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La iniquidad está actuando...
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La iniquidad está actuando...

Actualizado 13/12/2022 09:54
Miguel Mayoral

Hay muy pocos estudios acerca de la iniquidad. La mayoría de los ciudadanos, desconocen el significado de esta palabra, y estar de moda practicarla. Según la RAE iniquidad significa maldad o injusticia grande. A día de hoy es tanta la iniquidad que nadie la reconoce. Estamos dentro de ella. Por lo extendida y diseminada que está actualmente la iniquidad se ha convertido en el pecado del mundo. Para muchos el liberalismo actual, nuestra sociedad, no es sino la iniquidad personificada en diferentes formas y en distintos ámbitos alrededor del mundo.

Con este relativismo moral llegamos a lo que en la Teología Moral se le conoce por moral de situación. Juan Pablo II dedicó duras críticas a ese relativismo moral engendrado por el liberalismo o la sociedad global actual. Entre sus muchas críticas hay especialmente una, severa y memorable, en su Encíclica Veritatis Splendor o "El esplendor de la verdad", en la que defiende la objetividad de la ley natural y del mal moral en contra del relativismo y el subjetivismo moral. Incluso el Papa Benedicto XVI no cesa de señalar y refutar el relativismo moral como uno de los grandes males del mundo actual.

Sería correcto afirmar nuestra sociedad fruto del liberalismo peca, se está degradando moralmente, a causa de aquella iniquidad consistente en querer liberarse de cualquier sujeción a la ley divina o terrena, en beneficio de la autodeterminación de la voluntad del individuo o de la implantación de una determinada tendencia dentro sociedad. En definitiva, la iniquidad no es sino el rechazo hacia quien lleva la Ley a su cumplimiento. Para el cristiano quien ignora, desconoce o prescinde de Dios, comete la iniquidad total, última y extrema. Es la negación a Jesús, quien no vino a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento.

El Apóstol San Juan dijo que "todo el que comete pecado comete también la iniquidad, pues el pecado es la iniquidad". Por ello para el cristiano la iniquidad es la incredulidad y la negativa a creer en Cristo. Es el rechazo del único camino para ingresar en la comunión de vida con Dios. Es la negativa de entrar en comunión con el Hijo, el Padre y su Santo Espíritu. Peor aún; es la apostasía, que suele hacerse visible cuando el rechazo a la pertenencia y comunión eclesial se pone públicamente de manifiesto como un modo de apartarse del amor de la Iglesia y de los hermanos, demostrando que se ama más al mundo y a las propias pasiones que al Padre. Por todo ello y según el propio Juan, la iniquidad consiste en el rechazo de Jesucristo, el Hijo obediente que vive y pone por obra la voluntad del Padre. Quien no cree en Jesús, quien le ignora o desconoce, igualmente rechaza la voluntad del Padre y comete iniquidad, excluyéndose a sí mismo de la vida celestial y eterna.

San Pablo dijo a los Tesalonicenses que "el misterio de la iniquidad ya está actuando", pero él le dio nombre al protagonista de tal misterio, que no es otro que el Impío, a quien "el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida". Para el cristianismo es el Impío y su imperio de maldad quien está estableciendo en el mundo este liberalismo y falta de valores que se van acrecentando a nuestro alrededor día a día, lo cual conduce a las personas hacia una total impiedad y a una absoluta iniquidad.

San Pablo nos confirma este punto al decirnos que se manifestará el portador de la iniquidad, el hijo de perdición, el Adversario, quien se opondrá y se alzará contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. También San Pablo nos advierte que llegará el momento en que todo el torrente del mal humano quedará libre en la tierra y, cuando esto suceda, llegará el tiempo de mayor sufrimiento que el mundo jamás haya presenciado: "la venida del Impío estará señalada por su influjo, con toda clase de milagros, signos, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad, que les hubiera salvado. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad".

Esa es la característica del espíritu de iniquidad: el engaño, la mentira, el pecado y la confusión que conduce a la impiedad. San Pablo, además de llamarnos a combatir contra el Mal, nos advierte de que las armas que debemos usar no son ni humanas ni naturales, porque la lucha no es contra la carne y la sangre. Las armas tienen que ser las adecuadas al género del enemigo y de acuerdo al combate. Precisamente porque la lucha es contra los espíritus del Mal, sólo valen las armas de Dios; sólo ellas harán posible resistir las acechanzas del Impío y resistir en el mal día, manteniéndonos firmes después de haber vencido. San Pablo reconocía que él mismo luchaba y se fatigaba en el combate, pero siguía adelante con una energía que no es la suya, sino que es la fuerza de Cristo que actuaba poderosamente en Él. Sólo con Cristo y su fuerza es posible la victoria final.

Recordemos que el cristiano siempre será presa de una lucha constante con pasiones y deseos, por lo que debemos ser conscientes de que el hecho de pecar es única y exclusivamente una decisión personal e íntima de cada individuo. Nosotros mismos somos los únicos responsables de nuestros pecados y nuestros actos.

Definitivamente debemos pedirle a Dios que corte cualquier tipo de atadura con nuestro pasado y cualquier tendencia que pueda influir en nuestra ocasión de pecado. Para ello debemos orar constantemente para librarnos de cualquier tendencia al pecado. Los hijos de Dios hemos sido llamados a evitar y borrar la iniquidad. Debemos ser conscientes de que en la medida en que nos opongamos al mal y, con ello a la iniquidad, será la medida en que la propia iniquidad no se enseñoree ni de nuestro corazón ni de nuestra vida.

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