Tiene sus ventajas escribir los buenos deseos antes de Navidad y que se publiquen dos días después. Para cuando ustedes lean estas líneas, el trago navideño ya no lo será para quienes la Navidad es un castigo divino; Papá Noel (ese suplantador nórdico que le enmienda la plana a nuestros Reyes Magos) ya se habrá ido con sus renos y sus paquetes a otra parte; los excesos culinarios, si es que la cartera los ha permitido, estarán diluyéndose en forma de colesterol en sangre y salvo los que son inasequibles al desaliento y ven en la Nochevieja la oportunidad de seguir celebrando (y comiendo) todos los demás hemos vuelto a nuestros rediles de ciudadanos preocupados por la marcha del mundo, que no somos pocos y hay de qué preocuparse.
Algunos de ustedes habrán ido voluntariamente a misa el día de Nochebuena, cosa que en mi infancia no era una opción. Ese día, se lee un evangelio que, si no recuerdo mal, era tan largo que nos ahorraba la homilía posterior, excepto en el caso de curas empecinadamente elocuentes; supongo que esta práctica seguirá en vigor porque salvo las veleidades cantarinas de ciertas comunidades religiosas (las monjas de mi colegio, que aspiraban a ganar una eurovisión del clero si la hubiera habido) la iglesia católica es poco innovadora en sus ritos. El día de Navidad tocaba el evangelio de San Lucas, el evangelista culto, médico y discípulo de San Pablo; para nuestro beneficio, nos contaba el nacimiento el más intelectual de los cuatro posibles, que en realidad son dos porque ni San Juan ni San Marcos hablan del nacimiento de Jesús. Con el paso de los muchos años y la perspectiva que da el no ir a misa desde hace otros muchos, hay que reconocer que el relato importa y, mucho más, quien lo escribe; cosa que vale tanto para los evangelios como para la crónica periodística o como para la novela de turno.
Y San Lucas dice en su capítulo 2, versículo 14: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los amados por él”. Frase que a nosotros nos ha llegado mal traducida como “y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad”; mucho más ecuménica esta última versión, más abierta a todos (creyentes y no) y ciertamente tan poética como poco posible. Pero seamos optimistas, que es algo revolucionario tal y como está el mundo; pensemos que sí, que hay hombres y mujeres de buena voluntad ahí afuera. Gente que se levanta por la mañana y va a trabajar, paga sus impuestos, no se mete en ningún chanchullo extraño, votan cuando les consultan, educan a sus hijos (los que los tienen, que cada vez es más complicado) y tienen un par de semanas de vacaciones al año. Esa gente común y corriente que parece desaparecida de la faz de la tierra a favor de todos los que quieren ser algo más: ricos, famosos, Tamaras, Youtubers, influencers, socialites (me moriré sin saber cómo se consigue ser tal cosa) estafadores sin que los pillen o ladrones de guante blanco; y nótese que, en todas estas dudosas actividades, lo de estudiar o sacrificar el tiempo libre para ser mejores el día de mañana, brilla por su ausencia. No sé qué diría San Lucas si tuviera que reescribir hoy el evangelio; probablemente necesitaría un buen copazo previo y el texto saldría bastante diferente.
Seamos revolucionariamente optimistas y admitamos que sí, que existe toda esa gente de buena voluntad en la tierra y que se merece tener un poco de paz. Que se merece tener una dosis mínima de esperanza, tan mínima como para creer que podrán tener calefacción para sus casas lo que dure el invierno, que sus hijos podrán ir al colegio y que, si les da un infarto, les atenderán en un hospital y no los dejarán morirse a la puerta. Que podrán pagar el alquiler de sus casas y que habrá un transporte público que les acerque cada día a trabajar. Si les damos a toda esa enorme masa de gente de buena voluntad una dosis razonable de paz y la esperanza que va con ella, entonces será Navidad; si no es así, que empiecen ya las rebajas de enero porque total para qué esperar celebrando lo que no puede ser.
Hasta el año que viene, lectores, que ojalá nos traiga un poco menos de emociones fuertes. Este año ha sido un placer escribir para ustedes un lunes de cada dos.
Concha Torres
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