El delito ha caído en medio del Parlamento europeo, con diputados, antiguos parlamentarios y ex asesores acusados de “organización criminal, lavado de dinero y corrupción”.
La trama puesta al descubierto evidencia lo que era una verdad a gritos, que la corrupción no sólo es moneda corriente en los distintos parlamentos comunitarios sino que llega a las más altas instancias de Bruselas.
En los pasillos de la Eurocámara funcionan, obvio es decirlo, los grupos de presión, esos lobbies que intentan que los intereses de sus patrocinados salgan adelante, en una tenue frontera entre el convencimiento legítimo y las maniobras espurias. Pero lo que ahora ha estallado es una trama que le ha costado su puesto a la vicepresidenta de la Cámara, la socialista Eva Kaili, con movidas de dinero en maletas incluidas.
La prisión preventiva de los presuntos corruptos y el haberlos apartado de sus responsabilidades, incluso echándolos del partido, no supone más que el comienzo de un proceso largo, penoso y grave de asunción de culpas, porque, no lo olvidemos, en los delitos de soborno, éste al menos es cosa de dos: el corrupto y el corruptor, o sea que todo un Estado, el qatarí, sería tan culpable como quien se dejase untar por el dinero de los petrodólares.
Por eso, aquí, nadie puede mirar a otro lado fingiéndose inocente, ya que todo el mundo sabía que este campeonato mundial de fútbol pretendía blanquear al régimen qatarí y que para su celebración tuvo que modificarse hasta la climatología del país en cuestión. Por eso, también, lo descubierto hasta ahora no es más que la punta de un iceberg cuyas repercusiones pueden ser gigantescas.
Enrique Arias Vega
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