Los intentos de Golpe de Estado suenan en los oídos de los ciudadanos del mundo como una amenaza a la convivencia en paz y, es que, el Golpe de Estado en nuestros días, es sinónimo de Golpe a la Democracia, esa forma de organización política y social, que se ha consolidado como la más apropiada para la mejor convivencia, aunque no sea perfecta y, por supuesto, sea mejorable.
Las sociedades son dinámicas y los sistemas políticos se ven evocados al cambio en cuanto que se debilitan. Siempre hay alguien, personal o grupo, que está acechando las debilidades para asaltar el poder establecido democráticamente, las instituciones y la convivencia en paz. Por eso, la mejor manera de luchar contra los Golpe de Estado, es velar, de forma preventiva, por mantener la democracia fuerte y viva en todos los órdenes de la vida.
Lamentablemente, en España tenemos demasiadas experiencias a lo largo de los dos últimos siglos, con pronunciamientos, asonadas, sublevaciones, conspiraciones, o golpes de Estado. Más de 25 intentonas, unas con éxito y otras fallidas. De signo moderado o progresista, dependiendo de las circunstancias. El denominador común del golpismo militar fue una de las características más significativas de la vida política española, durante el siglo XIX. Evolucionando en el siglo XX hacia posiciones más conservadoras e implicaciones socioeconómicas, como muestran el golpe que facilitó la dictadura de Primo de Rivera y el que llevó en 1936 a la guerra civil y posterior dictadura, así como el fallido intento de golpe de Estado de 1981 con el secuestro del Parlamento.
Los ciudadanos y la sociedad no quieren más golpes de Estado, en ninguna de sus formas. Queremos vivir en paz, teniendo como referente la Constitución que libre y democráticamente nos hemos dado como norma de convivencia. Ninguna ideología o grupo político tiene derecho a cambiarla unilateralmente, ni tampoco a socavarla, debilitándola, poner en entredicho, o conspirar por medio de bulos, mentiras o engaños, con promesas inalcanzables, creando con la crispación un caldo de cultivo para justificar o facilitar un golpe de Estado.
Con lo que nos llega, podríamos tener la sensación de que estamos en días de golpes de Estado o golpes a la Democracia. Traemos el recuerdo del 6 de enero de 2021 con el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, cuna y templo de la democracia estadounidense. Asalto que se produjo con la intención de cambiar el resultado de la voluntad popular, e impedir que se hiciera realidad el nombramiento del nuevo Presidente, legítimamente salido de las urnas. El fracaso del golpe no evitó que se produjeran muertes de inocentes, ni que el mayor instigador del mismo, por activa o por pasiva, el entonces Presidente Donald Trump, siga libre sin pagar por tan monumental tropelía, en la que participaron miembros del movimiento e ideología de la conspiración QAnon, considerado desde 2019 como una potencial amenaza terrorista en Estados Unidos. Una manera muy peculiar del patriotismo estadounidense de este señor Trump que, además, un tribunal neoyorquino ha declarado a la Organización Trump culpable de fraude fiscal. Sentencia que viene a sumarse a otras investigaciones en marcha como la del FBI sobre el expresidente Trump, por haberse llevado documentos confidenciales de la Casa Blanca.
Días de golpe de Estado, que nos despiertan con la notición, de que las fuerzas de seguridad alemanas arrestaron, en Alemania, a 25 miembros y simpatizantes de un grupo de extrema derecha que planeaba derrocar al Gobierno, empleando “medios militares” para atentar contra las instituciones del Estado y tomar el poder, usando la violencia, con homicidios incluidos. Una asonada perfectamente organizada para acabar con el Estado de derecho, imponiendo un nuevo orden, capitaneado por el aristócrata alemán autodenominado “príncipe Reuss”, una exdiputada del partido ultraderechista (AfD), expolicías, antiguos mandos del ejército y otros profesionales destacados. La operación fue desarticulada gracias a la intervención de más de 3.000 policías en 11 de los 16 Estados federados alemanes. Entre los arrestados se encuentran miembros de un movimiento que no acata la Constitución alemana, los llamados “Reichsbürger” (Ciudadanos del Reich) que son seguidores de diversas teorías conspirativas y que les une el rechazo profundo a las instituciones estatales actuales y al orden democrático de la República Federal de Alemania.
Los miembros de la red llegaron a hacer prácticas de tiro en su entrenamiento para el asalto al Bundestag (Parlamento alemán) en esta intentona golpista de extrema derecha. Según los responsables de Interior y de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, el extremismo de derechas es la mayor amenaza para la seguridad de Alemania. Los Reichsbürger es una organización que las autoridades alemanas califican de terrorista y que cuentan con “un alto potencial violento” en 2.100 personas de los 21.000 asociados con los que cuenta. Sus ideas de extrema derecha coinciden con las de grupos neonazis en principios nacionalsocialistas y revisionismo histórico. Ellos, los Reichsbürger, se consideran continuadores del imperio alemán de 1871-1918 y es por eso que, en su idea, quieren liberar a Alemania del Gobierno actual y el tal Reuss ser el káiser (emperador) alemán.
Afortunadamente, el pueblo alemán tiene muy interiorizado los desastres de los totalitarismos y sus autoridades son implacables con las manifestaciones extremistas que distorsionen la convivencia en paz.
La historia de los golpes de Estado de estos días nos lleva a Perú. País que el pasado miércoles tembló durante 180 minutos. Por fortuna, y según dice muy bien un amigo peruano, “Perú es más grande que sus problemas” y la cuestión no pasó de ser una crisis política. El presidente del Perú, Pedro Castillo, acabó siendo detenido y acusado de rebelión, después de su fallido intento de autogolpe de Estado, disolviendo el Congreso, imponiendo el toque de queda y decretando un Gobierno de excepción.
El Congreso reaccionó con rapidez y precisión, destituyéndole, nombrando otro presidente, en este caso, la primera mujer presidenta de Perú, Dina Boluarte, en su lugar. La justicia apresó al que fuera Presidente, y lo mandó de inmediato al penal en el que ya se encuentra otro expresidente de Perú, Alberto Fujimori, quien también protagonizó en su día un autogolpe de Estado, pero a diferencia de aquel, Pedro Castillo no contaba con el respaldo de los militares, ni de los medios de comunicación, ni de los empresarios.
El episodio trajo a mi mente el grato recuerdo de una de mis estancias en el Perú y concretamente en la Plaza San Martín, en Lima, donde se puede observar y participar en corrillos de tertulias políticas, no exentas de discursos por los más avezados de la oratoria. Testimonio irrefutable de una democracia viva. Como testimonio edificante ha sido la actitud del Congreso. Quienes seguimos el otro día la sesión de la Cámara de representantes, estando bajo la amenaza de su clausura, pudimos comprobar, con satisfacción, la determinación de los congresistas peruanos por salvar la Constitución y la libertad de Perú, deponiendo a un Presidente que pretendía inculcarla.
¡Qué tendrá la Constitución de cada país que es faro y guía de los ciudadanos que lo componen! Respetarla, cumplirla y no transgredirla, es la mejor manera de evitar el golpe de Estado y vivir en paz.
Escuchemos a Miguel Ríos con el Himno a la alegría:
https://www.youtube.com/watch?v=cVOfdmygGM8
© Francisco Aguadero Fernández, 9 de diciembre de 2022
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