El pasado jueves, día 15, se puso la primera piedra de un monumento titulado “LA PEDRADA”, que sustituirá a los leones de la Carrera de San Jerónimo. En el boceto que se ha dado a conocer, aparece un varón que, por medio de una honda, trata de lanzar una gruesa piedra sobre un libro en cuyas pastas se lee “Constitución Española de 1978”. Ya se notan varios desperfectos en sus páginas, pero aún pueden leerse todos sus artículos. El esforzado lanzador lleva una bolsa en bandolera de la que asoma un viejo libro manchado de sangre, con una cifra escrita en grandes caracteres: 1931.
Efectivamente, ese día se votaron en el Congreso de los Diputados las enmiendas necesarias para modificar los actuales delitos de sedición y malversación y, de paso, alterar los requisitos necesarios para nombrar a los miembros del Tribunal Constitucional y del Poder Judicial. Como habrá podido imaginar el amable lector, estas enmiendas -junto a la ley “Trans” y la de “Sólo el sí es sí”- eran lo más urgente que necesitábamos los españoles para superar la grave situación que nos envuelve. Desde ahora, la deuda bajará a mínimos nunca conocidos, el déficit público pasará a ser superávit –no en balde nuestro elegante presidente es un reputado economista, autor de la tesis doctoral que sirve de texto oficial en las Facultades de Económicas con más prestigio-, el paro dejará de ser la ansiedad de tantos hogares, la educación volverá a colocar a nuestra juventud a la cabeza del rendimiento escolar, la sanidad recuperará el nivel que nuestros sanitarios habían ganado a pulso –dilapidado después por los comités de expertos que triunfaron durante la pandemia-, no serán necesarias las huelgas y los perros que se vean afectados por la Ley del Bienestar Animal usarán collares de longaniza. En fin, se acabarán las estrecheces, la escalada de precios se convertirá en un mal recuerdo, volverá el bienestar a todos los hogares y, por supuesto, se acabarán las colas del hambre, los robos, las okupaciones y hasta los accidentes de tráfico. Ahora me explico la urgencia con que se han tramitado.
Según estoy golpeando las teclas del ordenador, me está entrando dolor de estómago y no quiero seguir ni un momento tomándome a broma algo tan serio. Se puede estar dando el primer paso para que España deje de ser la nación con la que tantos soñábamos. No es posible que dentro de las filas del PSOE no haya surgido una corriente de rechazo al desmoronamiento de nuestro Estado de Derecho. Comprendo que Sánchez tenga seguidores capaces de declararse culpables de la muerte de Manolete si con ello conservan una nómina que asegure su porvenir sin necesidad de muchos esfuerzos. Mantener buenos ingresos cuando no se está capacitado para vivir de un trabajo digno convierte a los beneficiados en esclavos de su mentor. Firman y votan lo que haga falta. Lo que no es tan normal es que no salgan militantes del partido con la formación y el valor necesarios para distinguir el bien del mal y declararse contrarios a esa forma gobernar.
Entre los barones socialistas ya han surgido las primeras discrepancias. A la vista del boomerang en que se han convertido las leyes salidas de las ministras podemitas, aquellos socialistas que ostentan cargos de gobierno, y están dispuestos a seguir ocupándolos, temen que las nuevas enmiendas surtan los mismos efectos y peligre su reelección –que ya está en el aire-. Deben rasgarse las vestiduras lo suficiente para que los verdaderos disconformes no cambien su voto. Ahora bien, esos mismos barones conservarían sus votos –y cosecharían alguno más- si persistieran en su crítica y animaran a sus parlamentarios para que manifiesten su descontento a la hora de apretar el botón de las Cámaras. Lo demás es puro teatro.
El artº 1.2 de la Constitución establece que la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado. El español da su voto a una lista que sienta en la cámara a los parlamentarios que ocupan los primeros lugares adjudicados a esa formación. En puridad, el voto del ciudadano no otorga el escaño al parlamentario; quien se lo da es el que confecciona esa lista. De ahí la dificultad para que el disconforme muestre su desacuerdo con el partido, si no quiere ser apeado de futuras listas.
Pedro Sánchez tiene muy claro que no puede seguir siendo Presidente del Gobierno si en las próximas elecciones prescinde de los que hoy le apoyan. A pesar de su gabinete agitprop, muchos de sus votantes saben que ha faltado a todas sus promesas y está dispuesto a seguir haciéndolo. Que venderá su alma al diablo si con ello consigue perpetuarse. De momento, si en las elecciones sólo votaran las amas de casa, verdaderas conocedoras de la verdad, Sánchez no volvería a subir en un Falcon. Mientras tanto, está dando pasos que son verdaderos golpes de estado. Para ello cuenta son sus socios de gobierno, con los partidos agarrados a la ubre de la madre España y con la colaboración de los medios de comunicación agradecidos por sus ayudas.
Por desgracia, la forma arbitraria de ejercer la política hace de Sánchez el peor Presidente del Gobierno de toda esta etapa democrática. No le afectan las críticas de la oposición ni las llamadas al orden desde Bruselas. Tampoco las de su propio partido; entre otras razones, porque el actual no se parece en nada al que apoyó esta Constitución. Ya sabemos que no la respeta ni está de acuerdo con la forma de Estado y régimen de gobierno actuales. No lo dice, pero los hechos le delatan. El primer paso dado con las enmiendas propuestas el pasado día 15 va en esa dirección. Está preparando el camino para no encontrar ningún bache que le haga descarrilar. Si España es capaz de volver a la normalidad, deberá restañar todas las heridas que ha sufrido nuestro ordenamiento jurídico. El gobierno que lo consiga debe tener previsto que la izquierda no se cruzará de brazos. Echará toda la carne en el asador para incendiar las calles y calentar a los ciudadanos desde todos los medios de comunicación. Se siente fuerte porque sabe que el Estado ha perdido parte de los atributos que tenía para evitar los excesos. Lo sucedido en Barcelona con la aplicación del 155 será un pequeño ensayo de lo se puede esperar.
Con lo acontecido el pasado día 15, Pedro acaba de propinar la primera “Pedrada” en todo la alto a nuestra Constitución. Sabe que es lo más efectivo para culminar su sueño: convertirse en el Presidente de la Tercera República. En los cimientos de ese nuevo monumento que quiere levantar el sanchismo, hay ramalazos de odio, ganas de revivir la España de los dos bandos y deseos de remover heridas cicatrizadas.
Ya no valen paños calientes. Ha llegado la hora de estar unidos y arrimar el hombro. La única solución está en las urnas. Me refiero a los españoles que se sientan ofendidos y deseen seguir perteneciendo a una España unida y enaltecida.
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