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Navidad sin Navidad
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Navidad sin Navidad

Actualizado 20/12/2022 06:55
Raúl Izquierdo

Dice la letra de un villancico que canta la newyorkina María Carey y que cada año nos inunda los grandes almacenes, las redes y hasta el alma: No quiero mucho esta navidad, solo hay una cosa que necesito. No pienso en los regalos debajo del árbol de navidad, sólo te quiero para mí sola más de lo que tú puedes creer, haz mi sueño realidad: todo lo que quiero para navidad eres tú. Y de fondo, cascabeles interminables, papás Noel bailando al ritmo de la música (lo que me parece increíble dado el sobrepeso que tienen), miradas y sonrisas pícaras y sensuales, y mucho glamour (o como dice un amigo mío, mucha tontería en grado sumo).

Lo cierto es que esa canción resume muy bien lo que celebramos hoy en Navidad: nada. Sí, nada de nada. Y es que hemos perdido el contenido para centrarnos en el continente. Es como si invitas a cenar a tu casa a unos amigos y sacas la mejor vajilla, la cubertería más especial y la cristalería de los momentos únicos y luego no hay ni comida ni bebida que llevarnos a la boca. ¡Vaya invitación!

El perder el contenido en una celebración es lo peor que nos puede pasar como sociedad, como pueblo y como memoria colectiva. ¿Por qué celebramos algo? No lo sabemos, pero hay que hacerlo porque todo el mundo lo hace. Y es entonces cuando percibes que las luces de las ciudades, los grandes anuncios de todo tipo (incluidos los de perfumes, que tanto me cuesta entender) y los árboles de navidad anuncian algo muy distinto de la razón por la cual se empezó a celebrar la navidad.

Hagamos recuento memorístico y reconozcamos, nos guste o no, que las raíces de nuestra cultura se hunden en el cristianismo. Hasta el calendario de nuestra era comienza después de Cristo. Desde esa tradición de tantas y tantos antes que nosotros, la Navidad ha sido el tiempo en el que se ha celebrado el nacimiento de Jesús, que dicho de otra manera, es la presencia de Dios en medio de nuestra historia, en carne y hueso, en humanidad y realidad. Es la fiesta de la Esperanza para un pueblo que siempre está esperando la llegada de buenas noticias y que en este nacimiento, ve cumplida la promesa de que Dios ama de forma radical a la humanidad, queriendo ser uno de nosotros (que ya tiene que ser un amor grande para querer formar parte de esta familia a veces tan penosa y mezquina).

Según la tradición, la fiesta comenzó a celebrarse en Alejandría en torno al año 200 de nuestra era. Ciertamente, pese a los esfuerzos de muchos expertos en calcular la fecha exacta del nacimiento de Jesús, no la sabemos, porque no hay ninguna referencia histórica ni en el antiguo ni en el nuevo Testamento. Pero el 25 de diciembre siempre había sido significativa en la antigüedad por la celebración de festivales conmemorativos del solsticio (momento en el que el Sol alcanzaba la máxima latitud norte) del invierno en el hemisferio norte, que se daba desde el 21 de Diciembre. La celebración cristiana de la Navidad comienza con la víspera del 25 de Diciembre y terminaría con la fiesta del Bautismo del Señor, que es el domingo siguiente a la Epifanía (6 de Enero).

Pero el sentido y origen de esta fiesta se va perdiendo. Ahora, son días de vacaciones (principalmente en los colegios, que a los demás nos suele tocar currar), encuentros con la familia (no siempre queridos), de ponerse las botas a comer y beber, de agasajos y muchos regalos porque sí, porque toca. Y poco más. Mientras, los grandes almacenes y todo ser humano que pueda vender algo comprable hace las Américas y las Indias.

Nosotros no podemos ser ingenuos: las fiestas de navidad en estos momentos son un reclamo comercial de primerísima categoría para fomentar un mayor consumo, desmesurado e irresponsable, en el que unos se llenan los bolsillos a costa de nosotros, los buenos ciudadanos que hacemos cosas sin cuestionarlas. Nos falta autocrítica y nos sobra bobería. Somos fáciles de domar. Y al final, creo yo, andamos de aquí para allá, agitados, desnortados, pero felices cumpliendo con lo de siempre, como autómatas llenos de miedo por salirnos del camino, no sea que me señalen o me etiqueten de mal ciudadano.

Me gustan las fiestas. Me gusta celebrar todo lo que puedo, pero saber su sentido y su origen. Si hiciéramos una encuesta los días que vienen, nos sorprendería que mucha gente no sabe en realidad lo que celebra. Los ayuntamientos ya se encargan de ir adelantando cada año las luces navideñas, incluso en incrementar el presupuesto en iluminación. Eso da votos. Es el pan y el circo para tener a la peña tranquila y abobada mirando las lucecitas de las calles y las plazas mayores (y menores). Ya tenemos turrones y demás gastronomía en los supermercados desde hace tiempo. Ofertas de regalos, promociones. Gaste y compre. Consuma. Todo lo que pueda. Realmente, ¿somos libres para decidir?

No seré yo quien diga o emita juicio sobre lo que cada uno quiere y puede gastar y cómo cada uno quiere o puede celebrar la Navidad, pero que seamos conscientes de lo que vivimos, y también de lo que no vivimos.

Para mí es una alegría saber que Dios quiere tanto a la humanidad que se hace carne y hueso. Es decir, ama tanto nuestra fragilidad, que Él mismo quiere pasar por ella. ¡Y eso es para celebrarlo! Y para brindar, y para tomar un trozo de turrón del duro, del blando o del de chocolate. Y con gente alrededor. Pero también necesito tiempo para el silencio y la contemplación, para dar gracias, para sanar las heridas de mi propia historia o al menos para ponerlas a los pies del pesebre de Jesús. Tiempo para buscar y descubrir las huellas de Dios en medio de nosotros. Tiempo para la Esperanza, porque no hay nada perdido, porque nada es imposible para Él, porque Dios renueva una vez más su alianza con nosotros. Sin excluir a nadie. Miremos también al mundo, a tantos lugares en los que falta justicia, respeto, dignidad, alimentos, esperanza…. A tantas personas que se sienten solas, sin alegría, sin los recursos mínimos básicos… Quizá no hay que mirar muy lejos.

Despertemos, abramos los ojos, el corazón, las manos… seamos conscientes de las cadenitas que tenemos y echemos un vistazo a la importante, a lo profundo. Y por supuesto, ¡celebremos la Navidad! Y quedamos a la espera de que el gobierno de turno, la moda de turno o el lobby de turno nos diga cuál es lo siguiente que tenemos que celebrar.

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