Llevábamos dos años en que, por razón de las prohibiciones a causa de la pandemia del cobid-19, se habían dejado de celebrar estas manifestaciones navideñas, que ahora de nuevo retomamos. Y quizá con más fuerza, como el que hambrea encontrarse con los demás para mantener estas fuertes tradiciones familiares, en el caso de pequeños grupos, y como prácticas empresariales, o simplemente de carácter social, en el caso de los grupos mayores.
En principio parecería que, una vez superadas las limitaciones pandémicas, serían otros elementos sociales como la pobreza y la inseguridad económica o la violencia o las amenazas de guerra, las que se impondrían y reducirían estas prácticas tan tradicionales.
Pero la casi exagerada movilidad manifestada en los recientes puentes de la Constitución y la Inmaculada han puesto de relieve que el ansia de reencontrarse responde a tendencias incontenibles más profundas.
Lo propio de los reencuentros navideños obedece al deseo de poner de relieve los acontecimientos que los provocan, en nuestro caso, el hecho histórico del nacimiento de Jesús de Nazaret en la ciudad de Belén, que dio un vuelco al avance de la historia. Pero que el nacimiento de Jesús como hecho histórico y trascendente sea para muchos cada vez menos significativo, quita valor y fundamento a estas tradiciones, que quedan como colgadas en el aire necesitando otro tipo de justificaciones. Entre ellas el redescubrimiento del valor de la familia y la necesidad de revalorizar el sentido social de la convivencia y del valor del trabajo.
Para los cristianos, el lugar adecuado del encuentro familiar y festivo sería la Noche Buena, el 24 de diciembre. O mediodía del día 25. Porque el recuerdo del nacimiento del Señor corresponde a la media noche, o por lo menos a la noche del día 25. La hora adecuada sería la que corresponde a la llamada Misa del Gallo. Pero eso supondría que el encuentro familiar debería tener lugar en la misa de media noche, o en la del amanecer, culminando en la gran celebración del mediodía de la fiesta de Navidad.
La Iglesia permite, y aun recomienda, la celebración de tres misas: dos en la noche y el amanecer del nuevo día, y otra en el centro mismo del día de Navidad, considerándola la misa mayor, que culmina las celebraciones de la fiesta, y pone en marcha la prórroga del acontecimiento celebrado, por un lado hacia la celebración del Año Nuevo y Reyes, y por otro al reencuentro de Jesús en el Templo a los cuarenta días de la Navidad, convirtiendo la fecha en la fiesta de las Candelas.
Para los no creyentes en el nacimiento temporal de Cristo, las fiestas deberían tener también un sentido de austeridad y de solidaridad, tanto por el valor secular de estos días que promueven la fraternidad universal, como por las exigencias de respetar la necesidad de hacer un buen uso de la naturaleza, y de redistribuir los bienes de la tierra, de modo que a todos llegue lo necesario para vivir dignamente, especialmente los niños y las familias más pobres.
El Papa Francisco ha llegado a poner de relieve los desafíos de la guerra y de la pobreza. Así lo hizo en forma esclarecedora en la pasada audiencia general: Francisco recordó a la "martirizada Ucrania", para pedir a la gente un gesto concreto con "esos hermanos y hermanas que sufren tanto, tanto: tienen hambre, pasan frío y muchos mueren porque no tienen médicos". Para ellos, Francisco pide que "bajemos un poco el nivel de gastos de Navidad y ayudemos con eso al pueblo ucraniano que sufre tanto".
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