El vértigo intrínseco de la vida urbana se compone también del miedo a la lentitud, al verde de los árboles y a que la conversación se prolongue más allá de un simple saludo con la mano. Al fin y al cabo, hemos permitido que esto sea así, directamente o siendo cómplices del egoísmo de una calle ahogada por bloques de pisos sin habitar. Desde las alturas, se percibe el riesgo de una vida deshumanizada en esta pequeña ciudad de provincia.
No se necesita valentía para subir unas escaleras de caracol interminables, ni para mirar abajo desde la balaustrada. Se necesita para mirar las formas puras del paisaje. Quién moldea las nubes o elige la paleta cromática del cielo. Las discontinuidades del Tormes desbordado, quién conduce su suspiro de plata. Quién limita la altura de los pocos árboles que aguantan la urbanización o la densidad de su hojarasca aciculada. El vuelo cansado de las cigüeñas que hacen de las alturas del campanario su vida, quién lo impulsa. La tracción de la piedra de Villamayor sobre la cual se apoya esa media naranja de la catedral. Pareciera que tan solo desde las alturas pudiéramos descomponer nuestras vistas en formas puras, difuminarlas y simplificarlas hasta lo entendible. El mayor ejercicio que puede hacer el entendimiento humano podría tratarse de la “insignificante” observación y esta debe ser alejada de ese vértigo urbano. La altura propicia la reflexión y la introspección. Los románticos del XIX pensarían en su insignificancia frente a la naturaleza; los futuristas, frente a las grúas o los edificios acristalados. Quizás vendría mejor poner el foco en lo invisible como la tranquilidad o las palabras que cubrían aquella conversación. Clarice Lispector comentaba que vivir apretaba, pero se me hace más interesante su concepción del habla como un ejercicio profundo, escribir como “el recuerdo de un monumento alto que parece más alto porque es recuerdo”. Tampoco se necesita tanta valentía para rellenar un hueco con palabras, sino en hablar. Las alturas ayudan a fijarse más en los comentarios, uno se ve influenciado por las formas puras de la altura y ahonda más en la certeza, pues una vez descompuestas, solo queda articularlas. ¿Antes de hablar no deberíamos reflexionar sobre la observación?
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