, que es algo así como la condena al ostracismo del docente o intelectual que se oponga a lo políticamente correcto, le deja aislado y sin alumnos, o le lleva a la dimisión o a la destitución y pérdida de la cátedra si fuera necesario.
Conviene recordar que la muy prestigiosa Universidad de Stanford fue fundada hace muchos años, concretamente en 1891, no como esta antigualla nuestra, la Universidad de Salamanca, fundada en el claustro catedralicio salmantino en la Edad Media, ese período oscuro y triste de la Humanidad, en 1218 concretamente.
Me enteré de la noticia leyendo el periódico digital El Debate, pero la contrasté con otras fuentes, españolas e hispanoamericanas, de diferente signo ideológico y por la misma lista de Stanford, muy publicitada, porque lo bueno tiene que estar al alcance de todos.
La susodicha lista propone la supresión o el cambio voluntario de palabras y expresiones “dañinas”, que apunta a la creación de un nuevo lenguaje y una nueva cultura. Y así, en lugar de “adicto”, se propone “persona con un trastorno por abuso de sustancias”; “loco” debería sustituirse por “sorprendente” o “salvaje”, pues la palabra loco trivializa las experiencias de las personas que viven con problemas de salud mental; tampoco se deberá usar “senil”, pero sí “persona que sufre de senilidad”.
El apartado más famoso, quizá por lo que a nosotros, españoles, atañe, es el referido al género, que propone rechazar “caballero” o “señorita” y sustituir estas palabras por “todo el mundo”; igualmente, no se podrá decir “chicos”, sino gente, para no reforzar el machismo. También debe rechazarse la palabra aborto, por imprecisa; habría que sustituirla por “fin” o término”, lo que ciertamente es más preciso y realista que el eufemismo empleado en nuestras Leyes: “interrupción del embarazo”, lo que es ciertamente muy impreciso, pues algo que se interrumpe debería poder reanudarse, lo que no es el caso, ni la praxis; de hecho cuando daba clase y alguna alumna o alumno me hacía una pregunta ciertamente me interrumpía, pero no abortaba del todo mi “chapa”, sino que casi siempre me daba ocasión a reforzarla con nuevos argumentos sugeridos por la pregunta, lo que no es el caso del aborto de un feto, sea natural o provocado.
Hay una institución un poco más antigua que la Universidad de Stanford, fundada en tiempos del rey Felipe V, en el año 1713, por el marqués de Villena, D. Juan Manuel Fernández Pacheco, que fue además su primer presidente. Pero ¿De los Borbones puede salir algo bueno? Aun a riesgo de disgustar a la doctrina woke, sí, entre otros logros: La Fundación de la RAE, la Expedición Filantrópica de la Vacuna y la Transición Española, “de la ley a la Ley” culminada en 1978, cada cosa en su siglo: en el XVIII, en el XIX y a finales del XX. Porque sucede que “en la izquierda de EEUU se ha consolidado un movimiento cuya relación con los hechos es cada vez más tenue…” Sin embargo, los tres hechos citados, y muchos más que podríamos citar, junto a la traición del rey felón, la batalla de Trafalgar, las Cortes de Cádiz y la guerra o guerrillas de la Independencia, son hechos mostrencos e indubitables.
Pero habíamos empezado con la lista de palabras “dañinas” de la Universidad de Stanford. A ver, pueden proponer lo que quieran y es probable que tengan éxito, al menos un éxito relativo, porque con el apoyo de Silicon Valley y sus tecnológicas, todo es posible en Granada y en Stanford. No está mal pensado porque ya dijo Martin Heidegger en su “Carta sobre el Humanismo”, de 1947: el lenguaje es la casa del Ser. En su hogar habita el hombre. Los que piensan y los que crean con las palabras son los guardianes de este hogar”. O sea que los intelectuales, profundizando en el lenguaje, pueden descubrir la realidad. ¡Hay que ver qué compleja es la realidad! ¡Un racista nazi dándonos lecciones de filosofía! Así de complejos somos los seres humanos, no tan monocromáticos como pretenden las doctrinas woke, sean de Stanford o de Matalpuerco del Tejado.
Parece que lo que la Universidad de Stanford propone es lo contrario: se trata de crear una nueva lengua, una nueva cultura y, en último término, cambiar la realidad. Pero, aunque en otras eras no había redes sociales, pero sí mentideros y panfletos, y telediarios y publicidad y propaganda política en prensa, radio y televisión y en concentraciones masivas y en Allós presidente inacabables, me da que no es tan fácil cambiar la realidad.
Algunos ejemplos: la Academia de la Lengua ha intentado cambiar nuestras costumbres con relativo éxito, y digo relativo, porque se dio cuenta muy pronto de que el dueño de la lengua es el hablante y el hablante habla lo que le sale de la lengua y del corazón y de la cabeza, o sea, lo que le da la gana. Dicen que Franco intentó cargarse el catalán, cosa que dudo, dado su escaso éxito y eso que fue la peor de las dictaduras y de las tiranías del mundo mundial, peor que Hitler, Stalin, Pol Pot, Kim Jong Un, Li Xin Ping o el ayatolá Jomeini. El catalán ahí sigue vivo y bien vivo. Más años que Franco han tenido Pujol y el catalanismo y el nacionalismo y el independentismo catalanes para intentar erradicar el español de la escuela y para lograr algo han tenido que recurrir a los policías vigilantes de recreo y a los chivatos y a no permitir el 25% de las horas impartidas en castellano manque lo mande la Justicia. El español (¿o era castellano?) sigue vivo y bien vivo. ¿Por qué empeñarse en guerras de palabras cuando pueden complementarse y enriquecerse mutuamente?
También el Imperio soviético, en toda su inmensidad, intentó erradicar la Religión en general y el Cristianismo en particular. Y casi lo logra en el Este de Alemania y en la República checa, pero no por méritos propios, sino por la inestimable ayuda del Protestantismo como Religión de Estado. Por lo demás, y en general, no se deben forzar los cambios lingüísticos y culturales. No se debe porque no se puede, porque con redes sociales o sin ellas, las personas seguimos insultando, cabreándonos, pensando, rezando, soñando y haciendo poesía y canciones como nos da la gana.
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